¿Qué que me pasa?
No estoy enfadada, no estoy triste.
Quizá sea simplemente que me eres
indiferente, que ya no eres esa herida en lo más profundo de mí de la que
brotaba la cálida y espesa sangre a borbotones. Cuando cada gota dolía como si
un hierro candente estuviese permanentemente adherido a mi piel y la
temperatura no disminuyera.
Ahora es la calma apacible que provoca
el hecho de que seas una cicatriz. Ahora el dolor es constante, algo a lo que
acostumbrarse hasta hacerlo más soportable.
Pero el problema de las cicatrices es
que son indelebles. Están ahí arraigadas y no se pueden borrar aún con el paso
del tiempo. El problema es precisamente ese, que te has hecho algo duradero en
mi vida, y ya no me resulta fácil ignorarlo.
Y no sé cómo manejarlo. No sé qué hacer,
porque nunca imaginé que cuando esto cicatrizara, el dolor constante superaría
con creces la dolencia anterior.
Pero claro, nunca te podré decir que
eres esa marca grabada en mi piel.
Nunca podré admitir que te has ganado a
pulso el hecho de ocupar cada uno de mis sueños y pesadillas. Y nunca podré
mirarte a los ojos, ser tan valiente como tú y reclamar un beso de tus labios
como mío.
Porque perdí ese derecho cuando me
enamoré de ti. Y ahora ya todo se basa en formalismos, en una cortesía tan fría
como tu piel antes de abrazarte durante la noche.
Todo se rompió. Digamos que mi herida
fue obligada a cauterizarse a marchas forzadas por causas ajenas, digamos que
fui obligada a curarme de ti a base de cosas que yo no habría elegido.
Y ya no somos las mismas. Tú también has
cambiado aunque no lo notes, no seas consciente o lo hayas hecho adrede. Quizá
haya sido lo mejor según tú.
Pero
después de todo esto siguen lloviendo sobre mí las preguntas sobre mi estado de
ánimo.
¿De veras son necesarias?
Es simplemente la lucha de una cicatriz
que se ha formado y trata de contener un torrente de sentimientos que antes me
desangraba.
No sé si decirte que cuanto trato de
superar mi adicción, lo hago con las personas menos indicadas.
Así que concluyo mi alegato diciendo que
ya no sé qué me duele.
Si el hecho de que no me hieras como
antes, o precisamente que echo de menos aquel tiempo en el que te importaba
tanto como para no hacerme daño.
Quizá nuestras mutuas indiferencias son
tan afiladas como el filo de un puñal y se me clavan en el alma, tan certeras
como un fragmento de hielo que me quema por dentro.
Quizá simplemente te echo de menos, o
simplemente no quiero echarte de menos. O echo de menos las ganas de echarte de
menos.
O tal vez lo que me suceda es que estoy
perdida y ya no sé cuántos puntos de sutura le he dado a mi corazón y a mi
mente.
Quizá solo me haga falta salir a la
superficie para respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario