jueves, 8 de diciembre de 2016

Relato - Cicatrices

¿Qué que me pasa?
No estoy enfadada, no estoy triste.
Quizá sea simplemente que me eres indiferente, que ya no eres esa herida en lo más profundo de mí de la que brotaba la cálida y espesa sangre a borbotones. Cuando cada gota dolía como si un hierro candente estuviese permanentemente adherido a mi piel y la temperatura no disminuyera.
Ahora es la calma apacible que provoca el hecho de que seas una cicatriz. Ahora el dolor es constante, algo a lo que acostumbrarse hasta hacerlo más soportable.
Pero el problema de las cicatrices es que son indelebles. Están ahí arraigadas y no se pueden borrar aún con el paso del tiempo. El problema es precisamente ese, que te has hecho algo duradero en mi vida, y ya no me resulta fácil ignorarlo.
Y no sé cómo manejarlo. No sé qué hacer, porque nunca imaginé que cuando esto cicatrizara, el dolor constante superaría con creces la dolencia anterior.
Pero claro, nunca te podré decir que eres esa marca grabada en mi piel.
Nunca podré admitir que te has ganado a pulso el hecho de ocupar cada uno de mis sueños y pesadillas. Y nunca podré mirarte a los ojos, ser tan valiente como tú y reclamar un beso de tus labios como mío.
Porque perdí ese derecho cuando me enamoré de ti. Y ahora ya todo se basa en formalismos, en una cortesía tan fría como tu piel antes de abrazarte durante la noche.
Todo se rompió. Digamos que mi herida fue obligada a cauterizarse a marchas forzadas por causas ajenas, digamos que fui obligada a curarme de ti a base de cosas que yo no habría elegido.
Y ya no somos las mismas. Tú también has cambiado aunque no lo notes, no seas consciente o lo hayas hecho adrede. Quizá haya sido lo mejor según tú.
Pero después de todo esto siguen lloviendo sobre mí las preguntas sobre mi estado de ánimo.
¿De veras son necesarias?
Es simplemente la lucha de una cicatriz que se ha formado y trata de contener un torrente de sentimientos que antes me desangraba.
No sé si decirte que cuanto trato de superar mi adicción, lo hago con las personas menos indicadas.
Así que concluyo mi alegato diciendo que ya no sé qué me duele.
Si el hecho de que no me hieras como antes, o precisamente que echo de menos aquel tiempo en el que te importaba tanto como para no hacerme daño.
Quizá nuestras mutuas indiferencias son tan afiladas como el filo de un puñal y se me clavan en el alma, tan certeras como un fragmento de hielo que me quema por dentro.
Quizá simplemente te echo de menos, o simplemente no quiero echarte de menos. O echo de menos las ganas de echarte de menos.
O tal vez lo que me suceda es que estoy perdida y ya no sé cuántos puntos de sutura le he dado a mi corazón y a mi mente.
Quizá solo me haga falta salir a la superficie para respirar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario