La
chica tomó a la otra muchacha por sorpresa y la aferró el pelo.
— ¿Quieres ser mía? —susurró—. No tienes ni idea de lo que implica
ser mía
—Enséñamelo pues. No tengo miedo.
La chica que la estaba agarrando sonrió, casi con condescendencia.
—Mi mundo no es para ti. Yo quiero poseerte, poseerlo todo de ti.
Serías lo que yo quisiera que fueses. Puede que la curiosidad haga que esto te
atraiga, pero yo no quiero a una gatita curiosa, quiero a una perra sumisa con
aires de tigresa a la que doblegar.
La otra joven no se acobardó. Se irguió y miró a la joven de traje
y corbata que tenía delante. Ese aire arrogante y esa soberbia que hacía ver a
todo el mundo quién tenía el control la excitaban. Notó su deseo humedeciéndola
y se arrepintió de su arrebato de picardía al no haber querido usar ropa
interior.
—No me asusta. Puedo satisfacerte de la manera en la que lo
desees. Sólo tienes que pedirlo —afirmó sin desviar la mirada.
Y entonces, sin que la chica sin miedo supiera muy bien cómo, la
otra mujer había soltado su pelo, le había dado la vuelta y la sujetaba de la
nuca y la cintura, obligándola a inclinarse sobre el escritorio. Se sentía
expuesta y vulnerable. Y excitada, muy excitada. Sus impuros impulsos casi
resbalaban por sus muslos.
—Yo no tengo que pedir nada. Si de verdad te sometes a mi nada de
lo que tengas que hacer será una petición. Yo sólo te comunicaré mis designios
y apetencias y para ti serán órdenes.
Mientras decía todo esto, la muchacha del traje había introducido
sus atrevidas y hábiles manos por la no menos atrevida falda de la otra mujer,
que ahogó un gemido.
—Vaya… me temo que te he subestimado. Estás muy dispuesta. Creo
que sería todo un despropósito por mi parte no satisfacerte. Pero dime, ¿podrás
satisfacerme tú a mí?
—Sí, ama.
—Cuenta, en voz alta. Si te quejas, lloras o dudas no te dejaré
llegar hasta que lo crea conveniente. Y pueden pasar horas —advierte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario