viernes, 30 de diciembre de 2016

Poesía - Coloquium desamoris

Maldita ignorancia que vituperaba
que eras un efímero sueño,
de aquellos que hieren el recuerdo
y malinterpretan la torpeza del alma.

Cómo se desgarran viles nauseas
de mi aliento hecho pedazos, 
para después vislumbrar mil odiseas
en cada uno de mis débiles abrazos.

Más, quizás la añorada calma,
a mi atormentada alma llegue
para ocupar el espacio de mi nada.

Insensato de mi, ¿por qué piensas eso?
No tienes música que describan sus ojos,
ni letras que pinten sus besos,
ni galas en tus mejores despojos,
ni sinceridad en tus mejores aprecios.

Nada tengo y nada en mi alma soy,
tan solo la brisa de su pelo,
el recuerdo de un mar en celo
y una clase de conciencia
que jamás me aturdió.

Burdo, ignorante, parásito, imberbe
mi noble persona es,
que osa sin dudar adormecerse
cuando es necesario despertar con nitidez.

Tan solo mi sentido común, 
afirma que solo soy un cobarde
con ínfulas de versificador
que canta, en balde
a la vital agonía del amor.

martes, 27 de diciembre de 2016

Relato - La última noche

Solo se oían pasos en aquella estancia que ni siquiera había podido contemplar. Lo último que recordaba era una figura que había entrado como una exhalación a su dormitorio, la había golpeado para después cubrir su cabeza con un saco de arpillera.
El trayecto en coche había sido frenético. Y ahora se encontraba allí. A juzgar por como resonaban las pisadas de la otra persona la habitación debía ser pequeña. No parecía haber más personas además de ella y su captor.
De pronto sintió que los pasos se aproximaban y tensó el cuerpo. Fue una mala idea. Atada como estaba, de pies y manos, le dolieron todos los músculos al intentar moverse.La persona, que se había situado tras ella, le quitó el saco. La poca luz de la sala hirió sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad.
Estaba en una habitación pequeña, minimalista en materia de decoración. Parecía la habitación de un motel de baja categoría.
Fue entonces cuando la persona que la había secuestrado se mostró, situándose ante ella.Cuando vio su cara, pasaron muchas cosas por la mente de esa mujer atada en aquel dormitorio.
La sorpresa duró solo unos segundos y luego dio paso a una resignación tan acusada que casi le dio por reír puesto que, junto con todos los pensamientos que atravesaron su cabeza, se mezcló también una certeza aplastante.
«No voy a salir con vida de aquí»
—Ha pasado mucho tiempo —su captor comienza a pasear de nuevo por la habitación, hablando con calma—. Casi no recuerdo la última vez que te vi. Sentí mucho lo de tu marido. Siempre pensé que conseguiría hacer acopio del valor suficiente para abandonarte. Pero, desafortunadamente, fuiste tú la que logró despojarlo de toda felicidad hasta que, finalmente, se marchitó. Siempre he admirado esa habilidad tuya de envenenar todo lo bueno y puro que te rodea.
La mujer del suelo no puede hacer más que mirar el paseo de la otra figura y escuchar sus palabras, en silencio. Para ella, la persona que habla está loca y decirle algo para defenderse de tan desgarradoras afirmaciones solo empeoraría las cosas.
Es por eso que la persona que tiene ante ella sigue hablando, como si nada.
—Vaya, no recuerdo haberte visto en silencio nunca tanto rato. Me recuerdas a ella, ¿sabes? Siempre que discutíamos se quedaba callada, con ese desprecio en sus ojos, como si no valiese la pena discutir, como si yo no mereciese su respeto. Pero, después de muchos años, volví a encontrarla y la traje aquí… y la maté. Pobrecita, la pobre pensó que yo no la había superado y que lo que buscaba eran sus habilidades de zorra fácil en la cama. Pero sí que la he superado. Borrón y muerta nueva. Y ahora tengo que superarte a ti.
Mientras esta explicación sale a la luz, esta persona ha ido sacando diversos objetos de una mochila para ir colocándolos con esmerado orden sobre la cama.
Entre dichos objetos se hallan una fusta, cuerdas, un látigo de cuero trenzado, velas del color de la sangre seca, un trozo de tela y otros artilugios de muy variados tamaños, formas y materiales que la mujer atada no logra distinguir y que nunca antes había visto. Hay también varias herramientas de metal y ninguna se parece a nada que conozca.
— ¿Para qué es todo eso? —la persona que aguarda en el suelo no puede finalmente alargar más el mutis.
—Oh, disculpa. Había olvidado tu intransigencia hacia cualquier tipo de libertad sexual.
Tras esta frase el captor se desnuda dejando a la vista sus voluptuosos pechos. Saca varias prendas de ropa de la mochila hasta quedar vestida con unos ajustados pantalones de cuero, una camiseta blanca de tirantes y una cazadora de cuero.
—Estás mal de la cabeza —escupe la mujer del suelo.
—Lo sé. Hace años no quería creer que era cierto cuando me lo decían. Ahora sé que es verdad, que finalmente el influjo de tu poder sobre mí funcionó.
—Yo no tengo nada que ver en esto —la mujer capturada no puede mirar a la otra.
—Mírame. Soy todo lo que siempre me has negado. Me llamaste zorra y te atreviste a destrozar y censurar todo lo que yo amaba, convirtiéndolo en algo deleznable. Para ti yo nunca fui lo bastante buena. Tú, Doña Perfecta, condenada a vivir con una persona como yo. Una tortura, ¿verdad? Nunca te pusiste en mi lugar. Ya va siendo hora de que sufras en tus carnes lo que sufrí yo y de la forma que mejor se me da. Te voy a enseñar que sirvo para algo, mamá.
Sin previo aviso y de repente, la mujer vestida de cuero hace restallar el látigo con vertiginosa precisión. El instrumento azota el suelo a milímetros de su madre.
—Yo solo quería lo mejor…
—Para ti —termina la hija— y no te culpo. Pero esto me lo enseñaste tú y fue una de las lecciones más valiosas: O comes o eres comido.
—Yo te quería. Siempre te he querido.
—Tú querías una muñeca de la que presumir o una marioneta a la que manejar, no una hija.
Antes de que pueda seguir defendiéndose, la hija la amordaza. Del bolsillo saca una navaja, corta las ataduras y tras un breve forcejeo consigue apresar a su madre a la cama y la encadena de las muñecas y los tobillos. Acto seguido, con premura, corta también la ropa hasta hacerla jirones dejando a la mujer en ropa interior a su merced.
—Siempre me he preguntado quién castró a quién —murmura la hija para sus adentros—. Pero ahora, después de tantos años, vamos a darle un homenaje a esa carne arrugada y marchita, ¿eh?
Con una sonrisa saca un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta y lo enciende. Se sienta en una silla frente a la cama y fuma, contemplando su obra sin pestañear siquiera. Su madre la mira con los ojos muy abiertos desde la cama.
—Oh, pero qué modales los míos. Dónde está mi buena educación. Todavía fumas, ¿no? Déjame ofrecerte.
La joven sin titubear se levanta y apaga la colilla en el empeine del pie derecho de la otra mujer, que solo puede emitir un jadeo ahogado y un lloroso gemido. Empieza a debatirse contra las cadenas en un desesperado intento por huir.
 
