Mientras caminaba con
parsimoniosa ceremonia hacia la salida de cuya elección esa chica de rasgos
duros no habría sido jamás responsable, oyó una voz a sus espaldas.
—No te hagas la mártir. No has
descubierto nada nuevo. No es un giro dramático en una de esas obras tuyas de Vaudeville ni un cariz inesperado en una de tus excéntricas pero ya
argumentalmente oxidadas novelas. Sabías como era. La sorpresa debería ser
inexistente.
La figura que se alejaba hacia la
puerta se detuvo. Y con una calma que le habría puesto los pelos de punta a un
reptil de la familia de los quelonios, también llamados tortugas, giró
levemente el cuello para mirar a su interlocutora por encima del hombro.
—No me decepciones antes de salir
de la estancia, por favor. Estabas representando extraordinariamente bien el
papel de mujer déspota y glacial que impera con la supremacía de quien ignora
argumentos pragmáticos y los entierra bajo una capa de frugalidad disfrazada de
razonamiento crítico. Si ahora te excusas, la creciente excitación que había
empezado a generarse en mi entrepierna tornará presta en un molesto hormigueo
que me dejará muy mal sabor de boca, por no decir que mi autocomplacencia no
necesita alimentarse últimamente.
Estas palabras, dichas en un tono
monocorde arrancaron un exasperado bufido de la chica que la había increpado al
salir.
—Siempre te has considerado
demasiado elevada para mantener una conversación recíproca en este mundano
plano terrenal, ¿no es así? Para alguien como tú debe resultar tremendamente
arduo poner los pies en la tierra y olvidar por un momento todos esos asuntos
de profundidad astral a los que achacas tu absoluta falta de interés por la
vida humana. ¿Cómo pretendes que no me enerve hablando contigo?
Ahora, ambas estaban frente a
frente a frente. El ceño fruncido de una enfrentado al gesto de frívola pero
educada incredulidad de la otra, cuyos rasgos se habían vuelto aún más pétreos
si cabe.
—Ignoraba que mi ataráxica
postura ante la vida supusiera un motivo para que tu ya de por si precario
equilibrio emocional sufriera un revés tan acusado. Pero, ya que pareces más
que dispuesta a discutir, dime: ¿Por qué es tan importante para ti introducirte
en una mente cuyo delirio aumenta exponencialmente según avanza la demencia de
una sociedad decadente y condenada al fracaso? Cuanto más se hundan ellos, más
delgada se volverá la línea que me ata a una cordura que yo no he decidido
conservar.
La aludida clavó sus ojos en los
negros túneles sin fondo que tenía delante. Los ojos de esa desapasionada mujer
siempre la habían hecho sentir una mera partícula en un universo contraído y
convulso. Y a su vez, el objeto de la lujuria más desmedida que alguna vez
hubiere tenido el placer de conocer. Podía hacerla arder con el hielo que
emanaban sus ojos.
—Tengo la impresión de que
podrías perder el juicio por completo y no te alterarías ni en semejante
circunstancia. Serías la demente más nihilista que ha existido.
—Reitero mi pregunta: ¿De verdad
es tan importante?
La chica notó que la calma de la
otra mujer vacilaba un instante, dejando entrever de forma subrepticia un
rescoldo de una emoción que le fue imposible discernir bajo esa capa de
hieratismo que tanto la caracterizaba. Parecía de verdad querer conocer la
relevancia que suponía su persona para ella.
— ¿Crees que estaría aquí
perdiendo los nervios, la paciencia y el tiempo contigo si no lo fuera?
—Por lo que veo, has conseguido
darle la vuelta a la encarnizada escaramuza verbal que estábamos manteniendo y
ahora soy yo la que debido a su completa falta de modales te está haciendo
perder cosas harto valiosas. Qué deleznable por mi parte. Así que te propongo
un trato...
La tensión se había ido
incrementando hasta hacerse casi palpable. Si sus oscuros orbes oculares eran
difíciles de descifrar, su mente podía considerarse un galimatías tan
intrínsecamente enredado que asomarse a él podía ser motivo de un buen dolor de
cabeza a largo plazo. Pero la otra chica no se amedrentaría.
—Habla
—A ti te enerva la pasividad que
denota mi carácter y a mí aun me queda un hálito de esperanza que me lleva a
pensar que el mundo no está tan putrefacto como parece. Pero las personas están
alienadas bajo el yugo de una garra que los aborrega y los sume en el más hondo
de los letargos. Yo me he quedado al margen para observarlos, pero de igual
modo siento que la vida me ha lanzado a un sopor que me cuesta sobrellevar.
— ¿Y qué sugieres?
Por primera vez hubo duda en la
voz de la chica que había iniciado toda esta escena.
—Quiero que me despiertes.
Lo último que vio fueron esos dos
agujeros de color azabache aproximándose antes de notar unos cálidos pero
impasibles labios sobre los suyos. Muy bien, si quería despertarse ella no
dudaría en ser cafeína recorriendo esas venas encallecidas de esperar una
emoción que la sacara de este mundo infecto de desencantos y corrupción. Sería
la cura para el sistema linfático de esa chica que observaba a la humanidad
como ese cáncer que debía ser extirpado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario