martes, 27 de diciembre de 2016

Relato - La última noche

Solo se oían pasos en aquella estancia que ni siquiera había podido contemplar. Lo último que recordaba era una figura que había entrado como una exhalación a su dormitorio, la había golpeado para después cubrir su cabeza con un saco de arpillera.
El trayecto en coche había sido frenético. Y ahora se encontraba allí. A juzgar por como resonaban las pisadas de la otra persona la habitación debía ser pequeña. No parecía haber más personas además de ella y su captor.
De pronto sintió que los pasos se aproximaban y tensó el cuerpo. Fue una mala idea. Atada como estaba, de pies y manos, le dolieron todos los músculos al intentar moverse.La persona, que se había situado tras ella, le quitó el saco. La poca luz de la sala hirió sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad.
Estaba en una habitación pequeña, minimalista en materia de decoración. Parecía la habitación de un motel de baja categoría.
Fue entonces cuando la persona que la había secuestrado se mostró, situándose ante ella.Cuando vio su cara, pasaron muchas cosas por la mente de esa mujer atada en aquel dormitorio.
La sorpresa duró solo unos segundos y luego dio paso a una resignación tan acusada que casi le dio por reír puesto que, junto con todos los pensamientos que atravesaron su cabeza, se mezcló también una certeza aplastante.
«No voy a salir con vida de aquí»
—Ha pasado mucho tiempo —su captor comienza a pasear de nuevo por la habitación, hablando con calma—. Casi no recuerdo la última vez que te vi. Sentí mucho lo de tu marido. Siempre pensé que conseguiría hacer acopio del valor suficiente para abandonarte. Pero, desafortunadamente, fuiste tú la que logró despojarlo de toda felicidad hasta que, finalmente, se marchitó. Siempre he admirado esa habilidad tuya de envenenar todo lo bueno y puro que te rodea.
La mujer del suelo no puede hacer más que mirar el paseo de la otra figura y escuchar sus palabras, en silencio. Para ella, la persona que habla está loca y decirle algo para defenderse de tan desgarradoras afirmaciones solo empeoraría las cosas.
Es por eso que la persona que tiene ante ella sigue hablando, como si nada.
—Vaya, no recuerdo haberte visto en silencio nunca tanto rato. Me recuerdas a ella, ¿sabes? Siempre que discutíamos se quedaba callada, con ese desprecio en sus ojos, como si no valiese la pena discutir, como si yo no mereciese su respeto. Pero, después de muchos años, volví a encontrarla y la traje aquí… y la maté. Pobrecita, la pobre pensó que yo no la había superado y que lo que buscaba eran sus habilidades de zorra fácil en la cama. Pero sí que la he superado. Borrón y muerta nueva. Y ahora tengo que superarte a ti.
Mientras esta explicación sale a la luz, esta persona ha ido sacando diversos objetos de una mochila para ir colocándolos con esmerado orden sobre la cama.
Entre dichos objetos se hallan una fusta, cuerdas, un látigo de cuero trenzado, velas del color de la sangre seca, un trozo de tela y otros artilugios de muy variados tamaños, formas y materiales que la mujer atada no logra distinguir y que nunca antes había visto. Hay también varias herramientas de metal y ninguna se parece a nada que conozca.
— ¿Para qué es todo eso? —la persona que aguarda en el suelo no puede finalmente alargar más el mutis.
—Oh, disculpa. Había olvidado tu intransigencia hacia cualquier tipo de libertad sexual.
Tras esta frase el captor se desnuda dejando a la vista sus voluptuosos pechos. Saca varias prendas de ropa de la mochila hasta quedar vestida con unos ajustados pantalones de cuero, una camiseta blanca de tirantes y una cazadora de cuero.
—Estás mal de la cabeza —escupe la mujer del suelo.
—Lo sé. Hace años no quería creer que era cierto cuando me lo decían. Ahora sé que es verdad, que finalmente el influjo de tu poder sobre mí funcionó.
—Yo no tengo nada que ver en esto —la mujer capturada no puede mirar a la otra.
—Mírame. Soy todo lo que siempre me has negado. Me llamaste zorra y te atreviste a destrozar y censurar todo lo que yo amaba, convirtiéndolo en algo deleznable. Para ti yo nunca fui lo bastante buena. Tú, Doña Perfecta, condenada a vivir con una persona como yo. Una tortura, ¿verdad? Nunca te pusiste en mi lugar. Ya va siendo hora de que sufras en tus carnes lo que sufrí yo y de la forma que mejor se me da. Te voy a enseñar que sirvo para algo, mamá.
Sin previo aviso y de repente, la mujer vestida de cuero hace restallar el látigo con vertiginosa precisión. El instrumento azota el suelo a milímetros de su madre.
—Yo solo quería lo mejor…
—Para ti —termina la hija— y no te culpo. Pero esto me lo enseñaste tú y fue una de las lecciones más valiosas: O comes o eres comido.
—Yo te quería. Siempre te he querido.
—Tú querías una muñeca de la que presumir o una marioneta a la que manejar, no una hija.
Antes de que pueda seguir defendiéndose, la hija la amordaza. Del bolsillo saca una navaja, corta las ataduras y tras un breve forcejeo consigue apresar a su madre a la cama y la encadena de las muñecas y los tobillos. Acto seguido, con premura, corta también la ropa hasta hacerla jirones dejando a la mujer en ropa interior a su merced.
—Siempre me he preguntado quién castró a quién —murmura la hija para sus adentros—. Pero ahora, después de tantos años, vamos a darle un homenaje a esa carne arrugada y marchita, ¿eh?
Con una sonrisa saca un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta y lo enciende. Se sienta en una silla frente a la cama y fuma, contemplando su obra sin pestañear siquiera. Su madre la mira con los ojos muy abiertos desde la cama.
—Oh, pero qué modales los míos. Dónde está mi buena educación. Todavía fumas, ¿no? Déjame ofrecerte.
La joven sin titubear se levanta y apaga la colilla en el empeine del pie derecho de la otra mujer, que solo puede emitir un jadeo ahogado y un lloroso gemido. Empieza a debatirse contra las cadenas en un desesperado intento por huir.
 
 
-Deja de llorar. Mira, te voy a explicar una cosa: Vas a morir. Aquí. Esta noche. Y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Así que cuanto antes lo asumas mejor. Puedes o no aceptarlo. Pero cuanto más te resistas más dolerá. Si te pones así con un cigarrillo las velas te van a volver loca- ríe entre dientes-. Después te enseñaré con todo lujo de detalles por qué siempre he estado tan bien acompañada. Tengo muchos talentos además de los que te mostraba y tú no querías ver.
A la madre la recorre una arcada mientras contempla como la hija se relame.
 
-Relájate, mamá- canturrea-. Prometo que haré que esta noche sea inolvidable. Por eso he escogido esta camiseta blanca. Espero que se torne del color de tu expiación y guardarla siempre. Será un magnífico recuerdo- susurra.
 
 
 

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