Eran las dos y
media de la tarde cuando el timbre del instituto, que daba el final de la
jornada diaria, sonó. Los estudiantes salían con paso apresurado, como
intentando ocultar sus ansias de llegar a sus casas y retomar sus aficiones
vespertinas. Tres jóvenes de quince años salían juntos como de costumbre: Sergio,
Bruno y Rubén.
Durante su
itinerario del instituto a sus respectivas casas los tres amigos hablaban sobre
diversos temas, unos comunes y otros no tanto, como en este caso.
—¿Sabéis una
cosa? —dijo Rubén, el miembro del grupo que solía sacar los temas de
conversación poco comunes—. El otro día me enteré de que es posible convocar
con la ouija el espíritu de quién quieras. No tiene por qué ser aleatorio, como
muchos piensan.
Sergio soltó un
resoplido. Él era un muchacho bastante escéptico, y a diferencia de Rubén, él
no creía en cosas de índole paranormal.
—Claro, claro —añadió
Sergio—. Y después de la sesión te pasarán el recibo de la llamada, ¿no?
Rubén le echó
una furiosa mirada a Sergio. Odiaba su escepticismo ante todo lo paranormal.
—¡Es verdad! -dijo
molesto—. Se han dado casos.
—¿En serio? —respondió
Sergio con un tono sarcástico—. Entonces dime como contrato la línea Mundo
Terrenal-Más Allá.
—Solo se
necesitan cuatro velas negras y,
obviamente, una tabla ouija. Colocas una vela en cada extremo de la tabla, y mientras
las enciendes tienes que tener la imagen de la persona fallecida en mente.
—Venga, no me
cuentes más historias de fantasmas. Que yo ya dejé de mirar debajo de mi cama a
los ocho años.
De repente,
tanto Rubén como Sergio, miraron a Bruno. Durante el camino no había mediado
palabra alguna, a pesar de que al igual que Rubén le encantaban los temas
relacionados con espíritus.
—Bruno, ¿te pasa
algo? Llevas callado todo el camino —dijo Sergio preocupado.
—No, tranquilos.
Sólo estaba pensando en mis cosas.
Los tres amigos
se separaron a medida que avanzaban: Primero fue Rubén y después Sergio,
dejando a Bruno continuar el trayecto hacia su casa en solitario.
En su paseo en
solitario, Bruno estaba pensando sobre lo que dijo su amigo. Él nunca había
hecho ninguna sesión de ouija. Nunca se le pasó por la cabeza hacerla, ni mucho
menos en solitario. Sin embargo, por lo que dijo Rubén acerca de invocar un
espíritu a elección, su interés por el tema aumentó.
Antaño, el grupo
de amigos no era de tres, sino de cuatro miembros. El cuarto se llamaba
Guillermo. Era un chico callado y muy taciturno, pero lo que le destacaba entre
los demás eran sus ojos grises, bastante poco comunes. Guillermo era el mejor
amigo de Bruno, siempre iban los dos juntos a todas partes, parecían casi
hermanos. Sin embargo, hace seis meses, Guillermo fue víctima de una grave y
extraña enfermedad que lo mantuvo en cama durante dos semanas. Su madre no
quería que sus amigos lo visitasen ni les informó que enfermedad padecía su único hijo. Finalmente, Guillermo
fue vencido por la enfermedad y murió.
Bruno recorrió
la ciudad para encontrar una tienda que vendiera los materiales que necesitaba.
Pero solo encontraba las típicas tiendas de comestibles, de artículos de ocio,
de ropa,...pero no encontraba ninguna tienda que vendiese lo que él necesitaba.
El sol se estaba
poniendo cuando el chico ya se estaba empezando a dar por vencido. En ese mismo
momento, Sus ojos se posaron sobre una extraña y vetusta tienda con el
escaparate lleno de artículos esotéricos y cabalísticos: atrapa sueños, velas
de distintos colores y formas, extraños inciensos, talismanes, etc.
El joven
muchacho entró en la tienda. El interior era igual de misterioso que la
fachada. Un hombre de apariencia joven, alto y de pelo azabache y enmarañado lo
miró con una mirada serena.
—Bienvenido —le
saludó el dependiente con un tono de voz sosegado—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Necesito una
tabla de ouija y cuatro velas negras.
Sin mediar
palabra, el dependiente entró en el almacén. Volvió con una tabla de ouija de
madera oscura y letras blancas, y cuatro velas negras.
—Son 25 €,
chico.
Bruno le entregó
el dinero y se fue directo a la puerta, cuando la voz del dependiente le llamó.
—¡Espera un
momento!
Bruno se volvió,
pensando que le iba a decir los típicos peligros de la ouija y del espiritismo.
—Mira, pareces
un muchacho bastante despierto y curioso. No te diré que no vayas a hacer lo
que sé que harás, ya eres mayorcito. Pero tengo que advertirte que tengas
cuidado con los espíritus.
—¿Se refiere a
los casos de posesiones y poltergeist? No se preocupe tendré mucho cuidado —respondió Bruno con una inocente sonrisa.
El dependiente
soltó un profundo suspiro, a la vez maldecía mentalmente el daño que había
hecho toda la prensa amarilla, y a Hollywood en especial, acerca del espiritismo.
—Escúchame bien,
chico. El poder del mundo de Ultratumba va muchísimo más allá de unos muebles
moviéndose solos y gente con los ojos en blanco hablando una mezcla de latín y
arameo mientras echan espumarajos por la boca. Ten muchísimo cuidado, ¿vale?
El joven asintió
fuertemente con la cabeza y se fue de la tienda, deseoso de usar los artículos
que había comprado.
Había esperado a
la medianoche para hacer el ritual. No tenía intención de que sus padres lo
pillasen mientras hablaba con los muertos.
Encendió las
cuatro velas negras a la vez que pensaba en la imagen de su amigo fallecido.
Puso una moneda sobre la tabla a modo para que actuara a modo de enlace, para
que el espíritu se pudieses comunicar. Final mente, Bruno formuló la primera
pregunta:
—Guillermo,
¿estás ahí?
Durante unos
segundos la moneda se mantuvo inmóvil, cuando de repente se movió sobre la
tabla, hacia la palabra <SI>
En ese momento,
Bruno experimentó un profundo frío que inundaba la habitación y sintió una
brisa gélida en la espalda, como si alguien lo estuviera observando. Sin
embargo, el muchacho no se armó de valor y continuó con la siguiente pregunta:
—¿Cómo moriste?
La moneda tardó
unos segundos en reaccionar, se desplazó por la oscura tabla, formando con
letras blancas la frase:
—¿TANTO Ansias CONOCER MI MUERTE?
Bruno sintió que
un tremendo escalofrío le recorrió la espalda, a la vez que notaba que la
sensación de que había alguien más se
hacía más fuerte. Se armó con todo el valor que tenía y respondió a la
pregunta.
—Sí, deseo
conocer tu muerte.
Con lentitud, la
moneda formó otra frase, la última respuesta de Guillermo.
—QUE ASI SEA.
El corazón de
Bruno latía con muchísima fuerza. Se dio cuenta del gran error que había
cometido. Esperó varios minutos la temida respuesta, pero la moneda permanecía
inmóvil.
Bruno estaba
desconcertado, de repente sintió que la temperatura en la habitación volvía a
ser la de siempre y la sensación de compañía que él sentía iba desapareciendo
poco a poco. El chico no lo entendía pero no le dio importancia y se fue a
dormir. No tenía intención de hablar de esto con nadie, ni siquiera con Sergio
y Rubén. <<Mañana sería un día normal, como todos los demás>>,
pensó mientras caía en un sueño profundo.
Bruno se
despertó. Sentía los miembros de su cuerpo entumecidos, no podía separarlos del
cuerpo. Sintió una gran angustia cuando intentó moverse y no podía. Sus
pulmones ardían por el sofocante y húmedo aire que inspiraban. Bruno no podía
ver nada, solo una profunda y mortecina oscuridad total. Gritaba, pidiendo
auxilio, pero era inútil, nadie podía ayudarlo. En la silenciosa oscuridad le
acechaba el imparable gusano vencedor.
La luna
menguante brillaba pálida en la oscura noche sin estrellas, observando
inexpresiva el silencioso y oscuro cementerio.
En el
cementerio, una figura paseaba solitaria. Observaba con sus ojos plateados las
tumbas y nichos donde descansaba los corruptos cuerpos de los muertos. Su
enigmática y plateada mirada se detuvo en una tumba que él conocía. En la tumba
donde su antiguo amigo, Bruno, estaba a punto de unirse a los a él y a los
demás en el interminable sueño con el gusano, en el oscuro y extraño mundo de
ultratumba.