Querida Karen:
Seguro
que te habrá sorprendido el no encontrarme contigo en la cama. No puedo más con
esto, cariño. Tengo que marcharme. Sé que desde hace unos días llevaba decaído,
y tú lo notabas cada día que yo me despertaba a tu lado, preguntándome se había
dormido bien, diciéndome que visitásemos a un doctor para que me tratase. Pero
me temo que eso es inútil. Ningún doctor puede curarme de este suplicio, de
esta angustia y miedo que siento cada día. En el pasado fui reticente a
contártelo, pero tú mereces saber toda la verdad. El por qué dejé el trabajo, el
por qué de mi conducta extraña, el por qué ya no puedo permanecer a tu lado
Sucedió
hace dos meses. Me dirigía de camino hacia el lugar donde me aguardaba mi nuevo
caso, un viejo caserón situado a las afueras de un pueblo alejado de la ciudad.
Allí me encontraría con mi viejo amigo de la facultad, el oficial de policía
Michael Brown, quién me daría la información acerca de los sucesos ocurridos en
aquel caserón. Me lo encontré en las puertas, aguardando mi llegada con
impaciencia.
—
¡Vaya, Al! Por fin llegas, ya iba a entrar yo por ti —me
dijo con tono de reproche.
—Perdona
por la tardanza, Mickey. El camino estaba bastante embarrado por la lluvia —le
dije—.
¿Qué me cuentas de la “misión” que me aguarda?
—Nada
del otro mundo. Los lugareños están un tanto preocupados por los sonidos que se
escucha del caserón este.
—
¿Solo eso? —pregunté extrañado—.
Podrían ser unos chavales del pueblo haciendo de las suyas o animales salvajes
que se han colado por una abertura.
Mi
compañero negó con la cabeza.
—Lo
dudo bastante. Los sonidos ocurren entre las dos y las tres de la madrugada,
horas en las que los pequeños diablillos del pueblo están bien acurrucados en
sus camas, y por otra parte las gentes
afirman que ningún animal de la zona podría emitir sonidos tan espantosos como
los que se escuchan a dichas horas.
Pensé
por unos segundos acerca de esos dos hechos
—Vale,
veré lo que puedo hacer —dije con cierta inseguridad.
—El
caso está en tus manos, detective. Hasta más ver, Al
—Hasta
más ver.
Nos
despedimos con un amistoso apretón de manos.
El
caserón era bastante tétrico, similar al de una mansión embrujada de una vieja
película de terror americana. El ambiente tétrico, que encajaba con las nubes
grises que amenazaban una fuerte tormenta, despertó en mí el espíritu
aventurero que me caracterizaba desde mi niñez.
Abrí
la gran puerta, el interior estaba invadido de una densa penumbra. Eché mano de
mi fiel linterna que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta. Pude vislumbrar la
el corredor principal. Entré en una gran habitación situada en la derecha del
corredor. Por su tamaño e inmobiliario pude deducir que era el salón. Estaba
adornado con dos sillones llenos de polvo y una gran chimenea, la cual tenía
pinta de no haber sido usada en décadas. Mi vista se detuvo en una gran
estantería llena de libros de todas las ramas del saber: obras literarias,
históricas, científicas, filosóficas, místicas... “Sin duda el difunto
propietario era un hombre bastante culto”, pensé.
A
la izquierda de la estantería se encontraba un gran carrillón de madera de
caoba. Sus agujas se quedaron paradas en las tres en punto, su péndulo dorado también
estaba inmóvil. Baje mi linterna a los pies del reloj y vi unas marcas de
arañazos sobre el suelo. Movido por la curiosidad lo desplacé, con gran
esfuerzo, siguiendo las marcas del suelo. Lo que vi me dejó helado.
Había
una abertura que daba cómo a una especie de sótano. La profundidad de aquel
sótano era increíble, apenas podía ver el fondo. Era como si tuviera varios
kilómetros de profundidad, como si fuese una entrada hasta el mismísimo centro
del planeta Por suerte había una escalera de cuerda que conducía al fondo de
ese abismo. Sin pensármelo dos veces me introduje en esa entrada subterránea.
Estuve
varios minutos bajando aquellas escaleras. Finalmente mis pies tocaron tierra
firme. El ambiente era húmedo y frío, como el de una especie de cueva. Mientras
avanzaba por esa caverna sentía en mis entrañas una extraña sensación que me
inquietaba. Fue como si sintiese la presencia de una influencia maligna. En el
corredor vi algo que me cortó el aliento. Eran unos bajorrelieves en los que
aparecían unos extraños seres monstruosos que jamás vi. Su presencia tan espeluznante
era lo que me inquietaba. Bajo estos seres se encontraban unos signos criptográficos
desconocidos para mí.