 
-Deja de llorar. Mira, te voy a explicar una cosa: Vas a morir. Aquí. Esta noche. Y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Así que cuanto antes lo asumas mejor. Puedes o no aceptarlo. Pero cuanto más te resistas más dolerá. Si te pones así con un cigarrillo las velas te van a volver loca- ríe entre dientes-. Después te enseñaré con todo lujo de detalles por qué siempre he estado tan bien acompañada. Tengo muchos talentos además de los que te mostraba y tú no querías ver.
A la madre la recorre una arcada mientras contempla como la hija se relame.
 
-Relájate, mamá- canturrea-. Prometo que haré que esta noche sea inolvidable. Por eso he escogido esta camiseta blanca. Espero que se torne del color de tu expiación y guardarla siempre. Será un magnífico recuerdo- susurra.
 
 
 

jueves, 22 de diciembre de 2016

Poesía - Efímero

Rauda es la empatía humana
que mira con decadentes ojos
sus inefables y vehementes despojos
que no dejan luz al mañana.

Lenta es la avaricia rancia
que arranca fieramente el débil aliento
y como indecente culpable absuelto
epitetiza su ruina cual gran ganancia

El necio insiste en su esclavitud
llena de consentimientos y conformismo,
ignora que el sabor de la vida es efímero
y que el suspiro de nuestra muerte
es nuestra noble virtud

martes, 20 de diciembre de 2016

Relato - Juguete roto

Enhorabuena, hijos míos, lo habéis logrado. Habéis logrado libraros de mí, pero todavía sigo sin saber cual ha sido el motivo que os ha llevado a hacer esto.
Me dijisteis que llevaríamos por primera vez a la pequeña Agatha a un parque de atracciones, algo muy emocionante para mí, nada me hacía más ilusión que ver su sonrisa angelical, pero en el momento en el que llegamos a aquella residencia, supe que algo iba mal.
Dijisteis que era lo mejor para mí, ya estaba mayor y vosotros solos no podríais cuidarme, pero no necesitaba ningún cuidado, porque yo me encontraba perfectamente. De hecho, cada vez que íbamos al doctor Nobody, siempre decía que ojalá estuviese tan bien como yo cuando llegase a mi edad, y que superar una depresión así, siendo tan mayor, era algo que muy poca gente lograba, y más aún cuando la causa de esta fue la muerte de vuestra madre.
Una muerte que puso final a su sufrimiento, hacía mucho tiempo que la Astrid que conocíamos había dejado de existir. Empezó dando pequeñas muestras de ello, perdiéndose en el bosque al que iba a coger moras todos los veranos. Algo raro, lo hacía desde que era una niña.
Unos meses después vinísteis a celebrar las fiestas navideñas a nuestra casa. Siempre suscitaba una gran alegría en ella, pues después de mucho tiempo, sus tres hijos, aunque solo por unos días, estarían de nuevo en casa. Sin embargo, una vez llegásteis y ella fue a saludaros, le costó hacerlo, no se acordaba de vuestros nombres, lo que la entristeció profundamente.
El día en el que se miró al espejo y durante unos instantes no se reconoció, supe que algo iba mal.
Pedimos ayuda, y afortundamente Crystal, la mujer de nuestro vecino Sam, nos recomendó ir a la consulta del doctor Aiden, un neurólogo muy bueno. Tras una serie de pruebas, nuestros peores presagios se confirmaron, vuestra madre tenía Alzheimer.
La medicación no le hizo el efecto que debería, y la enfermedad avanzó tanto, que vuestra madre ya no sabía ni hablar. Pero si algo me dolió de verdad fue vuestra indiferencia, desde las últimas navidades solo me visitásteis una vez, para llevar a la pequeña Agatha al parque de atracciones.
A los dos meses me llamó vuestro hermano Nathan, y la única conclusión a la que pude llegar es que me dejásteis allí porque para vosotros solo era un estorbo.

Fotocopia de la nota de suicidio encontrada en el cuerpo de la víctima.
Experimento número 25
Resultado: FALLIDO

jueves, 15 de diciembre de 2016

Relato - Procesión funebre

Caía la lluvia incesante en aquel pequeño pueblo del norte. En una rústica casa, el viejo Santiago contaba historias a sus nietos al calor de la hoguera. A Santiago le encantaba contar historias de su juventud a sus nietos, Tomás y Laura.
—Abuelo, —dijo Tomás el nieto mayor—. ¿Tú crees en fantasmas?
—Claro que creo en fantasmas, como aquel mismo que tiene Laura detrás de ella.
La pequeña  se giró con cierto miedo para ver si había uno, pero para su alivio no había nada.
— ¡Abuelo! —replicó la pequeña Laura—. No me gastes esas bromas. Además yo sé que los fantasmas no existen, me lo dijo mamá.
El viejo Santiago soltó una pícara sonrisa.
—Bueno, entonces si sois tan valientes no os asustareis de un pequeño cuento de fantasmas, ¿verdad? —dijo el anciano con tono desafiante.
Los niños respondieron con silencio, y una mirada fija en su abuelo que reflejaba la curiosidad de la niñez. Aquella expresión era la favorita del viejo Santiago. Sin más dilación comenzó a contar su relato.
—Esta historia pasó en mi niñez, cuando tenía más o menos la misma edad que Tomás. Era verano, un verano bastante caluroso. Yo estaba deseoso de empezar mis juegos con mi hermano, Jeremías,  pero él no se encontraba muy bien. Pasaron los días y su salud empezó a empeorar, tanto que una noche tuvimos que traer de emergencia al médico del pueblo. El hombre les dijo a mis padres que Jeremías tenía tuberculosis, una enfermedad muy grave y difícil de curar, sobre todo en aquellos lejanos años.
»Con el transcurrir del verano la salud de mi hermano pequeño empeoró, y no daba mucho resultado el tratamiento que le impuso el médico. Algo que noté era que el médico tenía muy mal aspecto Estaba muy pálido, ojeroso y cansado. Era como si no hubiera dormido en muchos días. También estaba muchísimo más delgado. Efectivamente el aspecto de aquel hombre era casi tan enfermizo como el de mi hermano.
»Yo hacía todo lo posible por mi hermano para que estuviera feliz. Le contaba cuentos por la noche, le traía insectos del campo, le hacía compañía… Su salud no mejoraba con esto, pero al menos volvía a sonreír como antes.
»Una noche, cuando yo estaba a punto de dormir noté un olor en el aire, un olor a cera de vela encendida. Procedía de afuera así que me fui a la ventana para ver lo que pasaba. Lo que vi me dejó sin aliento. Era una procesión, una procesión de fantasmas con túnicas negras. Apenas eran visibles. Formaban dos hileras y cada uno llevaba consigo una vela encendida, de ahí procedía el olor a cera. Me quedé paralizado de terror, no sabía cómo reaccionar. Iban con paso lento y susurrando oraciones que yo no entendía. Me fijé en quién encabezaba la procesión, y me quedé más impactado aún. Era el médico del pueblo, aquel que había visitado a mi hermano. Su  aspecto era mucho peor que en el día, parecía un muerto viviente. Llevaba con él una gran cruz y una especie de caldero.
»La procesión avanzaba muy lentamente, parecía que se dirigía hacía mi ventana, pero en realidad se pararon en la ventana de al lado, la ventana del cuarto de mi hermano enfermo. Se pararon a pocos metros de esa ventana y seguían rezando con un tono de voz muy sombrío y escalofriante. Estaba asustadísimo, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho, estaba paralizado por el miedo.
»Me desperté en mi cama, todo había sido un sueño. En ese momento oí unos llantos procedentes de la habitación de mi hermano. Mis padres y la criada estaban llorando, mi hermano acababa de morir esa misma noche. En ese entonces el médico fue a confirmar la muerte de Jeremías.
El viejo Santiago miró a sus nietos. Los dos, tanto Tomás cómo Laura, estaban mudos, pálidos y temblando. En ese momento el abuelo se arrepintió de contarles esa historia a sus pequeños nietos.
—Pero solo fue un sueño —dijo, intentando rectificar su error—. No os lo toméis tan enserio. Venga a dormir si no queréis verlos.
Entonces los dos nietos se fueron, le dieron las buenas noches a su abuelo y marcharon hacia la cama. El anciano también estaba sucumbiendo al cansancio, así que se acomodó en el sofá para dormir.
—Huele a cera… —dijo antes de caer en el más profundo y largo sueño.

martes, 13 de diciembre de 2016

Relato - Madre Europa

Oigo un susurro en el viento, la tenue llamada de una madre que agoniza, el brillo de un Sol que se abre paso con dificultad entre las negras nubes que desde hace demasiado tiempo lo cubren, el lento crepitar de un fuego milenario que está a punto de apagarse. Violada, saqueada, ultrajada, humillada, traicionada, vencida y conquistada, la vieja Europa llama a sus hijos. Sus templos destruidos, sus filósofos asesinados, sus poetas, bardos y escaldos censurados, sus sabios druidas proscritos, sus sorguiñas, seidkonas, vestales… quemadas en la hoguera. Mi sangre me llama a través de milenios y mi corazón palpita con el recuerdo de mis antepasados, de los héroes que elevaron megalitos, dólmenes, altares, estatuas… que a duras penas se han salvado del genocidio perpetrado por la espada de Sion.
Desarraigados, tus hijos te han olvidado. Tus arboledas sagradas fueron taladas, tus santuarios profanados, los viejos dioses denostados. Pero algo late dentro de todos nosotros, grabado a fuego en nuestra memoria genética. Algunos te hemos encontrado, Sagrada Madre, algunos hemos vuelto a ti. Pese al poder de sus mentiras, pese a la maldad de sus crímenes, no han podido conseguir que sus hijos olviden por completo a su madre.
Aún no estás vencida del todo, aún quedamos algunos que te somos fieles y estamos dispuestos a luchar por ti. Tu legado no se perderá, tu fuego no se apagará, te abrirás paso de nuevo entre las tinieblas.Renacerás. Una tormenta se avecina, la furia de tus hijos se desatará tarde o temprano. Los lobos proscritos vuelven a emerger del bosque, Wotan ensilla de nuevo su caballo y prepara su Hueste Salvaje. La decadencia llegará a su fin, la traición será vengada, tu sagrado suelo será de nuevo libre. La Cruz Solar resplandecerá de nuevo. Son tiempos difíciles, pero tu pueblo se resiste a morir. Aunque sea en una cabaña destartalada en medio del bosque, en las ruinas de un viejo templo destruido, en las montañas alejadas del pestilente ambiente de las ciudades, en los ríos, los lagos… tu legado ha sobrevivido hasta nuestros días.
Sagrada Madre, esclavizada durante siglos, escucha mi juramento de fidelidad. Toma mi mano y deja que te ayude a levantarte. Juro que los expulsaremos al desierto otra vez, juro que te liberaremos. Escúchame, Madre Europa, no vas a morir. Somos pocos, pero somos los más fuertes. El corazón de nuestros enemigos se estremecerá con el aullido de los últimos lobos europeos.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Relato - Cicatrices

¿Qué que me pasa?
No estoy enfadada, no estoy triste.
Quizá sea simplemente que me eres indiferente, que ya no eres esa herida en lo más profundo de mí de la que brotaba la cálida y espesa sangre a borbotones. Cuando cada gota dolía como si un hierro candente estuviese permanentemente adherido a mi piel y la temperatura no disminuyera.
Ahora es la calma apacible que provoca el hecho de que seas una cicatriz. Ahora el dolor es constante, algo a lo que acostumbrarse hasta hacerlo más soportable.
Pero el problema de las cicatrices es que son indelebles. Están ahí arraigadas y no se pueden borrar aún con el paso del tiempo. El problema es precisamente ese, que te has hecho algo duradero en mi vida, y ya no me resulta fácil ignorarlo.
Y no sé cómo manejarlo. No sé qué hacer, porque nunca imaginé que cuando esto cicatrizara, el dolor constante superaría con creces la dolencia anterior.
Pero claro, nunca te podré decir que eres esa marca grabada en mi piel.
Nunca podré admitir que te has ganado a pulso el hecho de ocupar cada uno de mis sueños y pesadillas. Y nunca podré mirarte a los ojos, ser tan valiente como tú y reclamar un beso de tus labios como mío.
Porque perdí ese derecho cuando me enamoré de ti. Y ahora ya todo se basa en formalismos, en una cortesía tan fría como tu piel antes de abrazarte durante la noche.
Todo se rompió. Digamos que mi herida fue obligada a cauterizarse a marchas forzadas por causas ajenas, digamos que fui obligada a curarme de ti a base de cosas que yo no habría elegido.
Y ya no somos las mismas. Tú también has cambiado aunque no lo notes, no seas consciente o lo hayas hecho adrede. Quizá haya sido lo mejor según tú.
Pero después de todo esto siguen lloviendo sobre mí las preguntas sobre mi estado de ánimo.
¿De veras son necesarias?
Es simplemente la lucha de una cicatriz que se ha formado y trata de contener un torrente de sentimientos que antes me desangraba.
No sé si decirte que cuanto trato de superar mi adicción, lo hago con las personas menos indicadas.
Así que concluyo mi alegato diciendo que ya no sé qué me duele.
Si el hecho de que no me hieras como antes, o precisamente que echo de menos aquel tiempo en el que te importaba tanto como para no hacerme daño.
Quizá nuestras mutuas indiferencias son tan afiladas como el filo de un puñal y se me clavan en el alma, tan certeras como un fragmento de hielo que me quema por dentro.
Quizá simplemente te echo de menos, o simplemente no quiero echarte de menos. O echo de menos las ganas de echarte de menos.
O tal vez lo que me suceda es que estoy perdida y ya no sé cuántos puntos de sutura le he dado a mi corazón y a mi mente.
Quizá solo me haga falta salir a la superficie para respirar.

martes, 29 de noviembre de 2016

Relato - Razhak y Lyzard: Primer encuentro

Aquí os dejo un extracto de mi libro no publicado: Olvidados por los Dioses (Segunda Parte)

Razhak y Lyzard: Primer encuentro.

[…]
La guerrera continúa con su visita. De pronto se encuentra con uno de esos corrales de prácticas y con una media sonrisa decide probar suerte.
Se aproxima a la verja y espera pacientemente a que finalice el combate que está teniendo lugar. Un muchacho castaño, de pelo largo y ojos oscuros, se enfrenta encarnizadamente a una joven con la cabeza rapada. Ambos son muy hábiles, pero la mujer es más rápida. Con un veloz giro sobre sí misma desarma a su oponente.
Cuando terminan, ambos se estrechan las manos y la chica echa un vistazo a su alrededor, con superioridad. Su mirada encuentra la de Razhak y la increpa alzando la barbilla.
— ¿Eres tú la siguiente? —le pregunta— Bien, dicen que los de tu raza valen la pena como oponentes y eres la primera que veo por aquí. Quiero comprobar si los rumores son ciertos.
—Espero satisfacer debidamente tu curiosidad —desafía la guerrera.
Cuando salta dentro del corral y desliza la mano hacia el cinto para desenvainar la espada, un hombre alto pone la mano en el hombro de la joven rapada y la retiene, ganándose una mirada de desdén por parte de ésta.
[…]
—Pero tú me has superado, me quito el sombrero ante ti —Rudy parece realmente admirado—. Lo que cuentan de tu raza es cierto e incluso parece que se queda corto.
—Por desgracia me has quitado el… placer de comprobarlo por mí misma— añade sugerentemente una voz tras ellos.
Cuando se dan la vuelta ven a la chica de la cabeza rapada, con un puñal en cada mano.
—Yo soy Lyzard. Y, si nadie se opone, voy a combatir contra ti —afirma, lapidariamente.
Razhak asiente con la cabeza y mientras se dirige al baúl donde están las espadas de prácticas, no puede dejar de notar como la mirada de Lyzard se clava en ella, analizándola.
Cuando le devuelve la mirada, la guerrera se da cuenta de que la muchacha a la que está a punto de enfrentarse tiene un ojo de cada color. El derecho azul y el izquierdo verde. Eso le trae recuerdos de una mirada que le hace estremecerse. Kara y Neifile vuelven a su imaginación para regalarle un escalofrío que la recorre por completo.
—Pensaba que era difícil encontrar a alguien de tus… características —Razhak vacila antes de decir esta frase.
La joven la mira aún más fijamente y sus ojos desprenden un brillo malicioso.
—Mi madre era una súcubo, si es a lo que te refieres. Se enamoró de un hombre y yo fui el fruto de sus encuentros. Pero no está en nuestra naturaleza el saber llevar una larga y próspera relación, así que mi madre tuvo que huir para salvarle la vida. Me tuvo a mí, pero tampoco tenía demasiado instinto maternal, así que digamos que nunca hemos tenido mucho contacto —aclara la muchacha.
—Bueno, no quiero posponer más el combate, así que comenzamos cuando quieras —dice la guerrera.
—Estoy de acuerdo. Perdona, no suelo perder el tiempo con charlas banales. Soy más de actuar —repone Lyzard, calmada pero sensualmente.
Ambas adoptan una posición de tensa espera. La rah-zaken sopesa el arma. Es mucho más ligera que Zah-Erin, lo que le aportará velocidad. Pero a la guerrera le da la sensación de que se le va a deshacer en las manos. Es mucho más frágil que una espada legendaria, sin duda.
Las dos contrincantes van dando vueltas, retándose y evaluándose con la mirada, pero ninguna da el primer paso. Al evaluarla, Razhak no puede evitar pensar que es una mujer muy atractiva. Tiene la cara afilada y la nariz pequeña, respingona y su media sonrisa crea un hoyuelo en su mejilla. Además, tiene los labios delineados y sugerentes y el pelo que le cae de forma desordenada sobre un lado del rostro, junto con el rapado, le dan un aire salvaje.
Lyzard parece darse cuenta de que la guerrera no está pensando precisamente en la mejor manera de derrotarla, porque empieza a mover sensualmente las caderas sin dejar de dar vueltas. Es un movimiento casi imperceptible, pero es captado por la guerrera, que teme ruborizarse en medio del combate.
— ¿Nerviosa, rah-zaken? —tantea la chica.
—El término exacto sería… ansiosa —ante este comentario, Lyzard abre los ojos con sorpresa y con interés— por probar tus puñales —aclara Razhak, sonriendo cortésmente.
La otra joven alza una ceja, quizá avergonzada por haberse puesto en evidencia, así que sin más preámbulos lanza un ataque directo con uno de los puñales, casi por probar. Razhak lo frena sin esfuerzo y le devuelve el ataque, pero Lyzard parece conocer el punto por el que la guerrera va a intentarlo e interpone ambos puñales cruzados para frenar el ataque en seco.
La guerrera reacciona rápido y nada más rozarse los metales se gira para situarse detrás de su rival, que ya no está allí. Sin embargo, para sorpresa de la guerrera, de pronto siente un cuerpo pegado a su espalda y el frío metal de una de las armas de su oponente en el cuello. Nota la respiración tranquila y acompasada de la joven súcubo en la nuca y sus curvas amoldándose a su espalda. Se queda congelada, sin saber cómo reaccionar.
—Bueno, guerrera, ya has probado mis puñales. Espero que te hayan dejado satisfecha. ¿Hay algo más que desees probar? —susurra.
—De momento estoy servida, gracias —responde la rah-zaken.
—Una pena. Me habría gustado ver cómo salías de esta —se lamenta Lyzard.
Dicho y hecho. Razhak mete su pierna entre las piernas de la otra joven que, despistada como estaba, no se lo espera y se desequilibra. La guerrera le da un golpe seco en el estómago que la deja sin respiración y cuando se repone y va a contratacar, la rah-zaken la ha agarrado por las muñecas.
Sus rostros quedan muy cerca y sus ojos a la misma altura. Los de ambas brillan.
—Ya que no me has dejado mostrar mis habilidades con la espada, he pensado que a lo mejor te gustaría ver cómo me desenvuelvo… cuerpo a cuerpo —sugiere la guerrera.
Nota como la súcubo forcejea entre sus manos. Es fuerte, pero la rah-zaken también. Ejerce un poco más de presión sobre las muñecas y ve cómo Lyzard aprieta la mandíbula.
Si aprieta lo justo puede partírselas. La otra joven lo sabe.
La guerrera aprieta más y, finalmente, Lyzard profiere un quejido.
— ¡Vale! —exclama—. Me rindo.
—No falla nunca —sonríe Razhak.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Relato - El taxista

Fernando iba en su taxi, recorriendo la oscura carretera. La oscuridad de la noche le impedía ver nada, pero el ya estaba acostumbrado a ese itinerario. Había terminado su jornada laboral, ya lo único que le quedaba era dejar el taxi en la central y volver a casa con su esposa.
Todo parecía normal, como todos los días, hasta que vio a una joven parada en la carretera. Iba desaliñada, con una blusa blanca bastante sucia. Parecía que se había perdido. Sin pensárselo dos veces el taxista paró el auto.
Sin decir nada la chica subió al auto, empapando la tapicería trasera en el proceso, consiguiendo así que Fernando pusiera una ligera expresión de desagrado.  Al subirse la joven, el conductor le preguntó lo mismo que les preguntaba a todos los clientes que subían a su taxi, una rutina que llevaba repitiendo muchos años.
— ¿A dónde quiere que nos dirijamos, joven? —preguntó Fernando, con su habitual tono desenfadado que le caracterizaba.
—Mi casa está en la próxima ciudad —dijo la joven secamente—. Allí le diré donde me tiene que dejar.
Sin decir nada más, el conductor arrancó el taxi. En dirección a la ciudad donde tenía previsto dirigirse. El viaje fue muy silencioso, cosa que inquietaba a Fernando, el cual gustaba de charlar con sus pasajeros. Echó una mirada fugaz a  la chica que llevaba en el asiento trasero. Se veía como distante, con la mirada perdida. Esto preocupó al taxista.
—Oye, muchacha. ¿Te encuentras bien? No tienes muy buena cara.
—No se preocupe. Estoy bien —le respondió la chica con una casi imperceptible sonrisa.
El viaje continuó sin problemas. Hasta que, sin previo aviso, la misteriosa joven dijo una frase que helaría la sangre a cualquier persona normal. Habló con una inquietante voz trémula.
—Tenga cuidado. En esa curva morí yo.
Después de oír eso Fernando disminuyó la velocidad del taxi, y tomó la curva con mucho cuidado.
—Es cierto, guapa. Las curvas en esta carretera son muy traicioneras. Menos mal que yo me la conozco —dijo Fernando despreocupadamente con una sonrisa.
La chica le miró con una gran expresión de sorpresa. En todos los años en los que llevaba haciendo su “trabajo” nunca le había pasado algo como eso. Tenía que preguntarle, seguramente lo entendió mal.
— ¿No lo ha entendido? ¡Hace muchos años yo morí en esa misma curva! ¿No le aterra llevar un fantasma en su auto?
En respuesta, Fernando soltó una risotada.
—Ja, ja,ja. Mira, cielo. En todo el tiempo, y te puedo decir que ha sido bastante, que llevo en el oficio he escuchado historias mucho más raras que la tuya. Ya estoy curado de espanto.
El fantasma de la chica se había quedado con la boca abierta de la impresión Siempre que hacía su “trabajo” o afición (según como se vea) nunca le había pasado esto. Sus víctimas siempre caían víctimas del miedo y del terror. Lo que hacía descontrolar sus coches, y morir en la misma curva donde ella murió tiempo atrás.
«Definitivamente, ya es hora de que me tome un pequeño descanso» pensó el fantasma. Y sin decir nada, desapareció del asiento trasero del taxi, dejando sólo al único hombre que le había vencido.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Relato - Viaje por los nueve mundos

Tumbado en la cama, escuchando la lluvia caer en la calle, apago las luces y las notas de Rundgang Um Die Transzendentale Säule Der Singularität de Burzum me trasladan a un estado de tranquilidad. Así comienza mi viaje por los Nueve Mundos. Como el Padre de Todo, colgaré durante nueve noches del árbol el cual nadie conoce el origen de sus raíces para obtener la sabiduría, para descubrir las runas. Sosegado, en la oscuridad de mi habitación, recuerdo los tristes acontecimientos recientes, la felicidad de los dos últimos años, mis años de estudiante en Granada, mi adolescencia, mi infancia más remota… y sigo viajando en el tiempo, hacia la época de mis antepasados godos y celtíberos y aún más allá, hacia la Era Ancestral. Me veo de pronto tumbado, cubierto de pieles, en una cueva, con un frío glacial en el exterior. Es la vieja Europa de hace miles de años. Viajo aún más, hacia el nacimiento de la Tierra y aún más, ahora soy sólo polvo de estrellas, y llego al origen de todo, al Vacío Primordial, donde está concentrada toda la energía latente, pero aún sin forma ni manifestación. Es el caos primigenio, antes del nacimiento de Ymir.

Helheim

He descendido al Reino de los Muertos, donde está el principio de todo y donde al final todo regresa. Es un lugar sombrío, lleno de nieblas, en el que se siente una gran energía. He visto a Ensi de nuevo, me ha recibido en la Playa de los Cadáveres, donde están la gente sin honor y los condenados. Ella me ha reconfortado y me ha guiado hacia adentro, donde estaban mis abuelos. He podido darles un abrazo y ver que están bien. En aquel lugar no hay dolor, tampoco placer, sólo hay quietud. Me han conducido ante Hela y Garm, su perro guardián, me ha recibido con ladridos. No le gustan los vivos.
La Diosa de la Muerte me ha dicho que aún no ha llegado mi momento y que no me preocupe demasiado de las cosas, pues al final todo pasa y lo que surge del Helheim regresa a él. Todo son ciclos y al final hay que morir para volver a nacer. He sentido cierto miedo, estaba ante la muerte, incluso he llegado a creer que no podría salir de aquel lugar, pues quienes visitan ese reino nunca pueden regresar después. Sin embargo yo sólo estaba de paso allí, como Odín, que descendió para recoger las runas y luego regresó. He abandonado ese lugar oscuro recibiendo la fuerza primigenia, recuperando mi vigor. He meditado con la runa Uruz y he recibido su energía. No lo he visto, pero sé que el buen Balder estaba allí y que un día regresará, pues el Sol siempre vence a la oscuridad.

Svartalfheim

Desciendo desde las cavidades de las montañas hasta lo más profundo de la Tierra y desde allí, por grutas angostas, llego a Niðavellir, los Campos Oscuros, el Reino de los Tuergos. En aquel lugar puedo ver a los tuergos trabajando afanosamente, todo lo que me rodea es oscuro, este es el interior profundo de la Tierra y no alcanza el Sol. Visualizo una fortaleza llena de tesoros, de diamantes y otras piedras preciosas, paredes de oro y grandes y magníficos artefactos. Todo tiene una atmósfera steampunk. Siento el gran poder de la Tierra y todas sus energías.
Al salir de la fortaleza se extiende una gran llanura, como en otro plano de la realidad, y tras ella un bosque oscuro. Me adentro en él y siento como los elfos oscuros me asaltan. Un aura de protección impide que lleguen a tocarme, pero todos intentan asediarme. Mi fylgja, mi seguidor, me protege de ellos y visualizo la runa Nauthiz. Allí están mis miedos más profundos, mis temores infantiles, mis pesadillas, todos los traumas que a lo largo de mi vida me han asolado. Es el miedo, los nervios, las energías más primarias, las bajas pasiones, las manías, los vicios, los instintos más bajos, los celos, las fobias, los odios…
Todo ello me asalta, de ese miedo se nutren los elfos oscuros y los elfos negros, pero paso sereno entre ellos y no pueden dañarme. Los tuergos, en cambio, representan lo material, la tecnología, la creación, pues son formidables artesanos. En ese mundo subterráneo habitan criaturas sin ojos, alimañas peligrosas, seres celosos de su propiedad que recelan de todo intruso. Por eso debo marcharme pronto de allí. A los seres del mundo exterior nos consideran débiles e inútiles, pero se nutren de nuestros miedos.
Antes de irme dejo allí todas mis inseguridades, todo mi odio, todos mis miedos, todo el rencor acumulado durante años. Esos malos sentimientos, esas bajas pasiones, quedan allí enterradas y yo me nutro de las fuerzas positivas de la Tierra, de su energía telúrica, que me reconforta y me hace aprender de todas las malas experiencias.

Jotumheim

Thor, mi protector, el amigo de los hombres, me sube en su carro y me lleva surcando los cielos hasta los confines de Miðgarð. Una imponente cadena de montañas heladas marca el final de nuestro mundo y allí es donde el Dios Tronador me dice que no puede acompañarme, que este viaje me corresponde a mí solo. El hijo de Odín se quita su cinturón y sus guantes y me los entrega, después me da su poderosa arma, el Mjöllnir. Voy a necesitar esto en mi viaje.
Desciendo por las escarpadas montañas y siento como antiguos ojos me observan. Un viejo y oscuro bosque cubre la ladera y escucho aullidos profundos que me hielan el corazón. De entre los árboles emerge un imponente lobo, mayor que cualquiera que jamás haya visto. Se abalanza a por mí, ese lobo son mis miedos, mis aflicciones… es uno de los lobos de Angrboda, la giganta que envía los pesares. Sin temblar empuño el Mjöllnir y lo lanzo contra él, abatiéndolo. El martillo de Thor, cubierto por la sangre de mi enemigo, regresa despacio a mí con sólo extender la mano derecha.
Sigo avanzando y esta vez es un terrorífico troll quien me ataca. Me intenta golpear pero yo esquivo sus acometidas una y otra vez hasta que en un descuido, el martillo impacta sobre su cabeza y lo deja fuera de combate. Sigo avanzando y son muchos los espíritus salvajes que me acechan, pero siento el poder del Mjöllnir, esta magnífica arma forjada por los tuergos me protege de todo mal.
Por fin llego a Jotunheim, el Reino de los Devoradores. Es un lugar agreste, descomunalmente grande y ante mí aparece un viejo conocido, es un jotun que hace diez años me destrozó la vida y casi acaba conmigo y que regresó para terminar su trabajo. Esta vez, aunque infringió un gran dolor, no pudo derrotarme, lo puse de rodillas y ahora estoy aquí, en su propio hogar, para devolverle la visita. Es enorme y yo parezco insignificante frente a él. Aquí cobra un gran poder, estamos en su mundo, pero yo lo dejé malherido en el último enfrentamiento.
Como no pudo acabar conmigo atacó a alguien muy importante para mí, más vulnerable, y le causó un gran dolor. Ella no pudo vencerle pero hoy estoy aquí para vengarme y visualizo la runa Thurisaz, lanzo el Mjöllnir sobre él y consigo derribarle. A mi merced, después de un duro combate, destrozo su cráneo en mil pedazos. La vieja deuda está saldada.
Sigo adelante y llego a la imponente ciudad de Utgard. Aquí estoy en zona desconocida, fuera del recinto protector, soy como un ratón en medio de criaturas que pueden aplastarme en cualquier momento. Aquí está la ira, la lujuria, las energías salvajes, la fuerza bruta y destructora. Los Devoradores, los Etones, los Gigantes, moran este lugar. A veces es necesario un estallido de ira para limpiar todo, para barrer y empezar de nuevo. La tormenta desatada con toda su violencia puede arrastrar aquello que está viejo e impide que la Naturaleza se renueve.
Los gigantes son una raza muy antigua, más que los dioses. Son sabios y poderosos y no puedo marcharme de aquí sin buscar el Pozo de Mímir. Con dificultad llego a él y logro beber de sus aguas, aunque sólo un trago minúsculo, casi insignificante. Todas mis vivencias, todo lo que me ha ocurrido, sin duda me han hecho más sabio y regreso a Miðgarð con ese conocimiento que he obtenido.

Nifelheim

Me adentro en el Hogar de la Niebla, un blanco brillante me ciega al llegar aquí, todo es frío, todo es quietud. Siento una gran calma, un silencio absoluto, no sopla el viento ni hay animales o ruidos de ninguna clase, sólo una tremenda quietud y la sensación de que todo está en un estado latente.
Camino por entre la espesa niebla y puedo ver andar en silencio a los gigantes del hielo. No reparan en mí, un insignificante humano que se estremece ante la sensación de inacción absoluta que hay en este mundo. Puedo ver a Niðhöggr, royendo las raíces del Yggdrasil, incesante pero en silencio. Últimamente ha habido una gran convulsión en mi vida y necesitaba esta paz, esta quietud. Necesitaba la calma absoluta de la que disfruto en este lugar. Cierro los ojos y me viene a la mente la runa Isa que me transmite paz y la sensación de que en la vida hay momentos en los que se debe recuperar la calma, reposar, dejar que las cosas vuelvan al punto original y mantenerse a la espera.
A veces tengo la sensación de querer hacer muchas cosas a la vez, un gran nerviosismo, siento que se me acaba el tiempo, como si tuviese prisa por vivir, tal vez porque siento que he desperdiciado mucho tiempo y tengo ansia por recuperarlo. Pero ahora es el momento de recuperar la tranquilidad, de actuar con calma, de tener paciencia. Siento una gran relajación aquí pero he de regresar y continuar mi vida después del necesario parón para recuperar las fuerzas.

Miðgarð

Nuestro mundo, nuestro plano de la realidad, es el mundo consciente. Apenas conocemos nuestra Tierra, nuestro Sistema Solar… pero el Miðgarð es inmenso, inimaginable a nuestra mente humana. Vivimos en la Tierra Media, en donde se produce el equilibrio de los extremos, somos criaturas vulnerables, imperfectas, débiles… simples mortales que a lo sumo en el mejor de los casos no estaremos más de noventa o cien años en el Miðgarð. Eso no es nada comparado con los millones de años que nos contemplan.
¿Por qué estamos aquí? Es la gran pregunta que todos nos hacemos y la respuesta sólo el Altísimo la conoce. Debemos aprender de nuestros numerosos errores, crecer, evolucionar… aprovechar el viaje, que dura muy poco. La vida es un regalo, una oportunidad y al ser imperfectos, podemos mejorar y aprender sin fin, podemos dejar un legado a nuestros sucesores y tenemos la obligación de custodiar la llama de nuestros antepasados.
Uno ha de hacerse una pregunta ¿quiero pasar por el Miðgarð sin pena ni gloria? Yo tengo claro que no, que no quiero ser sólo uno más de los que nacen, viven y mueren. Quiero trascender, quiero que mi espíritu se eleve, quiero dejar un legado y quiero que mi fama sea grande. Quiero que mi vida tenga un sentido.
He desperdiciado demasiado tiempo y ahora siento que hay mucho por hacer y no sé si una vida alcanza para conseguirlo. He caído mil veces y al comienzo de mi viaje por los Nueve Mundos estoy de nuevo en el suelo, pero me levantaré otra vez. Medito con la runa Jera, la cosecha recogida, la justa recompensa a mis esfuerzos. Siento el vigor de Freyr y comprendo que, como en los ciclos naturales, como en las estaciones, hay un tiempo para cada cosa y al final se trata de morir y resucitar una y otra vez. Aquí, en el mundo consciente, puedo valorar lo que ha sido mi vida hasta ahora… y decidir lo que quiero que sea en el futuro.

