martes, 22 de diciembre de 2015

Relato - La codicia de Fafnir

Mi padre, el rey enano Hreidmar, tuvo tres hijos: Yo, Regin y Odder. Cada uno de los tres hermanos poseíamos diferentes habilidades. Yo, Fafnir, me caracterizaba por mi gran maestría en la lucha y además entendía el lenguaje de las aves, lo cual me resultaba muy útil en el momento de cazar. Luego estaba mi hermano Regin, que destacaba en el arte de la forja, sus armas eran la envidia de todos los herreros del reino. Por último, mi estúpido hermano Odder tenía el inservible poder de transformarse en cualquier animal, el cual además fue la causa de su condena y el inicio de esta historia.
Volví al castillo después de cazar un gigantesco jabalí. Cuando de  repente escuche gritos, maldiciones, y lamentos dentro del castillo. Era mi padre, Hreidmar, quién soltaba todas esas amenazas y cantidad de palabras soeces,  bastante extensa, incluso para ser un enano. Allí estaba él con su corona y su larga barba gris, más alborotada de lo habitual, insultando y gritando a una fila de soldados en frente de él. Al finalizar su charla, la fila de soldados salió corriendo en fila india hacia la puerta del castillo.
Conseguí atrapar a uno, para que me dijese por qué Su Alteza estaba un poco más irritable de lo habitual. Lo que me dijo me dejó sin palabras.
—Han matado al príncipe Odder, mi señor —me dijo el soldado con voz temblorosa.
Esta noticia, ciertamente, me pilló desprevenido. Tanto que no puede controlar el volumen de mi voz.
— ¡¿CÓMO?! — le grité.
—L-lo mataron m-mientras estaba transformado en n-nutria, cómo solía hacer     p-para conseguir pescado —dijo el soldado temblando y al borde del llanto.
Ciertamente, no sé por qué me sorprendí de esa noticia. Sabía de antemano que algún día algún desafortunado cazador confundiría a ese imbécil con una nutria auténtica.
Los días pasaron, y cada día iban llegando enormes carros llenos de oro y riquezas varias. No me avergüenza decir que mi mayor debilidad son el oro y derivados, la heredé de mi padre. Podría hasta intercambiar, si hubiera tenido la ocasión a mi estúpido hermano Odder  por un solo carro de esos. Básicamente el oro y demás tesoros  eran para cubrir la piel de mi difunto hermano de oro. Sin embargo la piel de mi hermano nutria, que  se ve no dejó de molestar ni después de muerto, crecía a medida que era cubierta de oro, por lo que cubrirla enteramente resultaba imposible.
Finalmente, un día que volvía de cazar un hermosísimo ejemplar de faisán, en vez del típico carro de oro diario, que me ponía los dientes largos, vi a mi padre sentado en el trono con un fulgor odio en los ojos conversando con un extraño personaje que definitivamente no era un enano. Era un hombre larguirucho y de movimientos ridículos, típicos de los bufones,  que no paraba de reír y de brincar mientras conversaba con mi padre:
— ¡Maldito! ¿Por qué vienes? ¿No has causado ya suficiente daño? —bramó mi padre.
—Venga, venga —dijo el extraño personaje—. Vengo en son de paz. Además, fue solo un accidente. ¿Quién diría que esa nutria fuera tu pobre hijo? Te traigo algo que seguro te encantará y pondrá punto y final al problema.
El larguirucho se sacó del bolsillo el  anillo de oro más brillante que pude ver en toda mi condenada vida.
—Aquí tienes, el Andvarinaut. Con este anillo podrás duplicar tus riquezas cuantas veces desees. Me costó lo mío “negociar” con el viejo Andvari para que me lo diese. Así que… ¿pelillos a la mar? —dijo el bufón soltando una burlesca risa.
Mi padre suspiró abatido.
—Bueno, supongo que con esto has saldado tu deuda. Venga, corre a comunicárselo a Odín y piérdete de mi vista.
Dicho esto, el cómico personaje se fue dando brincos y tarareando. De repente nos cruzamos y sus ojos se detuvieron en el faisán que acababa de dar muerte.
—Oh, vaya, que pieza tan espectacular. Se ve que vuestra fama de gran cazador, príncipe Fafnir, no es un mito. ¿Puedo verla más de cerca?
Sin pensármelo demasiado, le dejé despreocupadamente el faisán para que admirase su belleza. Aún me arrepiento de esta decisión.
—Bonito ejemplar —dijo mientras acariciaba su plumaje—, pero le falta algo…
De repente, a mi hermoso faisán le empezó a salir pelo negro por todas partes y su cola emplumada se volvió larga y pelada. ¡Convirtió a mi extraordinario faisán en una repugnante rata gigante! En ese momento mi alma solo me pidió hacer lo que haría cualquier ser racional en mi situación.
— ¡Maldito hijo de puta! —grité mientras dejaba caer con fuerza mi hacha sobre su repugnante cabeza.
Sin embargo,  mi golpe fue inútil. Ese desgraciado se evaporó en un gas fétido, soltando una burlona y resonante carcajada.
—Es inútil, hijo —dijo mi padre, que estaba sentado en su trono, viendo la escena—. Si eso sirviese, créeme que no me habrías visto charlando con esa alimaña.
— ¿Quién era ese maldito loco?
—Era  Loki.
— ¿¡Loki!? ¿El mismo dios fue quién asesinó a Odder?
— ¿Acaso tú conoces a algún otro hombre que pueda transformar un faisán en una rata y escabullirse evaporándose como si nada? De verdad, si yo fuese Odín encadenaría en la más profunda cueva a ese miserable hasta la llegada del Ragnarök —maldijo mi padre escupiendo al suelo.
Me acerqué a mi padre para ver el tesoro que le habían dado, el Andvarinaut. Era el anillo más deslumbrante que hubiese visto, más incluso que el maldito Sol. Tenía que tener ese anillo bajo mi poder. D esta manera duplicar todo el oro que quisiese de por vida y convertirme en el enano más rico que jamás haya pisado el suelo.
—Padre, ¿y si me das ese anillo para que duplique el oro de la tumba de Odder y así cubrir completamente su piel?
— ¿Crees que soy tan imbécil? ¡Preferiría dárselo a cualquiera antes que a ti o al descerebrado de tu hermano Regin! ¡Ahora, lárgate! —me gritó mientras ponía ese gran tesoro en uno de sus mugrientos dedos.
Me marché loco de rabia y frustración. Necesitaba tener ese anillo aunque me costase mi propia vida en ello o la de ese viejo bastardo, pero no podía hacerlo solo. Necesitaba idear un plan, y por supuesto, ayuda de alguien de confianza.
Fui corriendo a la forja de mi hermano Regin. Allí estaba, sudando a mares y trabajando con su martillo para crear una espada bastante grande.
—Regin, ¿podríamos hablar en privado?
—Claro —dijo mientras soltaba su martillo de herrero—. Vayamos al almacén de armas.
El único en que podía confiar era en mi hermano Regin. El preferido de mi padre fue siempre Odder, de manera que, tanto a él como a mí nos trataba con cierto desprecio e indiferencia.
—Escucha —dije—, ambos sabemos lo extremadamente avaro que es nuestro padre.
— ¡Vaya! —exclamó mi hermano con sarcasmo— ¿Te has dado cuenta tu solito? ¡Mira estas armas de mierda! ¡Ese viejo rácano no me da el oro suficiente como para conseguir metales de buena calidad para forjar armas decentes!
Miré alrededor. Efectivamente, por muy bueno que fuera mi hermano en la forja, el nunca podría crear armas poderosas ni resistentes armaduras con ese material tan pobre.
— ¡Si vienen tropas enemigas estaremos con el culo al aire! —chilló mi hermano.
—Por eso tengo en plan —dije en voz baja.
— ¿Qué clase de plan?
—Podríamos matar al viejo.
— ¿Y en qué nos beneficiaría eso? —dijo mi hermano con una mirada inquisitiva.
—Sólo piénsalo. Si muriese, todos los soldados, incluidos los que custodian la piel de Odder  con todas sus riquezas, vendrán a su funeral a presentar sus respetos. En ese momento nosotros nos quedaríamos con todo el oro de la tumba. La mitad para cada uno.
—Pero, en ese caso. ¿No sospecharían de nosotros? —dijo Regin.
—Cuando se den cuenta de nuestro acto nosotros tendremos dos enormes ejércitos más numerosos y mejor preparados. ¡Piensa en la cantidad de excelentes materiales que podrías comprar para crear grandes armas y armaduras! —exclamé—. Entonces recuperaríamos el reino.
Regin estuvo reflexionándolo durante varios minutos. Casi temí tener que matarlo, para que en caso de que se negase, no pudiese acusarme a padre.
—De acuerdo —dijo con una sonrisa—. Me has convencido.
Planeábamos llevar a cabo el plan a la noche siguiente, mientras comíamos, aprovechando que mi padre odiaba las miradas hambrientas de los soldados mientras él comía tranquilamente. En el banquete, Regin estaba con mi padre charlando mientras que yo me ocultaba en uno de los pilares. Me gustaría saber como hacía ese viejo perro para beberse tanta cerveza sin acabar fuera de combate. En ese momento, mi hermano me hizo la señal: Tres golpes consecutivos en la mesa con una pausa de tres segundos por cada golpe, para indicar que ese viejo avaro ya se había bebido la cerveza con el somnífero.
Sin previo aviso mi padre cayó, sobre la mesa, roncando cómo un oso en pleno invierno. Sin pensármelo dos veces dejé caer mi hacha sobre su pescuezo haciendo que rodase su cabeza unas cuantas yardas sobre el suelo. El plan había sido un éxito.
Los dos soltamos una sonora carcajada de victoria al unísono. Después nos paramos a ver el cadáver de nuestro padre decapitado.
—Bueno —dijo Regin—, por mi parte empezaré a quedarme con algo de valor, empezando con uno de sus anillos. Tú si quieres te puedes quedar con los otros.
De los ocho putos anillos que tenía el viejo, ese imbécil bastardo tuvo que coger precisamente ESE. El maldito Andvarinaut, la causa por la que ideé todo este condenado plan.
Cómo por acto reflejo le golpeé en la cabeza con mi puño, dejándolo inconsciente al instante. Aprovechando que no había nadie merodeando, cargué con mi hermano inconsciente varias leguas. Lo dejé en un lugar apartado, de modo que no pudiese volver. Ya los lobos se ocuparían de él.
No tenía pensado dejar que él se quedase con el Andvarinaut, así que antes de irme se lo quité. De todas formas, no tenía intenciones de repartir el oro de la cueva de Odder con él.
Me marché en dirección a esa misma cueva mientras miraba el anillo. En ese mismo instante era el enano más rico de todo el reino. Se me hacía la boca agua mientras imaginaba todas las riquezas que podría poseer. Sin pensármelo mucho me puse el Andvarinaut para celebrar mi victoria. No estaba preparado para lo que me sucedió  al momento de ponerme el maldito anillo:
De repente, en mi mano empecé a experimentar un terrible dolor. Varias escamas doradas empezaron a salirme de la piel cómo diminutas cuchillas. Mi cuerpo empezó a estirarse, mientras yo sentía un dolor tremendo, cómo si me estuviesen dislocando todos mis huesos y estirando mi cuerpo hasta ya no dar más de sí. Mi cabeza empezó a ensancharse y en mi boca todos mis dientes crecieron hasta convertirse en grandes colmillos amarillentos, afilados como espadas.
No entendía lo que me pasaba, ni por qué experimentaba ese tremendo dolor mientras que mi difunto padre se lo puso como si nada. Me acerqué a un lago cercano para ver mi imagen. El reflejo que me devolvió el lago me hizo estremecer y entrar en pánico. Lancé un enorme grito de terror y sorpresa cuando vi mi reflejo. Me había transformado en un monstruoso, abominable y gigantesco lagarto dorado.
Con esta apariencia no podía conseguir un ejército ni mostrarme en público. No podía volver a llevar una vida como la de antes, ni mucho menos una vida normal. La única opción que tenía era llevar una vida como el resto de las bestias y ocultarme de la vista de los demás enanos. Sin embargo, aún me quedaba el consuelo de poseer todas las riquezas de  la cueva donde reposaba la piel de mi hermano, vivir con todas esas riquezas y estar rodeado de ellas, por toda la eternidad. Era todo y lo único que necesitaba y ansiaba en la vida.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Relato - El lago del cazador