A medida que avanzaba por ese cavernoso
pasillo, bajo la mirada de esos monstruos, oía una especie de murmullo, cómo de
miles de voces entonando unos cánticos en un idioma extraño y desconocido para
mí. Instantes más tarde observe las figuras que emitían esa especie de
cánticos. Era un grupo de figuras ataviadas con túnicas rojas, iluminadas bajo
la pálida luz de velas negras que cada uno llevaba. Decidí que eran una secta
nunca antes vista por mí, además por sus vestimentas descarté que fuese
satánica, ya que no poseían ningún símbolo que lo relacionasen con el Diablo.
Seguí de manera sigilosa a este grupo para saber con qué finalidad transitaban
estas cavernas subterráneas.
Finalmente
se pararon en una gran cámara, la cual yo intuía que debía ser el final de esa
caverna. En esa cámara les aguardaba expectante una persona vestida con una
túnica de un color rojo más oscuro del que tenían las túnicas de los que yo
perseguí furtivamente durante varios minutos. Por su vestimenta diferente al
resto, más por los símbolos extraños que la ornamentaban, pude deducir que se
trataba del jefe o maestro de aquel misterioso grupo.
Formaron
un círculo, dirigiéndose a una especie de pared de un mármol extraño y decorado
con una simbología similar a la que el maestro de aquella secta llevaba en su
túnica. Empezaron a emitir sus cánticos, pero esta vez esos cánticos eran más
perturbadores y de mayor volumen que los que emitían con anterioridad. Era
imposible que esos sonidos fuesen emitidos por una garganta humana, suponía que
esos cánticos eran los que espantaban a sus vecinos a altas horas de la noche.
A medida que escuchaba esos horribles cánticos
mi cabeza empezó a dolerme con un fuerte dolor agudo. Comencé a tener horribles
visiones relacionadas con los seres que yo vi en los bajorrelieves de las
paredes de la caverna, solo que esta vez esos seres estaban vivos y eran
muchísimos más espeluznantes y monstruosos. Los había con grandes colmillos
capaces de masticar metal, otros con cuernos de más de dos metros de
envergadura. Los había de todo tipo. Estaban masacrando a
hombres, mujeres, niños, ancianos… A todos, esos monstruos parecían no
tener piedad con ningún ser humano. A algunos les sacaban las tripas, a otros
los desmembraban con la misma facilidad que se rompe un muñeco de papel. Uno de
esos seres agarró a dos niños de no más de ocho años y los mató, haciendo
chocar sus cabezas, sosteniendo así entre sus garras un amasijo de piel, pelo,
sangre, materia gris y hueso; dejando caer los inertes cuerpos descabezados de
aquellos dos pequeños.
Era
el mismísimo infierno en la tierra, que solo los más viles demonios podían
llevar a cabo. A causa del impacto que me dejaron aquellas infernales visiones
me desmayé.
Me
desperté, solo para ver que mis espeluznantes visiones se hicieron realidad.
Los acólitos de aquella secta de la que fui testigo estaban todos desmembrados,
los que tenían suerte. Algunos les faltaban partes de su anatomía, cómo medio
torso o la cabeza. Los que más mala suerte tuvieron acabaron convirtiéndose en
una masa sanguinolenta y pulposa de carne y huesos.
Estaba
completamente aterrado, me costó varios minutos reaccionar. Cuando tuve el
completo control de mi cuerpo, corrí todo lo que mis piernas me permitieron.
Solo quería salir de aquel horrible lugar para no volver jamás.
Después
de esa traumática experiencia dejé el cuerpo, sin dar explicaciones a nadie. Ni
siquiera a Mickey. Necesito tomar un descanso bien largo, por lo menos por el
día. Ya que por la noche tengo pesadillas sobre las visiones que tuve de
aquellos infernales seres aniquilando a seres inocentes. Cada día se repiten.
Ya no puedo más, mi cordura se está agrietando con cada pesadilla que sufro.
Te escribo esto, Karen, para que me entiendas. No
puedo seguir compartiendo techo contigo ni con los niños. No me busques, es
mejor así. Tengo miedo, mucho miedo de que estas visiones acaben volviéndome
loco y acabe haciéndoos mucho daño a vosotros, mi querida familia. Te mandaré
dinero todos los meses, para que podáis seguir adelante. Sé fuerte, cariño,
hazlo por ti y por nuestros hijos.
Siempre
tuyo, Al.
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