lunes, 29 de agosto de 2016

Relato - Tigresa en jaula de gatas

La chica andaba sin rumbo, perdida en sus pensamientos y sin prestar la menor atención al destino al que le llevaban sus pasos. Sin darse cuenta acabó frente a un local del que salía una música que la atrajo como si de un imán se tratase.
Cuando entró a aquel bar de ambiente, no lo hizo porque se sintiese especialmente lesbiana. De hecho no lo hizo por ningún motivo en concreto. Quizá se sintiese sola, porque lo que si tenía claro es que no tenía ganas de ligar con nadie.
Abrió la puerta y notó que un par de mujeres se giraban a mirarla. Pero eso no la hizo sentir incómoda. Se quitó las gafas de sol y lanzó una mirada desafiante en torno suyo. Se apoyó en la barra y con tono firme pidió una cerveza, con la que esperaba ahogar el nudo que llevaba desde hace días en el estómago.
Se vio a sí misma mirar a las mujeres que bailaban en la pista, mover sus cuerpos de manera casi obscena, mientras las miradas lascivas parecían estar a la orden del día. Se respiraba sensualidad, pero la joven no estaba para detenerse a pensar en si eso le gustaba en aquel momento.
Le pegó un par de tragos largos a su bebida y de repente sintió una mirada que la atravesaba desde el otro lado de la estancia. Una fémina se acercó con paso decidido. Atravesó el local como si solamente existiera ella. Incluso las demás mujeres se apartaban a su paso, como si no quisieran interponerse en su camino. La chica admiró el suave contoneo de caderas de esa mujer.
Se plantó delante de ella y le sonrió, con descaró. Aunque la diferencia de edad era más que evidente, bajo esa capa de residuos evocantes de una vida llena de excesos, se adivinaba un rostro francamente hermoso.
Pero de igual modo, seguía sin verse interesada en esa reina de la selva que tenía delante.
—Hola, pequeña. ¿Cómo te llamas y que haces aquí tan sola? No tienes pinta de cliente habitual —su risa se oía como una sucesión de notas musicales que en un principio la chica no supo cuadrar con el tono áspero que esperaba oir.
—¿Y a quién le importa eso? Mi nombre no te contará mi historia, y yo no estoy segura de querer hacerlo —lapidó la chica.
—Vaya, parece que sabes defenderte. Eso no está mal, para alguien de tu edad. Acabas de decir que tu nombre no me contará tu historia, pero me ayudará a entablar una conversación contigo sin considerarte una desconocida. Y eso ya es algo —por un instante esa sonrisa descarada se suavizó en un gesto de dulzura que desconcertó a la muchacha. Pero cuando se fijó mejor, la arrogancia volvía a hacer acto de presencia en los rasgos de su interlocutora.
La chica soltó una risa amarga.
—A veces es mejor no conocer a las personas. Si hoy salgo de aquí sin saber tu nombre, a qué te dedicas o cuál es tu mayor sueño por cumplir en un futuro, hay muchas menos posibilidades de que nos veamos de nuevo y a la larga alguna de las dos pueda hacerle daño a la otra —afirmó la muchacha con la vista fija en su botella.
—¿Y qué te hace pensar que una chica como tú podría hacerle daño a alguien como yo? He vivido más que tú. Creo que, al contrario de lo que piensas, podría enseñarte muchas cosas —su tono había pasado de la incredulidad a la prepotencia, pero eso no molestó a la adolescente, más bien lo encontró divertido.
—Hagamos un trato, yo te digo mi nombre y tú me das una razón de por qué estás aquí hablando conmigo. ¿Te parece bien? —ambas se sostuvieron la mirada con una mezcla de diversión y desafío.
—Pues claro.
—Mi nombre es Rebecca. No hay abreviatura ni mote. Los hubo hace un tiempo. Pero las personas que los usaban y a los que yo llamaba amigos, desaparecieron al igual que las palabras. Podríamos decir que se los llevó el viento —cuando guardó silencio, notó que el nudo se acentuaba y se apresuró a remojarlo de nuevo.
—Veo que te hace falta otra —observó la mujer, alzando una ceja—. Ponga dos de Ginebra por aquí.
Rebecca la miró con sorpresa.
—Apenas me acabo de presentar y ya tratas de emborracharme, no pierdes el tiempo —susurró.
Una risotada acompañó el final de su frase.
—Yo no trato de emborracharte. Si no quieres aceptar mi invitación, no estás obligada a hacerlo —se burló aquella extraña que comenzaba a resultarle exótica a la joven.
—Aún no me has dicho  porque estás aquí hablando conmigo. Seguro que esas chicas de la pista te echan de menos. Parece que les han soldado el cuello para que solo puedan mirarte a ti. ¿Las has hipnotizado? —ironizó Rebecca.
—Quién sabe. Puede ser que te miren a ti, no me extrañaría. Llamas la atención. Por tu forma de entrar aquí cualquiera diría que eres la típica chica que va buscando emociones fuertes. Vistes de manera agresiva y te comportas con más agresividad aún. Si, probablemente la mayoría de la clientela ha pensado que venías aquí como un cazador en busca de un trofeo del que presumir. Y sin embargo te sientas y te quedas mirando tu botella absorta en tus pensamientos, casi como si tuvieras un principio de autismo. Sin prestarle ninguna atención a todas esas guarras a las que les faltaba tirarte su ropa interior con el número de teléfono escrito a permanente. Eso me lleva a pensar que toda tu fiereza, así como esa austeridad en tu mirada, son dos pilares esenciales de una máscara con la que pretendes esconderte del mundo, o lo que es lo mismo: una fachada. No eres más que una fortaleza que trata de sostenerse para proteger del mundo. Por eso me has llamado la atención, y estoy aquí hablando contigo.
Después de toda esa parrafada, Rebecca se había quedado sin respiración. Parecía mentira que una mujer como aquella le hubiese calado casi al minuto de conocerla. Se sentía desnuda, y vulnerable. Trató de reponerse. Miró a aquel proyecto de detective a la cara. Desde que la había visto, sus formas, suaves pero precisas, sus cuervas, exuberantes pero no exageradas, y ese andar tan elástico y seguro le habían recordado a un felino. Parecía una tigresa en mitad de un montón de gatas en celo. Por eso llamaba la atención.
Lo que más le impactaba, es que esa tigresa, con andares de reina y con todo el bar a sus pies, se hubiese parado a desentrañar la mente de una adolescente como ella. Eso le gustó, aunque no dio señales de ello.
—Parece que Sherlock Holmes se equivocó al escoger ayudante. Me quito el sombrero, señorita…
—Caitlin. Me llaman Caitlin. Puedes llamarme Cat.
—Muy acertado —murmuró para sí Rebecca.
—Después de esto, Caitlin sometió a Rebecca a un pequeño examen que la chica aguantó sin inmutarse, ni siquiera bajó la mirada. Cat parecía satisfecha, porque sonrió.
—Y dime, Rebecca. ¿Tenías algún plan esta noche aparte de intentar morir ahogada en el fondo de una botella de cerveza? —preguntó la mujer, sin pretender una insinuación, pero derramando sexualidad por cada poro de su piel.
Una media sonrisa adornó el rostro de la aludida.
—Mis planes han cambiado. Ahora se trata de hacerlo ahogada en el fondo de un vaso de Ginebra —ambas rieron—. Perdona —se excusó—. Supongo que no tengo ningún plan mejor que estar aquí.
Caitlin pareció pensarlo un segundo.
—Quizás yo pueda hacerte cambiar de opinión, Beck.

viernes, 19 de agosto de 2016

Relato - Lo que se esconde bajo el caserón

Querida Karen:

Seguro que te habrá sorprendido el no encontrarme contigo en la cama. No puedo más con esto, cariño. Tengo que marcharme. Sé que desde hace unos días llevaba decaído, y tú lo notabas cada día que yo me despertaba a tu lado, preguntándome se había dormido bien, diciéndome que visitásemos a un doctor para que me tratase. Pero me temo que eso es inútil. Ningún doctor puede curarme de este suplicio, de esta angustia y miedo que siento cada día. En el pasado fui reticente a contártelo, pero tú mereces saber toda la verdad. El por qué dejé el trabajo, el por qué de mi conducta extraña, el por qué ya no puedo permanecer a tu lado
Sucedió hace dos meses. Me dirigía de camino hacia el lugar donde me aguardaba mi nuevo caso, un viejo caserón situado a las afueras de un pueblo alejado de la ciudad. Allí me encontraría con mi viejo amigo de la facultad, el oficial de policía Michael Brown, quién me daría la información acerca de los sucesos ocurridos en aquel caserón. Me lo encontré en las puertas, aguardando mi llegada con impaciencia.
¡Vaya, Al! Por fin llegas, ya iba a entrar yo por ti me dijo con tono de reproche.
Perdona por la tardanza, Mickey. El camino estaba bastante embarrado por la lluvia —le dije—. ¿Qué me cuentas de la “misión” que me aguarda?
Nada del otro mundo. Los lugareños están un tanto preocupados por los sonidos que se escucha del caserón este.
¿Solo eso? pregunté extrañado—. Podrían ser unos chavales del pueblo haciendo de las suyas o animales salvajes que se han colado por una abertura.
Mi compañero negó con la cabeza.
Lo dudo bastante. Los sonidos ocurren entre las dos y las tres de la madrugada, horas en las que los pequeños diablillos del pueblo están bien acurrucados en sus camas, y  por otra parte las gentes afirman que ningún animal de la zona podría emitir sonidos tan espantosos como los que se escuchan a dichas horas.
Pensé por unos segundos acerca de esos dos hechos
Vale, veré lo que puedo hacer dije con cierta inseguridad.
El caso está en tus manos, detective. Hasta más ver, Al
Hasta más ver.
Nos despedimos con un amistoso apretón de manos.
El caserón era bastante tétrico, similar al de una mansión embrujada de una vieja película de terror americana. El ambiente tétrico, que encajaba con las nubes grises que amenazaban una fuerte tormenta, despertó en mí el espíritu aventurero que me caracterizaba desde mi niñez.
Abrí la gran puerta, el interior estaba invadido de una densa penumbra. Eché mano de mi fiel linterna que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta. Pude vislumbrar la el corredor principal. Entré en una gran habitación situada en la derecha del corredor. Por su tamaño e inmobiliario pude deducir que era el salón. Estaba adornado con dos sillones llenos de polvo y una gran chimenea, la cual tenía pinta de no haber sido usada en décadas. Mi vista se detuvo en una gran estantería llena de libros de todas las ramas del saber: obras literarias, históricas, científicas, filosóficas, místicas... “Sin duda el difunto propietario era un hombre bastante culto”, pensé.
            A la izquierda de la estantería se encontraba un gran carrillón de madera de caoba. Sus agujas se quedaron paradas en las tres en punto, su péndulo dorado también estaba inmóvil. Baje mi linterna a los pies del reloj y vi unas marcas de arañazos sobre el suelo. Movido por la curiosidad lo desplacé, con gran esfuerzo, siguiendo las marcas del suelo. Lo que vi me dejó helado.
Había una abertura que daba cómo a una especie de sótano. La profundidad de aquel sótano era increíble, apenas podía ver el fondo. Era como si tuviera varios kilómetros de profundidad, como si fuese una entrada hasta el mismísimo centro del planeta Por suerte había una escalera de cuerda que conducía al fondo de ese abismo. Sin pensármelo dos veces me introduje en esa entrada subterránea.
Estuve varios minutos bajando aquellas escaleras. Finalmente mis pies tocaron tierra firme. El ambiente era húmedo y frío, como el de una especie de cueva. Mientras avanzaba por esa caverna sentía en mis entrañas una extraña sensación que me inquietaba. Fue como si sintiese la presencia de una influencia maligna. En el corredor vi algo que me cortó el aliento. Eran unos bajorrelieves en los que aparecían unos extraños seres monstruosos que jamás vi. Su presencia tan espeluznante era lo que me inquietaba. Bajo estos seres se encontraban unos signos criptográficos desconocidos para mí.
 A medida que avanzaba por ese cavernoso pasillo, bajo la mirada de esos monstruos, oía una especie de murmullo, cómo de miles de voces entonando unos cánticos en un idioma extraño y desconocido para mí. Instantes más tarde observe las figuras que emitían esa especie de cánticos. Era un grupo de figuras ataviadas con túnicas rojas, iluminadas bajo la pálida luz de velas negras que cada uno llevaba. Decidí que eran una secta nunca antes vista por mí, además por sus vestimentas descarté que fuese satánica, ya que no poseían ningún símbolo que lo relacionasen con el Diablo. Seguí de manera sigilosa a este grupo para saber con qué finalidad transitaban estas cavernas subterráneas.
Finalmente se pararon en una gran cámara, la cual yo intuía que debía ser el final de esa caverna. En esa cámara les aguardaba expectante una persona vestida con una túnica de un color rojo más oscuro del que tenían las túnicas de los que yo perseguí furtivamente durante varios minutos. Por su vestimenta diferente al resto, más por los símbolos extraños que la ornamentaban, pude deducir que se trataba del jefe o maestro de aquel misterioso grupo.
Formaron un círculo, dirigiéndose a una especie de pared de un mármol extraño y decorado con una simbología similar a la que el maestro de aquella secta llevaba en su túnica. Empezaron a emitir sus cánticos, pero esta vez esos cánticos eran más perturbadores y de mayor volumen que los que emitían con anterioridad. Era imposible que esos sonidos fuesen emitidos por una garganta humana, suponía que esos cánticos eran los que espantaban a sus vecinos a altas horas de la noche.
 A medida que escuchaba esos horribles cánticos mi cabeza empezó a dolerme con un fuerte dolor agudo. Comencé a tener horribles visiones relacionadas con los seres que yo vi en los bajorrelieves de las paredes de la caverna, solo que esta vez esos seres estaban vivos y eran muchísimos más espeluznantes y monstruosos. Los había con grandes colmillos capaces de masticar metal, otros con cuernos de más de dos metros de envergadura. Los había de todo tipo. Estaban masacrando  a  hombres, mujeres, niños, ancianos… A todos, esos monstruos parecían no tener piedad con ningún ser humano. A algunos les sacaban las tripas, a otros los desmembraban con la misma facilidad que se rompe un muñeco de papel. Uno de esos seres agarró a dos niños de no más de ocho años y los mató, haciendo chocar sus cabezas, sosteniendo así entre sus garras un amasijo de piel, pelo, sangre, materia gris y hueso; dejando caer los inertes cuerpos descabezados de aquellos dos pequeños.
Era el mismísimo infierno en la tierra, que solo los más viles demonios podían llevar a cabo. A causa del impacto que me dejaron aquellas infernales visiones me desmayé.
Me desperté, solo para ver que mis espeluznantes visiones se hicieron realidad. Los acólitos de aquella secta de la que fui testigo estaban todos desmembrados, los que tenían suerte. Algunos les faltaban partes de su anatomía, cómo medio torso o la cabeza. Los que más mala suerte tuvieron acabaron convirtiéndose en una masa sanguinolenta y pulposa de carne y huesos.
Estaba completamente aterrado, me costó varios minutos reaccionar. Cuando tuve el completo control de mi cuerpo, corrí todo lo que mis piernas me permitieron. Solo quería salir de aquel horrible lugar para no volver jamás.
Después de esa traumática experiencia dejé el cuerpo, sin dar explicaciones a nadie. Ni siquiera a Mickey. Necesito tomar un descanso bien largo, por lo menos por el día. Ya que por la noche tengo pesadillas sobre las visiones que tuve de aquellos infernales seres aniquilando a seres inocentes. Cada día se repiten. Ya no puedo más, mi cordura se está agrietando con cada pesadilla que sufro.
Te escribo esto, Karen, para que me entiendas. No puedo seguir compartiendo techo contigo ni con los niños. No me busques, es mejor así. Tengo miedo, mucho miedo de que estas visiones acaben volviéndome loco y acabe haciéndoos mucho daño a vosotros, mi querida familia. Te mandaré dinero todos los meses, para que podáis seguir adelante. Sé fuerte, cariño, hazlo por ti y por nuestros hijos.
Siempre tuyo, Al.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Relato - Despiértame

Mientras caminaba con parsimoniosa ceremonia hacia la salida de cuya elección esa chica de rasgos duros no habría sido jamás responsable, oyó una voz a sus espaldas.
No te hagas la mártir. No has descubierto nada nuevo. No es un giro dramático en una de esas obras tuyas de Vaudeville ni un cariz inesperado en una de tus excéntricas pero ya argumentalmente oxidadas novelas. Sabías como era. La sorpresa debería ser inexistente.
La figura que se alejaba hacia la puerta se detuvo. Y con una calma que le habría puesto los pelos de punta a un reptil de la familia de los quelonios, también llamados tortugas, giró levemente el cuello para mirar a su interlocutora por encima del hombro.
No me decepciones antes de salir de la estancia, por favor. Estabas representando extraordinariamente bien el papel de mujer déspota y glacial que impera con la supremacía de quien ignora argumentos pragmáticos y los entierra bajo una capa de frugalidad disfrazada de razonamiento crítico. Si ahora te excusas, la creciente excitación que había empezado a generarse en mi entrepierna tornará presta en un molesto hormigueo que me dejará muy mal sabor de boca, por no decir que mi autocomplacencia no necesita alimentarse últimamente.
Estas palabras, dichas en un tono monocorde arrancaron un exasperado bufido de la chica que la había increpado al salir.
Siempre te has considerado demasiado elevada para mantener una conversación recíproca en este mundano plano terrenal, ¿no es así? Para alguien como tú debe resultar tremendamente arduo poner los pies en la tierra y olvidar por un momento todos esos asuntos de profundidad astral a los que achacas tu absoluta falta de interés por la vida humana. ¿Cómo pretendes que no me enerve hablando contigo?
Ahora, ambas estaban frente a frente a frente. El ceño fruncido de una enfrentado al gesto de frívola pero educada incredulidad de la otra, cuyos rasgos se habían vuelto aún más pétreos si cabe.
Ignoraba que mi ataráxica postura ante la vida supusiera un motivo para que tu ya de por si precario equilibrio emocional sufriera un revés tan acusado. Pero, ya que pareces más que dispuesta a discutir, dime: ¿Por qué es tan importante para ti introducirte en una mente cuyo delirio aumenta exponencialmente según avanza la demencia de una sociedad decadente y condenada al fracaso? Cuanto más se hundan ellos, más delgada se volverá la línea que me ata a una cordura que yo no he decidido conservar.
La aludida clavó sus ojos en los negros túneles sin fondo que tenía delante. Los ojos de esa desapasionada mujer siempre la habían hecho sentir una mera partícula en un universo contraído y convulso. Y a su vez, el objeto de la lujuria más desmedida que alguna vez hubiere tenido el placer de conocer. Podía hacerla arder con el hielo que emanaban sus ojos.
Tengo la impresión de que podrías perder el juicio por completo y no te alterarías ni en semejante circunstancia. Serías la demente más nihilista que ha existido.
Reitero mi pregunta: ¿De verdad es tan importante?
La chica notó que la calma de la otra mujer vacilaba un instante, dejando entrever de forma subrepticia un rescoldo de una emoción que le fue imposible discernir bajo esa capa de hieratismo que tanto la caracterizaba. Parecía de verdad querer conocer la relevancia que suponía su persona para ella.
¿Crees que estaría aquí perdiendo los nervios, la paciencia y el tiempo contigo si no lo fuera?
Por lo que veo, has conseguido darle la vuelta a la encarnizada escaramuza verbal que estábamos manteniendo y ahora soy yo la que debido a su completa falta de modales te está haciendo perder cosas harto valiosas. Qué deleznable por mi parte. Así que te propongo un trato...
La tensión se había ido incrementando hasta hacerse casi palpable. Si sus oscuros orbes oculares eran difíciles de descifrar, su mente podía considerarse un galimatías tan intrínsecamente enredado que asomarse a él podía ser motivo de un buen dolor de cabeza a largo plazo. Pero la otra chica no se amedrentaría.
Habla
A ti te enerva la pasividad que denota mi carácter y a mí aun me queda un hálito de esperanza que me lleva a pensar que el mundo no está tan putrefacto como parece. Pero las personas están alienadas bajo el yugo de una garra que los aborrega y los sume en el más hondo de los letargos. Yo me he quedado al margen para observarlos, pero de igual modo siento que la vida me ha lanzado a un sopor que me cuesta sobrellevar.
¿Y qué sugieres?
Por primera vez hubo duda en la voz de la chica que había iniciado toda esta escena.
Quiero que me despiertes.
Lo último que vio fueron esos dos agujeros de color azabache aproximándose antes de notar unos cálidos pero impasibles labios sobre los suyos. Muy bien, si quería despertarse ella no dudaría en ser cafeína recorriendo esas venas encallecidas de esperar una emoción que la sacara de este mundo infecto de desencantos y corrupción. Sería la cura para el sistema linfático de esa chica que observaba a la humanidad como ese cáncer que debía ser extirpado.

martes, 16 de agosto de 2016

Presentación - Razhak

Antes de comenzar a presentarme, he de agradecer a mis nuevos compañeros la oportunidad de participar en un proyecto como este. Tan lleno de ilusión, letras y literatura como alguien amante de la escritura pueda esperar.
Yo soy  Razhak. Mi especialidad son los relatos y la prosa poética y mi tema recurrente es la homosexualidad femenina. En mis historias encontraréis desde el amor hasta la muerte, pasando por la dolorosa tortura que un alma es capaz de infligirle a otra.
Soy bastante autodidacta. Y apuesto por la ciencia-ficción ya que el mundo está lamentablemente lleno de realidad. Empecé a escribir cuando me di cuenta de que si quieres leer algo que realmente exprese lo que sientes, debes probar a escribirlo tú misma. Me satisfizo el resultado y aquí estoy.
Mi seudónimo es en realidad el nombre del personaje de una novela sin publicar que aguarda el momento de ver la luz.
Espero que disfrutéis de lo que escribo tanto como yo disfruto escribiéndolo.

viernes, 12 de agosto de 2016

Poesía - Sociedad de clases

La cara del solitario caballero
que vaga sin rumbo por el estercolero
al que calle tradicionalmente llaman
y que la sociedad castiga con saña.

La cara del saciado estómago
que emana una risa de vago
producida por el bigote de una langosta
comida del sudor ajeno a costa

La cara del hipócrita nigromante
que con manos delicadas toma vacilante
el cáliz y el cuenco del humilde hebreo
mientras goza de la improductividad de parte del clero.

La cara del martillo tempranero
que al amanecer empieza golpeando ligero
el trabajo de una fuerte jornada
que finaliza no ganando nada.

La cara del soñador despierto
que le hastía la espera del mejor momento
para saltar al oscuro futuro
donde se golpeará con el prometido muro.

Todas caras suplicantes de ambiciosos éxitos
aue caen rendidos ante mis ojos coléricos
mientras mis dedos señalan sin dolor y piedad
a la gran ausente, a la marginada igualdad.

viernes, 5 de agosto de 2016

Relato - Jugando solo al escondite

Sucedió una noche como otra noche cualquiera. Pudiera parecer un tópico, pero fue de verdad así. Estaba solo en casa, mis padres y mi hermana no estaban en casa. Se habían ido a una boda, y como yo no soy muy aficionado a este tipo de celebraciones me quedé en casa. Además, había algo que siempre quise probar, y para hacerlo necesitaba estar completamente solo. No era nada ilegal. Era que quería realizar un tipo de “juego”, del cual leí mucho por internet. Se llamaba “el juego de las escondidas de un solo hombre”. ¿Por qué decidí jugar ese juego? Por simple curiosidad. Simple, maldita y estúpida curiosidad.
El juego era simple, se necesitaba principalmente un peluche o muñeco relleno de algodón. Para esto escogí una muñeca que tenía mi hermana. Era una muñeca de trapo, que mi madre le regaló por su quinto cumpleaños hace seis años. Mi madre hizo esta muñeca para mi hermana, para que ella no tuviera pesadillas. Aunque a decir verdad, a pesar de que a mi hermana le encantaba la muñeca, a mi me inquietaba. La muñeca tenía la boca cosida en forma de sonrisa, unas coletas hechas de hilos de lana amarilla, un vestido verde con estampado de flores hecho con los restos  de una vieja cortina de tela; entre otras cosas. Pero lo que más me perturbaba de esa maldita muñeca eran sus ojos. Eran unas esferas cristalinas y rojas que pertenecían a un peluche de cuando yo era muy pequeño. Esos ojos de cristal le daban una espeluznante mirada que me daba escalofríos.
En fin, escogí esa vieja muñeca para realizar el juego. Extraje todo el algodón de su interior, lo rellené con arroz, me corté una de mis uñas y la coloqué dentro de la muñeca. Después cosí la abertura con hilo rojo y até el resto del hilo alrededor de la muñeca, simbolizando así una arteria, sellando así al espíritu que invoqué. Tenía que ponerle un nombre a la muñeca, así que la llamé por su nombre real, el mismo que le puso mi hermana: Coletitas, por sus dos pequeñas coletas hechas con hilo de lana amarillo. Luego llené la bañera con agua y puse una taza de agua salada en mi cuarto, que fue donde me escondí.
Esperé a las tres de la madrugada para comenzar el juego.  Le dije a la muñeca; “Pablo es el primero”. A continuación me fui al baño y puse a la muñeca en la bañera con agua. Apagué todas las luces de mi casa y encendí el televisor de mi cuarto, tal y como indicaban las instrucciones del juego. Cerré los ojos, conté hasta diez, y apuñalé a la muñeca con un cuchillo. “Tú eres la siguiente, Coletitas”, y la dejé en el cuarto de baño junto al cuchillo que usé para apuñalarla y que ella usaría. Me fui corriendo a mi cuarto. Había roto el sello, el espíritu dentro de la muñeca estaba muy enfadado y me estaba buscando, para apuñalarme a mí.
Estaba escondido en mi cuarto, mi televisor estaba encendido y estaba produciendo estática. Sin embargo, gradualmente el televisor hizo otros ruidos que no era estática. Escuchaba a través del aparato voces y gritos en un idioma extraño y horrible que no entendía. Estaba aterrado, las voces del televisor estaban a un volumen demasiado alto. Intenté bajar el volumen pero era inútil, al contrario, los gritos y las voces de aquellos demonios aumentaron, hasta tal punto que me producía un gran dolor de cabeza tan agudo que me hizo gritar. El dolor era tan intenso que pensaba que la cabeza me iba a reventar. Finalmente me desmayé.
Desperté al día siguiente, el televisor estaba apagado. Me sentí mareado y me costó reincorporarme. Bajé abajo, para ver si Coletitas había producido algún destrozo, pero lo que encontré era mucho peor que el mayor destrozo material que pudiese haber provocado aquella maldita muñeca. Me encontré a mis padres y a mi hermana en el salón de la casa. Estaban muertos, apuñalados y con los ojos de sus cuencas arrancados, sin la presencia de estos. Tras ver este macabro escenario me volví a desmayar del tremendo horror que sentí.
Esa es la historia. Sé muy bien que no me creerán pero es verdad, fue lo que pasó en realidad. Yo no maté a mi familia, fue aquella maldita muñeca. Da igual si deciden meterme en la cárcel o en algún manicomio. Solo les pido que no dejen que me encuentre esa diabólica muñeca. Ella sigue allí, buscándome, determinada a hacerme lo mismo que yo le hice, y  terminar el juego.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Poesía - Mariposas azules