Las personas tenemos diversas maneras de evadirnos de los problemas cotidianos, ya sea ver la televisión, escuchar música, leer... En mi caso, lo que me sirve de catarsis es la pintura para olvidar mis problemas momentáneamente, que por lo general,  son de índole amoroso.  Mi talento con la pintura es bastante destacable, fruto de años de práctica y de desamores.
Me dirigía en mi coche a mi próximo destino, el cual plasmaría en pintura, un lago llamado “el Lago del Cazador”. Sinceramente, desconocía el por qué los lugareños lo bautizaron así. El camino fue tortuoso y algo oscuro, debido a que había escogido una noche de luna llena para mi pintura, pero finalmente llegué a mi destino.  Me coloqué en un lugar cercano a la orilla del lago y saqué todo mi instrumental de pintura y mi viejo candil de aceite. No es que iluminase mucho, pero le daba un toque romántico que me inspiraba bastante.
Ciertamente, el paisaje era idílico. El bosque que rodeaba el lago era bastante frondoso y de su follaje salían los sonidos que producían las aves nocturnas, así como el susurro que producía el viento en las ramas. La luz de la luna llena se reflejaba en las aguas del lago, que se encontraba solitario e imperturbable. Mientras mi pincel danzaba por el lienzo sentía en mi cara la brisa y con ella el olor silvestre del bosque. En verdad es una pena que la pintura solo pueda transmitir lo que captamos con nuestros ojos.
De repente, un súbito pero ligero sonido rompió mi concentración. Eran las pisadas de un animal que salía desde la arboleda oeste del lago. A medida que avanzaba, la luz de la luna revelaba su verdadera naturaleza. Era el ejemplar de ciervo más hermoso que había visto. La luz de la luna se reflejaba en su pelaje pardo-rojizo, dando la impresión de que brillaba con luz propia. Su cornamenta era majestuosa y gigantesca, con un tono tan dorado qué parecía hecha de oro. El ciervo se paró en la orilla del lago e inclinó grácilmente su cuello para beber de sus aguas.
No podía dejar pasar esa oportunidad, tenía que pintarlo antes de que se fuera. Mi pincel se movía con rapidez, pero con precisión sobre el lienzo. Nunca estuve más concentrado en pintar, fue cómo si mi vida dependiera de ello. Sin previo aviso el ciervo dejó de beber y levantó su cabeza para observarme con sus cristalinos y brillantes ojos. Tuve el temor de que, debido a mi presencia, se diese a la fuga. Pero en lugar de eso, me observó durante varios minutos sin moverse. Era como si estuviera viendo a través de mi alma. Finalmente se volvió a fundir con la espesura y desapareció.
Me considero bastante humilde con respecto a mis obras, normalmente estoy satisfecho con el resultado. Pero en aquella ocasión sabía que faltaba algo muy importante y eso me frustraba demasiado. A pesar de usar la máxima concentración, el cuadro me parecía una vulgar parodia de la escena que viví en el lago.
Dediqué horas en mirar inquisitivamente el cuadro, hasta que despuntó el alba. De repente una voz me despertó de mi ensimismamiento.
— ¡Vaya, menudo cuadro! —dijo una voz áspera tras de mí—. Es usted un joven bastante talentoso.
Me giré para ver a mi espectador. Era un cazador de mediana edad, canoso,  que vestía una indumentaria marrón, típica de los cazadores, y un rifle de caza. No sé por qué, pero al verlo sentí un pavor que, sin duda, el hombre notó en mi rostro.
—No se preocupe, joven —dijo el cazador soltando una sonora carcajada—. Sólo voy a cazar codornices, liebres y patos. No tengo ninguna intención de hacerle daño a ningún ciervo. Supongo que habrá venido aquí por la leyenda.
— ¿Qué leyenda? —pregunté intrigado.
—La leyenda que da nombre a este lago, pues. ¿O es que se pensaba que se llama “Lago del Cazador” porque es propiedad de un servidor?
