miércoles, 25 de mayo de 2016

Relato - Sonrisa en las tinieblas

La oscuridad inundaba mis ojos, desconocía el lugar donde me encontraba. Iba caminando, muy lentamente y con esfuerzo, ya que el suelo de aquel lugar estaba cubierto de una sustancia muy densa, pegajosa y húmeda que me impedía avanzar.
De repente, oí detrás de mí un sonido como de unos pasos pausados en la lejanía y con el ruido de aquellos pasos me llegó a mi olfato un olor repelente y nauseabundo, un olor que no pude relacionar con ningún otro olor que oliese antes.
Los pasos se hacían cada vez más cercanos a mí, y a medida que el sonido de pisadas aumentaba, también lo hacía la intensidad de esa putrefacta esencia. Sentí el terror recorrer cada fibra de mi ser. Yo quise correr, pero no podía. La condición de aquel asqueroso suelo me impedía correr, era como si mis pies estuvieran pegados a él.
Me paré en seco, era inútil correr. Lo que sea que me estuviera persiguiendo se paró, echándome su húmedo, cálido y pútrido aliento en la nuca. Estaba claro que esa cosa se alimentaba de mi miedo, disfrutaba verme aterrado.
Sin previo aviso, reuní todo el coraje y me giré bruscamente. Lo que vi jamás podría olvidarlo. Una  espantosa sombra humanoide de dos metros de estatura me miraba con unos penetrantes e infernales ojos rojos, parecía como si estuviera viendo a través de mi alma; pero lo peor no era eso. En el rostro de ese ser se dibujó una dantesca y sádica sonrisa de dientes afilados como cuchillas.
Me desperté en mi cama, todo mi cuerpo estaba cubierto por un sudor frío. Mi mirada se fijó en el techo y suspiré aliviado. «Solo era una pesadilla» pensé; hasta que dirigí la mirada a los pies de mi cama.
Aquella siniestra sombra negra estaba ahí parada, mirándome con aquella mirada rojiza y con aquella perturbadora sonrisa. Cerré los ojos fuertemente y busqué el interruptor de la luz. La luz de mi lámpara iluminó todo mi cuarto y aquella figura había desaparecido.
Me gustaría pensar que esa sombra fue sólo una horrible ilusión óptica, pero las ilusiones ópticas no dejan un putrefacto y nauseabundo olor en el lugar donde aparecen.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Relato - Lo siento

Nunca quise llegar a esto. Nunca quise tener las manos manchadas de ti. Creí que algún día todo volvería a ser como antes y seríamos felices de nuevo, craso error.

Debí darme cuenta aquel día en el que llegué tarde y casi me dejas por primera vez, pero hasta ese momento todo había sido tan bonito, que nadie prevería que todo fuese a ir a peor.

A aquella vez le siguieron más, siendo cada una más absurda que la anterior, empezando por llegar tarde y acabando por no tener dinero suficiente para comprar un helado. Sin embargo, poco rato después me llamabas llorando y me pedías perdón, a lo que yo, ingenuo de mí, lo dejaba estar, pues pensaba que un fallo lo tenía cualquiera.

Las muestras de cariño comenzaron a disminuir. Los besos que tanto te gustaban en un principio fueron reemplazados por bocados para que parase, pues decías que te agobiaba, haciéndome a veces sangre, aunque nunca lo dijese. Dejé de escribir aquellas poesías que hicieron que te enamorases de mí y que ganaron un premio en el concurso del instituto, pues decías que era demasiado empalagoso, aunque delante de los demás alardeabas de lo dulces que eran.

Poco a poco dejamos de salir con amigos para salir solos. En un primer momento me encantó, pues pensé que así tendríamos más tiempo para nosotros, pero lo que no sabía era que lo peor estaba por llegar.

El primer bofetón nunca se olvida. Era el día de Navidad, nos quedamos solos jugando a la segunda parte de Paper Wario, y justo cuando estábamos apunto de pasar la primera pantalla del último mundo, me mataron. Acto seguido me pegaste, y esta no sería la última vez que lo harías.

Cualquier cosa que no se ajustase a tu manera de actuar era propicia para ganarme un bofetón, a veces bastaba con levantar la mano, pegándome solo cuando decías que me lo merecía de verdad, pues según tú, lo hacías por mi bien.

Más tarde comenzaste a hacerlo en lugares públicos. Sabías que no pasaría nada, pues cada vez que lo hacías la gente se limitaba a vernos y a reírse, incluso a veces me llamaban nenaza o mariquita y te animaban a que me pegases más. Esto me molestaba muchísimo, pues si hubiese sido una chica no habrían dejado que eso pasase, pero por desgracia había nacido con el género equivocado.

El sexo tampoco era un tema ajeno a esto, usando en este caso el chantaje emocional para hacerlo cada vez que te apetecía, sin tener en cuenta si yo quería o no. Todavía recuerdo aquel día en el que estábamos en tu casa y al ver que no quería, se lo dijiste a tu hermano, el cual acto seguido empezó a burlarse de mí, diciendo que si no era lo suficientemente hombre para tirarme a su hermana, de modo que tuve que demostrarle que no era así.

Tanto te reías de eso que poco a poco comencé a obsesionarme con dicho tema, y en consecuencia entré en una depresión de la cual no me he recuperado a día de hoy, aunque desde que fui al doctor Nobody, el psiquiatra que encontré en aquel panfleto rosa chillón, parecía ir algo mejor.

Me planteé dejarte un par de veces, pero pensé que nadie sería capaz de sentir afecto por mí, si ni yo mismo lo sentía. De hecho, no sentía como propia aquella mirada vacía.

Mis amigos me lo dijeron miles de veces, pero yo pensaba que volverías a ser la que eras, así que no les hice caso. Sin embargo, esta mañana me di cuenta de que esa imagen era una falsa ilusión formada en mi cabeza.

Habías venido temprano, llevabas el pelo recogido en una cola de caballo. Te notaba más seria que de costumbre, y me dijiste que teníamos que hablar.

Nos sentamos en el sofá y comenzaste a decirme que no podíamos seguir juntos, pues te habías dado cuenta de que me habías hecho demasiado daño. No podía creerlo, había hecho todo cuanto me pedías, así que no entendía porque esto llegaba a su fin.

Rompí a llorar, y entre sollozos te pedí que te quedases conmigo. No quería que lo único que me quedaba se fuese de mi lado. Esto te molestó muchísimo, y tuviste que soltar esas palabras: "¡¿Por qué lloras, maricón de mierda?!". Enfurecido y llorando te dije que no lo estaba haciendo, a lo que me dijiste que eso era lo que debía hacer, echarle narices y no llorar tanto.

Ese fue el momento en el que desapareció la poca cordura que me quedaba. Me fui con paso firme a la cocina, cogí el cuchillo de trinchar la carne y me dirigí a ti sin pensarlo dos veces. Tenías que pagar por todo lo que habías hecho. Intentaste escapar, pero te cogí del pelo y te tiré al suelo.

Los llantos y los gritos del dolor dejaron paso al silencio y al sonido del cuchillo clavándose repetidamente en tu pecho. Quería parar, pero no podía. Melvin Burst necesitaba saciar su sed de justicia, así que te apuñalé hasta que mis manos se quedaron sin fuerzas. Lo siento, cariño. Nunca quise llegar a esto.

Fotocopia de la nota encontrada en el cuerpo de la víctima

Experimento 65
Resultado: FALLIDO

sábado, 7 de mayo de 2016

Relato - La extraña criatura del bosque

Aquella extraña sombra saltaba de árbol en árbol con una velocidad increíble, mientras  soltaba esa extraña risa, «jijujuji». El pequeño Gaal apenas podía seguirla con la vista. Finalmente, la criatura saltó al suelo y se detuvo. Estaba mirando fijamente al niño con aquellos enormes ojos felinos verdes y aquella gran sonrisa de dientes afilados, manchados en sangre.
Gaal creía que estaba perdido, que esa enigmática criatura lo mataría y pasaría a formar parte de las demás almas errantes de los niños que se atrevieron a internarse en el bosque de noche. Sin embargo, aquella sombra sonriente hizo algo que Gaal nunca imaginó: comenzó a hablar.
— ¡Ho-la! —dijo la criatura con una voz infantil—. ¿A qué se debe tanto llanto?
La criatura saltó un par de veces hacia adelante, dejando que la luz de la luna  revelara su verdadera forma. Era un animal misterioso, podía caminar a dos patas como un mono, pero con características propias de un felino. Su pelaje era negro. Tenía unas enormes orejas puntiagudas, alargados bigotes y grandes ojos verdes, propios de un felino. También poseía una alargada y peluda cola anillada de color gris y negro, con un  espeso mechón negro en la punta. Sus patas tenían pequeñas garras y en una de sus patas delanteras (que más que patas eran manos) llevaba una ardilla medio devorada, con sangre aun goteando. Eso explicaba la sangre en su gran sonrisa de colmillos afilados.
Al ver que Gaal no decía nada, el pequeño animal terminó de devorar la ardilla medio comida y  siguió hablando.
—Yo me llamo Txiligro. Tú eres un cachorro de la aldea humana, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
—Gaal —dijo el muchacho mientras se secaba las lágrimas—. M-me llamo Gaal.
Txiligro empezó a brincar y saltar alrededor del niño, mientras soltaba esa risa que lo caracterizaba.
— ¡Genial! —exclamó Txiligro con alegría—. Siempre quise hacerme amigo de un cachorro humano, jijujuji. Y dime, Gaal, ¿qué haces deambulando en este bosque de noche?
—Yo estaba buscando materiales que me había pedido el druida de la aldea cuando…
Gaal no pudo terminar la frase. Lágrimas empezaron a cruzar sus mejillas y rompió a llorar con intensidad. Esta reacción inquietó y preocupó al pequeño Txiligro. Se acercó cuidadosamente al niño y le dio unas palmadas en el muslo.
—Gaal ¿te pasa algo, amigo? ¿Te duele algo? —preguntó Txiligro preocupado por su amigo.
El joven muchacho poco a poco cesó de llorar, su expresión se  volvió triste y melancólica.
—Me he perdido —dijo Gaal sollozando—. Nunca volveré a mi aldea, y si vuelvo, volveré con la lista de ingredientes incompleta. No sé cómo conseguir una rama de secuoya. La rama de secuoya debe de tener semillas y no puedo recoger las ramas caídas al suelo. La secuoya es un árbol demasiado alto y yo no puedo trepar tan alto. Nunca lo conseguiré.
Tras decir esto, el niño volvió a romper en llanto. El pequeño animal, que ahora se consideraba su nuevo amigo se le subió al hombro, y dijo:
—Yo te puedo ayudar. ¡Soy el mejor trepador de árboles del bosque! Yo puedo subir a lo más alto del árbol y conseguir esa rama de secuoya.
— ¿De verdad? —dijo Gaal secándose las lágrimas.
Txiligro saltó del hombro del niño al suelo y dijo con una gran sonrisa.
— ¡Por supuesto! Eres mi nuevo amigo ¿verdad?
—Gracias, Txiligro —dijo Gaal sonriendo—. Ojalá yo pudiese hacer algo por ti… ¡Oh! Ya sé.
El niño sacó de la vaina de cuero que llevaba del cinturón un pequeño y extraño  tubo de madera con orificios. Txiligro se acercó movido por la curiosidad.
— ¿Qué es, Gaal? ¿Qué es¿ —preguntó Txiligro con mucha curiosidad e impaciencia.
—Es una flauta. Cuando la uso puedo crear música
El pequeño nuevo amigo de Gaal empezó a brincar entusiasmado e impaciente por ver que hacía ese extraño objeto que llevaba su amigo.
— ¡Úsala, úsala! —dijo Txiligro entusiasmado.
Gaal se puso la boquilla en sus labios y comenzó a soplar mientras sus dedos danzaban en los orificios de la flauta. Una alegre melodía inundó aquel claro donde estaba él y Txiligro, su pequeño nuevo amigo, empezó a brincar y bailotear alrededor de Gaal, movido por aquella jovial y alegre melodía que producía el instrumento de viento. Después de un momento, el muchacho paró de tocar la flauta.
— ¡Me encanta! ¡Es asombroso, amigo mío! Jijujuji.
—Sí que lo es. Me la fabricó el druida de la aldea… ¡Oh! —exclamó Gaal, como si hubiese recordado algo—. Tengo que ir a por la rama de secuoya. ¿Me ayudarás, Txiligro?
— ¡Claro! Yo siempre ayudo a mis amigos. Vamos, sígueme. Sé dónde está la Secuoya Milenaria.
Y con esto, Gaal y su nuevo  amigo, Txiligro, se internaron en lo más profundo del bosque. Hacia la gran Secuoya  Milenaria, a por el último ingrediente de la lista del misterioso druida Refireo.