martes, 21 de marzo de 2017

Relato - El gran colapso Parte 3

Jaén. Sábado, 17 de marzo de 2035

            Son las 5:00, las nubes cubren la luna y las estrellas. Es noche cerrada. En medio de la oscuridad de la noche en un piño de Peñamefecit, Luis Rodríguez revisa su mochila y se asegura de que lleva todo lo necesario. Por un momento duda, mira la pared, en la que hay colgada una bandera española roja y gualda, deshilachada por el viento y el uso, la misma bandera que llevó durante meses en la Sierra de Cazorla, atada al cuello. La misma bandera con la que entró en la ciudad hace unos meses. No puede creer que, después de años de guerra y penurias, tenga que marcharse ahora, justo cuando han entrado “los suyos” en la ciudad.
Cuando toda esta locura empezó él se refugió en el monte, en un viejo cortijo abandonado de la Sierra de Cazorla. Allí había instalado un pequeño huerto e incluso tenía un cultivo de algas por si alguna de las múltiples facciones se hacía con armamento nuclear y la tierra se volvía radiactiva. Era autosuficiente, tenía paneles solares y energía hidroeléctrica para que funcionara su hogar. Con sus conocimientos de herboristería había podido hacerse una farmacopea adecuada para casi todas las dolencias comunes y había tenido la fortuna de no caer presa de ninguna enfermedad grave. Unas cuantas gallinas y un perro que las vigilaba le proporcionaban alimento y la caza, las setas comestibles que conocía bien y las frutas del bosque mediterráneo complementaban su dieta. Armado con su vieja escopeta de caza y con un Land Rover con el depósito listo por si había que huir, nada tenía que temer él de los rojos o de los moros. Sin embargo al conocer las atrocidades que se habían producido en Jaén, algo removió su conciencia y se unió a la guerrilla nacionalista.
Cuando Jaén fue liberada sintió una alegría tremenda. Él estaba en una de las compañías que con más valentía se batió contra los moros. La batalla fue dura y muchos de sus camaradas perdieron la vida. Gente muy aguerrida y bregada en combate, como el mítico Hernán Pérez, que después de tanto tiempo tras las líneas enemigas, caía abatido finalmente cuando se producía el asalto final. Sin embargo después de mucho sufrimiento habían ganado los suyos. Pero... ¿quiénes eran los suyos? Una amalgama de fascistas, nacionalsocialistas, falangistas... y gente sin adscripción política concreta, que se definían simplemente como nacionalistas o patriotas. Con la gente formada y con los idealistas convivían canis, skinheads, hooligans futboleros y gentuza de todas clases unidos sólo por la bandera rojigualda y por el odio al islam. No había mucha consistencia ideológica, era simplemente la gente del palo, como se solían llamar entre ellos. Luis no estaba muy a gusto entre ellos, pero en tiempos de guerra no podía andarse con remilgos.
Tras la “liberación” de Jaén, se había instaurado una nueva dictadura. Jaén pasaba a estar ahora bajo el control de la República Social Española. Tras la etapa comunista e islámica, la gente de Jaén recibió a los nacionalistas como libertadores y de hecho en un primer momento, gracias a los suministros de grano procedentes de Ucrania, la entrada de los nacionalistas supuso un alivio para la situación de miseria de la ciudad. En la nueva España del Líder Manuel Montañés de Saavedra, ningún español sin techo y ningún techo sin pan. La propaganda era clara: “ayudas sociales para los nacionales” y “los españoles primero”, repetían unos y otros como papagayos. Las mujeres quemaron los niqab que la época islámica les había impuesto en la Plaza de Santa María y un sargento nacionalista, que llevaba un parche con el Sagrado Corazón de Jesús sobre la guerrera, subía con un pelotón a la torre más alta de la Catedral derribando la media luna islámica y gritando “Viva Cristo Rey” a la población allí concentrada. Las campanas, que habían sido retiradas durante la época islámica, volvían a colocarse y se tañían con más fuerza que nunca para anunciar la victoria nacional. Jaén volvía a ser tierra cristiana.



Pero en los primeros días de la “liberación” de Jaén, además de himnos patrióticos y de banderas rojigualdas colgadas en los balcones, se vivieron momentos no tan heroicos como la propaganda decía. El barrio de Peñamefecit había sido un bastión controlado por las bandas latinas, ni los rojos ni los moros habían podido someter a Osvaldo Mendoza, el capo colombiano de la droga que se había hecho con el control. Pero los nacionalistas se habían propuesto “hacer limpieza” así es que varios escuadrones entraron en el barrio a sangre y fuego. Luis iba en uno de esos escuadrones y no se contentaron con matar a los latinkings, cualquier sudamericano con rasgos indígenas era un objetivo. Gente que llevaba décadas viviendo y trabajando en Jaén, sin meterse con nadie, fue linchada y asesinada. Kevin Hernández, un cubano mulato que había venido a España huyendo del régimen castrista, que había tenido que esconderse durante el gobierno comunista porque estaba señalado como gusano y después había sido detenido y torturado, estando a punto de morir, durante la dominación islámica por practicar la santería, había acudido con ilusión a recibir a los “libertadores” nacionalistas. Alguien como él, anticomunista y perseguido por los musulmanes ¿qué tenía que temer? Sin embargo para los “libertadores” él era sólo un “sudaca de mierda” y le dieron una paliza que le dejó en silla de ruedas. La misma suerte corrió Bashir Benhassan, un cristiano caldeo que vino huyendo de Iraq cuando los integristas del Califato se dedicaron a perseguir nazarenos, que había tenido problemas durante el régimen comunista por ser un nacionalista árabe convencido y que durante la ocupación islámica había tenido que ocultarse de nuevo. Ahora, después de tantas penurias, esperaba que los nacionalistas que “liberaban” el barrio lo recibieran como un camarada, pero ni siquiera tuvo tiempo de contar su historia. En cuanto el primer patriota social lo vio, disparó a bocajarro y exclamó: “me he cargado otro moro”.
Luis no era como toda esa gentuza y estaba harto de ellos. Él era un nacionalista convencido pero no odiaba a los negros, ni a los moros ni a nadie, simplemente defendía lo suyo. Estaba cansado de compartir trinchera con farloperos que se metían rallas delante de carteles de propaganda con la frase “Juventud Libre de Drogas”, de “patriotas” preocupados porque la cultura española estaba amenazada que sin embargo no sabían escribir el castellano sin faltas de ortografía y a duras penas podían señalar los ríos y los montes de España en un mapa, de nacional-delincuentes que no se diferenciaban mucho de sus enemigos salvo por la simbología. Luis había leído a José Antonio Primo de Rivera, a Ramiro Ledesma Ramos, a Benito Mussolini, a Adolf Hitler, a Oswald Spengler, a Julius Évola, a Ramón Bau... pero sus camaradas sólo leían el Marca, con suerte. Era evidente que no pintaba nada allí.
Sus opiniones y sus críticas habían llegado a oídos de sus superiores, que habían mirado para otro lado. Luis comprendió que todo era propaganda y que al final “los suyos” era unos pandilleros más que en medio del caos se habían visto con poder. Sus jefes, esos moralistas ultraconservadores, se drogaban y se iban de putas cada fin de semana. En el burdel no tenían reparos en follar con negras o con “panchitas”, como llamaban despectivamente a las sudamericanas. Después de décadas hablando de la corrupción de la democracia, el nuevo alcalde desviaba fondos para pagar las obras de sus chalet. La República Social Española no era el ideal nacional que él se había imaginado, sino un retorno a la caspa, a la España de pandereta, de sacristía y Semana Santa. Para él, que era pagano, resultaba incomprensible ver a tanto camarada al que se le llenaba la boca con su odio a los judíos, rezándole precisamente a un carpintero judío. Los gitanos, a diferencia de las demás minorías étnicas, no habían sido molestados. Las nuevas autoridades se habían entendido con ellos a cambio de la paz y los consideraban gitanos españoles. Tal vez tuviera algo que ver en ello que muchos patriarcas fuesen los camellos de más de un dirigente nacionalista o tuvieran negocios turbios con ellos. Casi un siglo después, poco se diferenciaba aquello de la España de Franco. Parecía que los españoles estuvieran condenados a repetir siempre la historia y a cometer los mismos errores una y otra vez.
Pero no era sólo el desencanto lo que motivaba a Luis a marcharse. En un intento por cambiar las cosas había “tocado los huevos” a demasiada gente y las puñaladas entre camaradas eran bastante más comunes que con enemigos. Muchos habían empezado a acusarle de traidor, le llamaban falanguarro y le acusaban de haberse vuelto un rojo. Querían quitárselo de en medio. Volverse al monte era lo más sensato.
Al salir a la calle, una pintada con una cruz céltica y la leyenda zona nacional le recordaba que este barrio había sido tomado por “los suyos”. Los restos de sangre de la acera, en el lugar en el que sus camaradas habían dejado paralítico a Kevin Hernández, le recordaba que aquella gentuza, desde luego no eran nada suyo. Callejeó por el barrio y llegó a la Avenida de Barcelona. Un grupo de camaradas rapados, con camisetas que rezaban Defend Europe (muy patriotas, pero el nombre estaba en inglés) patrullaban las calles con un brazalete rojinegro con el yugo y las flechas. No había dado tiempo a recomponer la policía y eran skinheads los que patrullaban las calles y hasta dirigían el tráfico. Al verlo le dieron el alto y le pidieron la documentación. Cuando enseñó su cartilla militar, que el acreditaba como alférez provisional, aquellos hombres lo saludaron con el brazo en alto y le dejaron continuar con un “Arriba España” como único comentario. Luis llegó a uno de los callejones cercanos al parque de Las Flores, frente a las ruinas de la antigua iglesia del Salvador, convertida en cenizas durante la dominación musulmana.
Luis se coloca el casco y se sube a su Ducati de 125. No es exactamente suya, era de un ecuatoriano, uno de los hombres de Osvaldo Mendoza que puso pies en polvorosa al llegar los nacionales. Botín de guerra. A estas horas apenas hay tráfico, por lo que en poco tiempo llega al barrio de La Alcantarilla. Una última mirada a la ciudad que deja atrás y a la España nacional y toma la vieja Carretera de Otíñar hacia el Puente de la Sierra. Mientras conduce piensa que algún día acabara toda esta locura que le ha tocado vivir, pero que para cuando eso pase tal vez él sea ya demasiado viejo.

jueves, 16 de marzo de 2017

Poesía - No leía

Hay besos
o versos.
No sé muy bien lo que dicen
de un estado
de ánimo
idéntico a Omsk

¡Oh! Dichosa mi alma soberbia
que goza cálidas punzadas sobre mi existencia
con ímpetu de una falsa supervivencia
que inspira a mi ruin y vil conciencia

Vaya, que bellaquería es el creerse caminante
sobre la tierra mojada de mi llanto,
donde no utilizo lengua rimbombante
ni fonética con la que me atraganto

Ya he empezado otra vez
Vaya pesadez
Espera
No tiene que sonar
Libertad
¡He dicho que no!
Nada de sonido
No coquetees
entre verso
y un beso
a ti mismo.
Imposible ya,
que suene a viejo,
vano
o incomprensible.
Ya estamos otra vez
con la lírica de las momias

Ya sale
Espera
Un whisky mientras escucho jazz
Llueve,
llueve porque caen
gotas del cielo
¡Mírenme!
No, mejor
léanme.
Soy un
poeta.

martes, 7 de marzo de 2017

¡Os presentamos el 1º concurso Papiros de Guerra!

Ya hace más de un año desde que Papiros de Guerra nació, más de un año desde que nuestro querido blog vio la luz y no hemos parado de compartir con vosotros nuestras creaciones. Por eso hoy nos complace anunciar algo en lo que hemos estado trabajando un tiempo, os presentamos nada más y nada menos que... ¡el 1º concurso Papiros de Guerra!


Lamentamos que la imagen sea pequeña. ¿Queréis saber más? Entonces no lo dudéis y pulsad el cartel, ¡os esperamos!