El viejo cazador soltó otra gran risotada, se ve que le hizo gracia su propio chiste. Cuando paró me miró con ojos brillantes, cómo los de alguien que está deseoso de contar una gran historia.
— ¿Quiere que le cuente la leyenda, joven?
—Claro. Me encantaría escucharla
El cazador se aclaró la garganta, cómo un orador de la Antigua Roma que fuera a hablar ante una gran multitud. Y por fin comenzó a narrar la leyenda:
«Hace muchísimos años, en una aldea cercana a este mismo lago, vivía una hermosa joven. Tenía los cabellos como el oro, sus ojos lucían hermosos y brillantes como el amanecer, y su piel era tan clara cómo el marfil. También se comentaba que el brillo de su sonrisa bastaba para que cualquier agotado hombre recuperase todas sus fuerzas. La fama de su gran belleza llegaba hasta las aldeas próximas y más allá. Obviamente le salían numerosos pretendientes de todos los lugares: algunos le ofrecían oro y joyas, otro le regaló un bellísimo purasangre blanco… Sin embargo, ella los rechazaba a todos; hasta que un buen día llegó un joven cazador que le obsequió una extraordinaria piel de un enorme ciervo, que él mismo cazó con sus propias manos. La muchacha quedó muy asombrada por su valentía y fuerza, así que lo eligió a él cómo su futuro marido. El tiempo pasó y  la pareja era conocida en toda la región por el gran amor que sentía el uno hacia el otro, hasta esperaban la llegada de un retoño. Sin embargo, un nefasto día la mujer enfermó, y debido a las fiebres y a problemas del embarazo, acabó sucumbiendo a la enfermedad en una noche de luna llena. Los días pasaron, y el cazador sufrió una fuerte depresión hasta dar la impresión de ser un muerto en vida. Ya no salía a cazar y la gente de la aldea casi nunca lo veía. Finalmente, una fatídica noche de luna llena, igual que la noche en que murió su esposa, el cazador tomó la piel de ciervo, que tiempo antes le regaló, y se lanzó a las aguas del lago, muriendo ahogado y acabando así con su pena. Desde entonces, se dice que en las noches de plenilunio aparece, en este mismo lago, un ciervo rojizo de grandes cuernos dorados. También se dice que  si alguien de buen corazón ve al ciervo encontrará el amor en breve»
—Pero bueno —dijo el cazador cuando terminó su relato—, solo es  una leyenda. Usted, joven, parece ser lo bastante despierto para no creer en  esos cuentos de viejas.
Desvié mi vista al paisaje del cuadro, recordando la maravillosa escena de la que fui testigo, y solté un melancólico suspiro.
—Tiene usted razón —le respondí—. Una leyenda es solo eso… una leyenda.

martes, 1 de diciembre de 2015

Poesía - Belleza vana

Pardo amanecer con atrevida mirada,
amapola que baila con la brisa de la muerte,
golondrina que vuela alegremente
en el cielo de tu prepotencia airada.

Déspota primavera que ataca incesante
a las hojas secas que se arrastran,
por el suelo que pisan los que aman
a la tímida sencillez caminante.

Infinita belleza que corre por tus mejillas,
gracias a la blanca máscara exuberante
que portas y que jamás te quitas.

Oportuna hipocresía que siempre va delante
para tratar como marionetas nuestros ojos
y cegarnos de la bella sencillez imperante.

El conocimiento reprime al bello cuervo
que se viste de blanco para parecer paloma
y poder engañar a los que no tienen ni gota
de saber en la parte anterior a su cuerno.

Se adora el lúgubre espacio vacío
que tiene aforo para las libres aves,
pero cierra la puerta alegando que no cabe
ningún gorrión que ande buscando nido.

Sonrisa sin fundamento alguno
que desgarra los labios en la cara
tan solo por ser idolatrada un minuto.

¡Ay, prepotente belleza ingrata!
Te dirán cuál es tu mortal errata,
Te mostraran que sin el saber no eres nada