viernes, 3 de febrero de 2017

Relato - Acoprox el Nauseabundo

Ximenus el Indolente, noble caballero de la orden de la Espalda Chepada, blandía su maza de guerra toallitia contra aquel engendro. Solo él podría salvar Letrinia.
Letrinia era un reino antaño próspero, sus campos fértiles, las cosechas abundantes y el ganado cuantioso, pero con la llegada a dichas tierras del infame hechicero Acoprox, conocido como el Nauseabundo, la desesperación más absoluta se apoderó de aquel feudo.
Su aparición fue latente: primero, un viento hediondo, conocido por los aldeanos como Flato, resultó ser ponzoñoso para el ganado, causando grandes pérdidas en este.
Poco después, al Flato le siguió la llamada caída del Cielo, una lluvia acompañada de fragmentos de algún material que parecían no formar parte del mundo conocido, y que al caer en los campos, los convertía en eriales.
Pero fue con la llegada del impío mago cuando los peores presagios de los aldeanos se confirmaron. Su aparición vino acompañada de la Peste, una extraña enfermedad que comenzó a diezmar al campesinado.
El rey Pulcro I, conocido por su amado pueblo como el Impecable, desolado al ver tan dantesca situación, hizo venir a los más selectos magos de diversos reinos con el fin de encontrar una solución a su funesto problema, y fue gracias a Scobilius el Magnánimo, mago y consejero privado del rey del lejano reino de Retretia, que pudo encontrarse una solución.
Scobilius declaró haber leído en antiguos códices sobre ciertas criaturas denominadas en estos residua, bestias parásitas con capacidad metamórfica y de crear enfermedades, hediondas e inmortales, cuya única posibilidad de victoria era encerrándolas en una prisión eterna hecha de esencia pura.
Para ello, se acordó el sacrificio de trece toallitias enfermas, sacerdotisas de la religión papelista, doctrina en auge en aquellos momentos y dedicada al culto del dios Papelius, siendo el reino de Letrinia uno de ellos.
Una vez realizada la santa ofrenda a los dioses y obtenida la esencia, se forjó el llamado Abismo de la Sentina, presidio en el que el abyecto permaneció enclaustrado durante cincuenta años.
Por fin, después de un largo tiempo sumidos en aquella perniciosa vorágine, aquella aciaga tierra pareció recobrar la antaña fortuna anteriormente arrebatada. Poco a poco, los eriales fueron dando paso a verdes y fértiles praderas, la prosperidad favoreció a que pronto incontables reses volvieran a inundar los verdes pastos, y con todo esto, la población, antes diezmada a menos de la mitad, comenzó a crecer de forma desmesurada. Incluso otros reinos buscaban enlaces con el territorio letrinesco, dando lugar al enlace del primogénito del rey Pulcro, Atildado II el Fragante con Incólume la Perfumada, princesa del reino de Sanitaria.
Eran tiempos de bonanza para aquella región. Hasta que un día, a Pattus, hechicero mayor de Letrinia y consejero privado del rey, le fue encargada la ardua tarea de reforzar los sellos mágicos que sostenían el Abismo de la Sentina.
Una vez allí, una voz aterciopelada se instaló en su cabeza:
«Oh, Pattus, noble hechicero de la corte de Letrinia, tú que eres clemente con los oprimidos, te ruego me liberes de esta lacerante prisión que tanto turba esta alma menesterosa» imploró la voz.
Una desbordante misericordia comenzó a apoderarse de Pattus. En aquel momento, Pattus se acordó del consejo de su amado rey: «Pattus, esa bestia primigenia que habita en las profundidades de este castillo es muy astuta, no escuches sus palabras. ¡Se servirá de la lisonja y de tu carácter compasivo para salir de su cautiverio! »
¡Atrás, bestia inmunda! ¡Ya me advirtió mi rey de tus viperinas y perniciosas palabras, que solo traen desdicha y perdición a aquel que cede ante ellas! ¡Aquí permanecerás hasta el final de los tiempos! —inquirió Pattus.
Al oír estas palabras, aquella seductora voz dio paso a una escalofriante carcajada y a una lóbrega voz que le heló hasta el tuétano de los huesos.
« ¡Ya es tarde, mortal! ¡Ahora eres mi títere! Abrirás esta prisión y me dejarás libre. ¡Prepárate para dejar este mundo!»
De repente, una fuerza invisible se adueñó del cuerpo de Pattus. Ofreció una resistencia encarnizada, pero al final acabó sucumbiendo ante la cautivadora voz. La vida del desdichado individuo fue apagándose, hasta convertirse en un ser inerte.
La bestia había sido liberada. La desesperanza colmaba el reino de Letrinia, sumido en el caos. Las calles eran un reguero de pestilencia y muerte, los cadáveres se aglutinaban. Los infelices aldeanos intentaban escapar del mal que se regía en el feudo, algunos incluso arrojándose de los puentes.
El rey, al ver esta situación, fue preso de un abismal temor. Otra vez su amado pueblo se veía amenazado por aquella abominación. Una profunda aflicción se apoderó de él. Cincuenta años antes, aconsejado por Scobilius, mandó forjar una maza con la misma esencia con la que se construyó El Abismo de la Sentina, pero su avanzada edad le impedía hacer frente al infame Acoprox.
Mandó reunir a los caballeros de la orden de la Espalda Chepada, orden de la que había formado parte en su juventud, y allí le encomendó a Ximenus el Indolente la difícil tarea de volver a enclaustar a la bestia y le ofreció la maza de guerra toallitia, sin ella sería imposible llevar a cabo tan ardua tarea.
No la encontró muy lejos de las mazmorras. Debido a la envergadura de esta, el avance era lento y tortuoso, que facilitó las acometidas del templado caballero.
Ximenus blandió la maza contra la bestia, que adoptó una forma de menor tamaño para poder hacer frente a los envites del noble guerrero, ya que solo podía defenderse de estos.
Confiado por su superioridad en la lucha, Ximenus comenzó a arremeter contra el engendro con mayor violencia, y en un descuido, Acoprox lo desarmó.
De repente, aquel engendro adoptó su verdadera forma, una enorme masa amorfa marrón que no paraba de reír.
            —Te has confiado mortal, y ello te costará la vida —señaló Acoprox.
En aquel momento, Ximenus pudo vislumbrar que el portón del Abismo no había sido cerrado, y con un último envite, aprovechó para empujar al maligno contra la prisión y cerrar la puerta, pero Acroprox en un último segundo lo tomó contra su pecho, quedando encerrados ambos para toda la eternidad.

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