Muspelheim

Viajo hacia el sur, hacia el Reino de los Gigantes de Fuego, de donde según las viejas historias vendrá la destrucción de todo, donde comenzará el Ragnarok. Surtur, el rey de los gigantes del fuego, blandirá su espada ígnea y arrasará con todo nuestro mundo. ¿Una tormenta solar? ¿El cambio climático? ¿Un holocausto nuclear? La Profecía de la Vidente se puede referir a muchas cosas…
El fuego desbordado es destructor y arrasa con todo, puede devastar como en un incendio forestal, como en una erupción volcánica… pero si consigues domarlo, es fuente de vida, nos da calor. El mayor salto evolutivo de nuestros antepasados fue domar el fuego. El fuego domesticado es la antorcha, es la luz entre las tinieblas, es la llama de la esperanza en medio de la oscuridad, es el calor del hogar que nos libra del frío, es la chispa de la creación.
Aquí siento mucho calor, sudo y, como en una sauna, expulso todo lo malo por los poros de mi piel, para quedar renovado. Es el fuego purificador, es el fuego de la regeneración que desbocado puede destruir todo. Me concentro en la runa Kaunaz, siento su energía, su luz. Siento su inspiración, la fuerza creadora necesaria para activar la materia dormida del frío y comenzar a crear de nuevo. Mi viaje está finalizando, ya sólo me quedan tres mundos por visitar, los más elevados. De aquí me llevo la chispa creadora necesaria para seguir adelante, la antorcha para iluminar mi oscuridad. Las tinieblas están llegando a su fin.

Vanaheim

Me adentro en la profundidad del bosque, donde todo es verde a mi alrededor. La densidad de la silva es abrumadora y veo una cueva con pinturas ancestrales en sus paredes. Me adentro en ella igual que si fuese a las entrañas de la Madre Tierra y veo en el interior, iluminadas por una tenue luz, a dos mujeres de exuberante belleza, con la cara pintada de rojo, bailando alrededor del fuego. Son sacerdotisas de Neþus y al verme entrar me toman dulcemente de las manos y me besan en las mejillas. Me despojan de mis ropas y siento su cálido y reconfortante abrazo. Me conducen al interior hasta un túnel y al otro lado, saliendo de la gruta, se abre ante mis ojos el mayor espectáculo natural que jamás haya visto. Es el Reino de los Vanir.
Los colores aquí son mucho más intensos, hay tantos tonos de verde que mis ojos mortales no pueden distinguirlos todos. A mi alrededor la vida florece sin parar. Estoy completamente desnudo, sintiendo la suavidad de la brisa y el agradable rocío moja mi piel al caer desde las copas de los árboles. Todos los arbustos, los árboles… que me rodean, tienen frutos sabrosos y me decido a probarlos. Al hacerlo mi paladar estalla de placer y siento un irresistible deseo, pasión sin medida, mi corazón se acelera, todo aquí estimula mis sentidos.
Los animales aquí son más grandes que en nuestro mundo, hay una cantidad incontable de ellos, sus pelajes brillan, el canto de los pájaros es como la más hermosa de las sinfonías y los benéficos Vanir me miran desde todas partes. Este es un lugar mágico, el seiðr aquí es tan cotidiano que para los habitantes de este mundo es como respirar. Siento una energía benéfica indescriptible, la fertilidad, la creatividad, el poder generador se apodera de mí. Llego hasta un lago de aguas cristalinas y me zambullo en él. Bajo sus aguas me siento joven, sano por siempre, y al salir de él es como si todos mis males hubiesen desaparecido. Estoy renovado, regenerado.
Medito con la runa Berkana y vienen a mi mente mi nacimiento, mi infancia, mi adolescencia, mi primer beso, la primera vez que compartí placeres con una mujer… incluso veo mi vejez y mi muerte, que están por llegar. Todo es un ciclo, todo es renovación, nacimiento, muerte y resurrección. Abandono este reino con la energía renovada, con mis heridas sanadas y con la fuerza creadora que necesito. Como si hubiese muerto y vuelto a nacer.

Alfheim

Me adentro en la espesura del bosque, es la hora del atardecer, el día y la noche se mezclan y es ahora cuando los elfos, las hadas y los espíritus del bosque en general se dejan ver. Llego a un cruce de caminos y escucho una dulce voz, una canción a lo lejos y veo unas luces en la profundidad del bosque. Me decido a seguirlas y llego a una gruta con una cascada. Ante mí se descubre el puente del Bifrost y avanzo sobre él, rumbo a los lugares más elevados de la consciencia.
Llego al Reino de los Elfos de la Luz. Aquí todo es puro, todos los habitantes de este lugar se comunican mediante el galdr, la más hermosa melodía. Cuando los humanos cantamos imitamos torpemente el lenguaje de los elfos, mucho más puro y perfecto que el nuestro. Todas las casas y los edificios no son como los nuestros, torpemente construidos, sino que ellos plantan fruta mágica de la que sólo existe en los árboles de su mundo, se arrodillan y rezan, haciendo que broten del suelo como un árbol más. Hasta los edificios son seres vivos aquí.
Los elfos respetan escrupulosamente la vida y no cazan ni talan árboles, se alimentan de esta fruta mágica y con ella plantan sus edificios. A diferencia de sus parientes los elfos oscuros, los elfos de la luz sólo conocen sentimientos elevados. Son nobles y orgullosos, desconocen el odio y las bajas pasiones que nos mueven tantas veces a nosotros. El materialismo carece de sentido para ellos, pues aquí todo es abundante y nadie envidia la suerte del otro ni pasa necesidad. Matan a aquellos que les intentan causar daño, pero desconocen la tortura y son incapaces de hacer sufrir a un ser viviente.
Aquí viven las hadas, que a veces visitan nuestro mundo, que nos cuidan y protegen. Ven a los humanos como criaturas frágiles e imperfectas de las que ocuparse. Este mundo irradia una gran fertilidad, la magia y la música son algo cotidiano. Los elfos no tienen el poder de los vanir, pero conocen la magia y la emplean en todo. Así mismo, ni las grandes obras de Wagner, Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi… pueden siquiera compararse a la composición más sencilla de uno de los elfos.
Es un mundo lleno de luz, los elfos viven de la luz del Sol, sin ella se mueren y es de los rayos solares de donde reciben su energía mágica. La temperatura de este reino es cálida y agradable, un halo sagrado de luz desciende entre los árboles y los elfos, las hadas y todos los seres de luz que habitan aquí pueden hacer crecer plantas con sólo cantarles. También comprenden el lenguaje de los animales.
Llego a la morada de Freyr, el Señor de los Elfos, que reina en este lugar. El Dios del Bosque, de la fertilidad, me da su bendición y siento como una agradable sensación de bienestar inunda todo mi cuerpo. El tiempo pasa muy rápido, las horas parecen segundos aquí, por eso muchos humanos no pueden volver cuando se adentran en este lugar. Me concentro en la runa Elhaz que me da protección y me conecta con lo divino. Muy cerca está Ásgarð, estoy casi rozando a los más Altos Dioses. Mi viaje está llegando a su fin y de este lugar me llevo la nobleza y los sentimientos elevados que necesitaré en mi vida, pues el mundo en el que vivo está lleno de odio y negatividad. Todo nos impulsa al consumismo, a las bajas pasiones, a satisfacer placeres inmediatos, al egoísmo… los altos ideales de los elfos equilibran la balanza.

