lunes, 25 de abril de 2016

Relato - Adiós, mamá. Adiós, papá. Hasta siempre

Queridos Papá y Mamá:

Perdonadme por hacer esto, pero sabía que una vez que hiciese lo que debía hacer, no habría vuelta atrás. Seguramente os preguntéis porqué, pues últimamente, todo parecía ir un poco mejor, estaba más centrado en el instituto, se respiraba un ambiente más tranquilo en casa, mis episodios de insomnio habían disminuido, incluso había empezado a salir con Rose, la hija de los vecinos del cuarto y de la que siempre había estado enamorado, pero nada más lejos de la realidad.

Como descubristeis hace dos meses, llevo desde que entré al instituto sufriendo acoso escolar, pero, lo que os he contado, solo es una mínima parte de esa cámara de tortura a la que tenía que asistir cinco días a la semana.

Esta pesadilla empezó unos meses antes de acabar sexto de primaria. Jake, el gracioso de la clase y al que yo consideraba mi amigo, empezó a llamarme con un mote al que en un primer momento no daba importancia. Lo consideraba algo irrelevante, es más, cuando el resto de compañeros también dejaron de llamarme Ernest para llamarme Sombra, les seguía la corriente, cuando cantaban esas canciones en las que me llamaban por mi mote, yo también las cantaba, pues en un primer momento hasta me resultaban graciosas, pensaba que sería algo pasajero, y se acabarían cansando, qué gran error.

Poco tiempo después llegó Septiembre y, con ello, el cambio del colegio al instituto. Allí coincidí con algunos compañeros de clase y, al ser un sitio desconocido para nosotros, nos apoyamos en aquellos que conocíamos para adaptarnos al cambio de lugar, lo que me hizo creer que me iban a tratar como a alguien más, pero simplemente había sido una tregua.

De repente Bastian, uno de los que era para mí de mis mejores amigos en el colegio, empezó a juntarse con Eric y Lamar, dos chicos que estaban repitiendo curso. Estos eran los payasos de clase, y un día, mientras esperábamos al profesor que nos tocaba en aquella clase, Bastian comentó en voz alta el mote que tenía en el colegio. Para mi desgracia, este mote les hizo mucha gracia, y cada vez que podían hacían alguna referencia a este, incluso comenzaron a comentarlo con gente de otras clases. Tanto se divulgó que, poco tiempo después, medio instituto me llamaba así, incluso ni gente que conocía.

Lo peor vino cuando empezaron a pegarme. Un día en el recreo estábamos jugando al fútbol y fallé un pase, lo que cabreó bastante a Bastian. Entonces, se acercó a mí y me dio un cabezazo, para que, según él, “estuviese más atento a la próxima”. Al ver que no respondí a lo que hizo, lo volvió a hacer cada vez que se enfadaba con alguien. Un día casi me parte la nariz por sacar más nota que él en un examen.

Pensé varias veces en pediros que me cambiaseis de instituto, pero ni siquiera tenía fuerzas para ello. El curso pasaba, y me seguía juntando con el grupo de Bastian y sus amigos, a los que en un principio les caía bien, pero luego empezaron a tratarme igual que él. Pensé en aquel entonces que si lo hacían debía ser porque había hecho algo mal y que tenía que pagar por ello hasta que me perdonasen, aunque no sabía porqué. Más tarde Dylan, el chico que siempre iba con Bastian, me contaría lo que decía de mí a mis espaldas, lo que me cabreó bastante, así que fui a pedirle explicaciones.

Al día siguiente, justo antes de que viniera el profesor con el que teníamos la primera clase de la mañana, fui a hablar con él. Una vez que lo vi, me dirigí a él con una mezcla entre rabia y miedo. Comenzamos a discutir y a gritos le dije que esa sería la última vez que hacía eso, que si tenía algo que hablar conmigo lo hiciese a la cara. Sin embargo, se quedó bastante sorprendido y, entre risas, lo comentó con el resto de compañeros, que simplemente se limitaron a darle la razón, así que no sirvió para nada. Bueno sí, para llevarme varios puñetazos que me dejaron un gran moratón en el estómago, aunque esto ya lo sabíais, pues fue un par de días más tarde cuando, movido por la desesperación, acudí a vosotros.

Recibí gran ayuda por vuestra parte, y eso es algo que nunca podré dejar de agradecer. Expulsaron a Bastian un tiempo, obligaron a Dylan y los demás a pedirme perdón y fueron amonestados y, siguiendo el consejo de Eve, la psicóloga del instituto, me llevasteis a la consulta del Doctor Nobody. La medicación que me mandó me ayudó bastante, incluso comencé a centrarme más en los estudios.

Todo parecía ir bien pero, hace un par de semanas, mientras iba por la calle, un grupo de muchachos de los cuales solo conocía a uno, empezaron a insultarme. En aquel momento no les hice ningún caso, pero esa noche, mientras volvía a casa, me los encontré de nuevo. Los insultos volvieron a repetirse, y en ese momento me di cuenta de que tenía que empezar a hacerme respetar, no podría tolerar que gente que no conocía me insultase.

Me quité el cinturón y me lo até a la mano, iba dispuesto a pegarle al que no se callaba. En ese momento se dirigió hacia mí y me soltó un par de puñetazos en la cara, con tal mala suerte que los brackets me desgarraron parte de la boca. Ahí fue cuando os llamé para ir a la policía a denunciar a los que conocía, porque no pude ver la cara del que me dio. Pensé que al tener incluso un parte de lesiones acabarían cantando. Ya era hora de que alguien empezase a pagar por lo que había hecho. Sin embargo, la semana pasada llegó una nota del juzgado, pensé que al fin se haría justicia, pero una vez que vi el veredicto, todo se vino abajo.

El caso había sido archivado: ¡Inocente! ¡INOCENTE! ¡¡No habían sido acusados de nada!! ¡Todo lo que había hecho no servía para absolutamente nada! ¡De nuevo había alguien que hacía lo que quisiera conmigo, y de nuevo los culpables no iban a ser castigados!

Debía hacer algo, no sabía cómo, pero algo debía hacer. En ese momento me di cuenta de que Bastian volvía esta semana al instituto. Era el momento perfecto, podría acabar con el que había hecho que este año fuera una pesadilla horrible. Fui al sótano, cogí la pistola que tiene papá y varias balas, pocas pero suficientes para acabar con este virus mortal.

Hoy será el gran día, en el que por fin Ernest Doe hará justicia. Adiós, Papá, Adiós, Mamá. Hasta siempre.

Fotocopia de la nota de suicidio del experimento 89
Resultado: FALLIDO

martes, 19 de abril de 2016

Microrrelato - Última pregunta

— ¿Volverán mis ojos a presenciar otro atardecer tan hermoso como este? — preguntó el reo al encapuchado verdugo, antes de que este dejase caer la pesada y mortal hoja de la guillotina sobre el vulnerable cuello del condenado

domingo, 17 de abril de 2016

Poesía - Lo simple

Simple cielo lleno de la nada
que en silencio cubres la osadía
de los ególatras sin guía,
sumisos de la ignorancia idolatrada.

Tísico árbol tenue y deshojado,
que disimula ante nuestros ojos fervientes,
que baila con el viento impertinente
del nuevo invierno apaciguado.

No alcanza nuestra hipócrita visión
con canicas furiosas y vanas
contemplar la ausencia de ornamentación

Al igual que la mente con canas
se enorgullece de su antipática sumisión,
mientras persuade a las ideas planas.

Rabia que fluye por las venas de una mano,
mano oprimida por el tiempo y la opresión
ejercida por la exánime alma sin aparente razón,
y que hace cómplice al silencio de un hermano.

Silencio expulsado de una voz muda
obligada a estar en el pupitre acosador
y sentada ante el ineficiente orador
que sin pensarlo a la hipocresía ayuda.

Mas persiste el engaño en nuestra visión
con perspicacia y gran tenacidad
como una falsa serpiente actuando con sumisión.

A la vez  la razón observa a la sociedad
que es incapaz con su vana razón
de contemplar a la ajusticiada humildad.

lunes, 11 de abril de 2016

Poesía - Amor carcelero, placeres prohibidos

Desde que no estás,
la tristeza en mi cuerpo se manifiesta,
como un derroche de esmegma.
Te extraño, sobre todo esas noches
de amor en el cuarto de baño.
Quiero tu amor carcelero,
tu flujo de miel, mis ganas de beber,
porque sé que si no me das
me quedo en ná. El jabón sólido cambió,
en líquido se transformó, antes todo se basaba en
una acuosa solución,
pero desde que estás en otro módulo,
todo eso se acabó.
Este blues carcelero va para ti,
mi dulce princeso.

viernes, 8 de abril de 2016

Poesía - Jaqueca racional

Cansados ojos enfurecidos de miedo
son los ojos que poseo en un día verde,
mientras se arrodilla mi infame mente
ante la afortunada jaqueca del dios heleno.

Mas es sabio el claro cielo inmenso
que acoge una pluma amablemente
del alma del gorrión penitente
con vuelo libre y sin miedo.

Mi locura desea rozar los labios
de la señora del árbol aceitunero
para probar la dulzura de los de Olimpo hijo

Quisiera saborear con mi oído austero
la imagen de la razón que envidio
por estar ausente en la ignorancia por completo.

miércoles, 6 de abril de 2016

Relato - Incursión nocturna

Llegó la noche, y el druida Refireo y su pequeño estudiante, Gaal, estaban en la entrada del bosque. A Gaal no le costó que su madre le diera permiso para que él realizara la tarea que Refireo le había mandado, ya que, al igual que su hijo, su madre también fue alumna de Refireo y confiaba bastante en la sabiduría del anciano.
El druida le dio a Gaal una pequeña bolsa de cuero para que llevase en ella todos los ingredientes que tenía que recolectar. El druida le dijo al muchacho:
—Bueno, hijo, ya ha llegado el momento. ¿Tienes la lista con todo lo que tienes que recolectar?
El niño sacó de su bolsillo un pequeño papel y se lo mostró al anciano.
—Así me gusta. Bien, Gaal… —Refireo se fijó en la cintura del muchacho y vio una pequeña funda de cuero que le colgaba del cinturón que le hizo su madre. Soltó una pequeña risa
— ¡Vaya! Veo que todavía conservas lo que te regalé en tu octavo cumpleaños. ¿Has practicado con ella?
—Sí, practico con ella casi siempre que puedo —dijo Gaal con una gran sonrisa.
— ¡Me alegro! —Dijo Refireo—. Quién sabe…puede que esta noche te sea útil, recuerda que es mágica. Por cierto, Gaal…
El druida sacó un pequeño frasco con un líquido rojizo y traslúcido en su interior. Después se lo ofreció a su joven alumno.
—Tómatelo, seguro que te gusta.
Sin decir nada, el niño tomó el frasco y se lo bebió rápidamente. De repente una gran sonrisa de felicidad se le dibujó en el rostro.
— ¡Caramba! —Exclamó Gaal—. Estaba delicioso, ¿qué era?
—Un brebaje hecho a partir de bayas, para que cumplas esta misión con energía y no te duermas en el bosque. ¡Ni a tu madre ni a mí nos gustaría que te pasase algo malo! Venga, ponte en marcha.
Y así el joven Gaal se adentró en el bosque, sin echar la vista hacia atrás. Cuando el druida lo perdió de vista, este silbó haciendo que apareciera su vieja lechuza. Se posó sobre su hombro.
—Orzuelo —le dijo el viejo druida—. Ve y vigila a Gaal mientras esté en el bosque. Si le pasase algo al chico, nunca me lo perdonaría.
Y con esta orden, la gran lechuza voló en dirección al bosque.
El bosque estaba en penumbra, los árboles se alzaban majestuosos. A medida que Gaal avanzaba por el oscuro y antiguo bosque podía oír el sonido de la naturaleza nocturna: el ulular de los búhos, el correteo por la hierba de los ágiles zorros… Pero, a pesar de estos ruidos autóctonos del bosque, seguía centrado en la tarea que le había sido encomendada; recolectaba lo que el druida le pidió: bayas silvestres, algunas raíces, alguna que otra hoja extraña… No le resultó muy difícil al principio. Sin embargo en la lista aparecían algunos ingredientes que el difícilmente podría conseguir, ya que crecían en los árboles más altos del bosque.
Gaal no sabía qué hacer, le resultaba imposible trepar por los árboles tan altos. «Refireo no es ningún viejo gruñón, seguro que si le explico la situación él me perdonará» pensó Gaal. El chico se dispuso a regresar a la aldea, con la tristeza y el abatimiento de no haber podido cumplir su misión, pero no le resultaba tan fácil como él creía. En su camino de vuelta se percató de que los árboles dibujaban terroríficas sombras con la luz de la luna, sombras que parecían estar acechando a Gaal. Oía el sonido de la espesura agitarse; no era el viento, era como si algún animal estuviera siguiéndolo y acechándolo a través de la espesura. De vez en cuando oía una especie de risa muy aguda en las copas de los árboles «jijujuji». Parecía como si alguien o algo estuviera riéndose de él, burlándose del terrible destino que le esperaba.
El pequeño no pudo aguantarlo más y corrió, corrió por el bosque, tropezándose varias veces en su huida de aquel siniestro lugar y rasguñándose sus rodillas con cada caída. Finalmente vio un claro, no podía correr más así que decidió descansar ahí.
Gaal lloró por su nefasta suerte y su terrible destino. No podía creer que ya nunca volviese a ver a su madre, ni a sus amigos, ni al viejo druida… Moriría presa de cualquier animal salvaje del oscuro bosque y nadie podría encontrarle. No sería el primer habitante de la aldea que sufriría ese destino, muchos niños como él se habían internado en el bosque de noche y jamás salieron. No pudieron encontrar sus pequeños cadáveres, muchos habitantes piensan que fueron devorados por algún depredador como los lobos, la aldea sabía que había una gran manada de lobos sanguinarios en las cercanías del bosque. Por otro lado, los más ancianos especulaban de la existencia de un grotesco y malvado monstruo, que se alimentaba de los niños desobedientes que se atrevían a ir al bosque de noche. También decían que, si se ponía la suficiente atención, se podían oír las almas de los niños llorando y lamentándose por nunca poder regresar a la aldea que los vio nacer, condenados a vagar por siempre, en la oscuridad del bosque.
Se pasó una hora llorando en aquel claro cuando volvió a oír esa agitación en la espesura de los árboles... Y a esa aguda y estridente risa «jijujuji», que parecía estar riéndose burlonamente de él y de la trágica muerte que le esperaba. A pesar de su visión nublada por las lágrimas, pudo ver en la espesura algo que le heló la sangre y lo paralizó de terror.
En la copa de uno de los numerosos árboles, que rodeaban el claro donde se encontraba, pudo ver dos enormes ojos verdes, parecidos a los de un felino, mirándolo fijamente, como acechándolo. Debajo de esos penetrantes ojos se dibujó una brillante sonrisa de colmillos afilados como cuchillas y lo peor… teñida de sangre.