Hoy todo el frío del mundo me lo estoy guardando yo en los huesos.
Si alguien quiere solo tiene que llamar,
las mariposas abren.
Las vas a encontrar azules porque son tristes. Porque no las quieres.

A mí me da igual. Yo he aprendido a sobrevivir sin ti con ellas.
Ellas no.
Explícales tú, que yo no puedo. No sé y me hago la loca.
Me creo lista y ya me has ganado tres veces al mismo juego de siempre.

Nunca se me ha dado bien jugar a las cartas, escribirlas me va más.
Ni los trucos de magia,
me vas a perdonar.
Hace tres días que no creo en eso de la magia. ¿Desde cuándo? Desde que me llamaste hija de puta y me di cuenta de que tenías razón.

Así que ve recogiendo lo que has roto que de limpiar la sangre me encargo yo,
y de hacer callar a las paredes.

Y de matar a las mariposas.

martes, 2 de agosto de 2016

Presentación - Natalia

Mi nombre es Natalia, aunque entre libros y letras me llaman “La chica del gorro”. El porqué es tan absurdo que es mejor no contarlo aquí. Soy “la nueva” en esta pequeña familia guerrera y ¡me encanta!
Mis pasiones más afianzadas son el dibujo, la lectura y la escritura. En ese orden porque dibujar me relaja; relajarme me da ganas de leer y leyendo se conocen tantos mundos nuevos que es la mejor manera de empezar a escribir, pero sobre todo de aprender a escribir.
Mis influencias literarias son muchas, tantas que ni las recuerdo todas ni las podría poner aquí, pero quedaos con el nombre de J.R.R. Tolkien y ya sabréis lo más interesante de mí (lo demás no tiene importancia).
Me moveré dentro del ámbito del relato y la poesía, si es que a lo que yo llamo poesía se le puede considerar como tal. Hay quien dice que son monólogo escritos en voz alta. Ahora que lo pienso, ¿se puede acaso catalogar qué es o no poesía? ¿Qué es o no relato? Como filóloga no sé si está bien decir lo que voy a decir, por eso lo haré desde el punto de vista de una persona que no sabe nada y todos felices: son palabras atascadas en nuestra garganta, nuestro corazón o nuestra alma y necesitan una vía de escape. Por eso no hay poesía bonita o fea, solo es poesía. Y siempre hay alguien que la entiende, sea como sea. Los relatos, por otro lado, son las historias que vivimos cuando nos vamos a dormir y que queremos que todo el mundo conozca; son las hazañas que tenemos en ese rincón de nuestra mente que tiene que quedarse calladito cuando nos tenemos que concentrar para un examen, porque entonces, en vez de contestar sobre lo que nos preguntan, diremos que nos fuimos con Quijote a cazar gigantes… Qué sé yo.

Todo lo que hago lo dejo a vuestro juicio y espero que os guste.

La chica del gorro