Ásgarð

Se abre ante mí, a través de las nubes, el puente del Bifrost. Asciendo despacio por él, dejando muy lejos la Tierra, dejando muy lejos el plano consciente de la existencia y ante mí aparece una imponente figura. El dios Heimdall me mira con talante serio y me hace un gesto invitándome a entrar. Estoy en la mítica fortaleza de Ásgarð, el hogar de los Æsir, el plano más elevado de la consciencia. Freyja me recibe al llegar y me da un abrazo, consolándome por todo lo que ha sucedido. Me mira con una sonrisa y me susurra al oído: “lo has hecho bien”.
Le doy las gracias y me besa en los labios, la Señora de los Vanir, la diosa del amor, de la pasión y del deseo. De su mano recorro los Campos del Pueblo, Folkvangr, donde todos aquellos artistas que lograron la trascendencia viven para siempre, donde descansan en paz la mitad de los caídos. Dejo atrás la morada de Valfreyja y llego al palacio de Forseti, el dios de la justicia, de la paz y de la verdad. El dios me sonríe, me dice que he de solucionar cuentas pendientes, a su debido tiempo.
Más adelante está el palacio de Thor, el amigo de los hombres, el protector del Miðgarð, el Dios del Trueno, mi dios tutelar y el protector de mi familia. El Hijo de Odín me reconforta y junto a él están los campesinos, los artesanos, los pequeños comerciantes… las gentes sencillas, los que siempre cumplieron con su obligación en vida. El Hijo de la Tierra me da su bendición y siento como el Mjöllnir de mi cuello se ilumina y resplandece.
Más adelante está Fensalir, el palacio de la gran Madre Frigg. La diosa de la familia, quien amorosamente me besa en la frente y me reconforta. Junto a ella está Eir, la diosa de la salud, quien pone sus manos sobre mí para alejar de mi cuerpo todos los males. Las doncellas del palacio me acompañan y al dejar atrás la morada de la Madre de Todo, una colina se alza ante mí. En lo alto está el edificio más imponente que jamás un mortal haya podido contemplar. Me aproximo hacia él y sus numerosas puertas, sus techos enormes, me dejan sin palabras. Es el Valhöll, el Salón de los Muertos.
Un impresionante banquete se presenta ante mí, veo brindar en sus cuernos a guerreros de todas las épocas. Los viejos enemigos están aquí alzando sus cuernos y compartiendo el hidromiel. Están los guerreros de Eriulfo y los de Frávitas, unos llevan la cota de mallas goda y los otros la loriga romana, pero ya no hay rivalidad entre ellos. Están los soldados de los Tercios españoles cantando alegremente con sus antiguos enemigos ingleses y holandeses, soldados de Napoleón ríen con prusianos, españoles, italianos… carlistas y liberales recuerdan viejas batallas, milicianos de la CNT y falangistas se abrazan y comparten la comida, soldados del Ejército Rojo y de la Wehrmacht hacen chanza de sus viejas disputas. Hermosísimas valquirias me sirven un cuerno de hidromiel y me dan a probar la carne del jabalí que muere y resucita cada día.
Presidiendo la mesa un anciano tuerto, cubierto por su manto, con dos lobos y dos cuervos flanqueándolo, se sienta sobre su imponente trono. Me acerco respetuoso al Padre de Todo y visualizo la runa Ansuz que me conecta con los Poderes Sagrados. El dios predilecto de Frigg me hace un gesto de hospitalidad, estoy en la mesa del Padre de los Ejércitos.
Wotan, el Furioso, hace un brindis en mi honor y todos los miles de guerreros de aquella salan levantan el cuerno por mi lanzando un salve que me hace estremecer de emoción. Con un gesto, Odín, el maestro del éxtasis divino, el dios de la trascendencia, me invita a sentarme en su trono. Desde aquí veo los Nueve Mundos y mis problemas parecen totalmente insignificantes. Me acompaña a fuera, el Dios de los Muertos, y ensillamos juntos a Sleipnir, el majestuoso corcel de ocho patas, viajando a la velocidad del pensamiento a un frondoso bosque.
Allí, en un claro del bosque, el Thul Supremo arroja las runas. Extraigo una: Othala, la runa de la propiedad ancestral. Eso es lo que he de conservar cuando regrese a mi mundo. El Rey de los Æsir me dice que superaré las pruebas, que lo haré sentir orgulloso, y se desvanece. Él es el mago primordial, el iluminador, el Alto Dios.

Regreso al Miðgarð

Despierto de un profundo sopor y estoy en mitad del bosque. He pasado aquí nueve noches enteras, entregado yo mismo a mí mismo. El bosque, refugio de proscritos y lugar de retiro para los ascetas. He viajado por los Nueve Mundos, pero aquí estoy de nuevo. Es el momento de volver, de retomar mi vida y de seguir adelante. Lo que he aprendido en este viaje me ha de servir ahora. Se avecinan tiempos difíciles, cambios, aventuras tal vez. El Sol Negro brillará con fuerza en mi interior.

domingo, 13 de noviembre de 2016

¡Papiros de Guerra cumple un año!

Ya ha pasado un año desde que este blog y nuestro grupo literario fue creado. Ha sido un año intenso y lleno de altibajos, de alegrías y decepciones, nuevos miembros se han unido a nuestra familia y otros nos han dejado; pero esto es solo el principio. Puede que seamos un grupo joven que apenas haya empezado a recorrer un largo camino, pero lo recorreremos juntos y llegaremos todo lo lejos que nos permitan nuestras letras. Muchas gracias a todos aquellos que nos habéis acompañado en el trayecto, a cada lector que se ha emocionado con nuestras poesías, a cada mente soñadora que ha viajado por nuestros relatos, a cada intelectual que disfruta de las buenas letras. A todos vosotros os damos las gracias, esperamos que sigáis leyéndonos mucho más tiempo, y si sois nuevos y apenas nos conocéis razón de más para que disfrutéis de la lectura. Y recordad: el viaje solo acaba de empezar.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Poesía - Otoño florido

Bebo sin cesar mi ruina
de escombros repletos de vida
que no hacen más que atormentar
lo poco que le queda de dignidad
a aquella demagogia ligera,

Como el otoño queriendo ser primavera,

La melancolía ínfima de orgullo
pinta de gris el cabello del mundo,
mas anuncia que la vida es ahogo
y el ahogo es angosto
en nuestra garganta austera,

Como el otoño queriendo ser primavera,

Sonrisas forzadas de absurdos intereses,
que hacen de la inteligencia breve
y de la humanidad una utopía,
al igual que pensar sin poesía,
lo que a mi alma envenena,

Como el otoño queriendo ser primavera,

Las inertes hojas de mi alma
tienen libertad plena
y, aunque verdes en su día eran,
no pararán de revolotear ligeras
en el áurea de mi primavera

Porque mi otoño ya es ella.