martes, 24 de enero de 2017

Relato - El corazón de un druida

Habían pasado dos semanas desde la aventura nocturna de Gaal en el bosque. Todo transcurría con normalidad en la vida del pequeño. Volvía a hacer incursiones por el bosque, pero esta vez junto al sabio druida. Todo parecía estar como siempre. Sin embargo, un día mientras paseaba en el bosque junto al druida, pasó algo que hizo que el joven aprendiese una valiosa lección.
Era un día corriente. Gaal acompañó a Refireo al bosque. Era casi una rutina que él hacía junto a su maestro, para buscar hierbas y materiales útiles para el druida. De repente escucharon un crujir de ramas, y de la maleza salió un joven de aspecto desaliñado empuñando un  cuchillo de caza. A su espalda llevaba también un arco.
¡Vaya! exclamó el joven—. Pero si son Refireo y el pequeño Gaal. ¿Qué hacéis por el bosque?
Buenos días, Roc le saludó el druida—. Estamos recolectando unas hierbas y raíces que me serán útiles para preparar ungüentos y medicinas.
¿Qué haces tan temprano aquí, en el bosque? preguntó el niño.
Me alegro que me lo preguntes, Gaal. En realidad llevo aquí desde anoche. Estoy persiguiendo a una alimaña.
¿Una alimaña? preguntó Refireo.
Sí, un zorro ladrón. Lo pillé anoche, se coló en el corral de mi padre y se  llevó una gallina. En estos días nos robó a tres. Conseguí darle un flechazo, pero el muy rufián se escapó entre la maleza y le perdí la pista. De todas formas no pudo haber ido muy lejos estando herido.
Vaya, lamento oír eso. Gaal y yo nos vamos, tenemos que terminar y volver a la aldea antes de la hora del almuerzo. Que tengas suerte, Roc.
Adiós. Tened cuidado con los animales hostiles se despidió  el joven.
El joven se fue por su camino en busca de su presa. El joven druida y su aprendiz se internaron más en el bosque, buscando hierbas y raíces. De repente vieron un movimiento entre la maleza. Ambos pensaban  que se trataba otra vez de Roc pero eso era imposible, el joven se había ido por el lado opuesto del bosque. El movimiento procedía de detrás de un arbusto. Con sumo cuidado el druida se acercó al arbusto para ver lo que era. Sin embargo, antes de verlo él ya sabía de qué se trataba.
Era el zorro, aquel que Roc estaba persiguiendo. Estaba herido en una de sus patas traseras, en la cual tenía clavada parte de una flecha, y sangraba bastante. Junto a él estaba el cuerpo del delito, una gallina muerta que le había robado al padre del muchacho. El zorro herido gemía débilmente. El druida se acercó para observar al zorro, estuvo observándolo durante varios segundos.
Sin mediar palabra, Refireo sacó de su zurrón dos cosas. Una de ellas era una bolsa de tela con ungüentos y medicinas, pero la otra era un instrumento que nunca vio Gaal: una daga bien protegida en su vaina de cuero.
Gaal, dijo el druida con un tono de voz demasiado serio te voy hacer una pregunta. ¿Qué harías en esta situación?
El chico no sabía qué responder. Nunca había estado en una situación como esta, y nunca había visto a Refireo tan serio.
¿Q-qué quieres decir, maestro? preguntó el chico con voz temblorosa.
Este zorro robó tres de las gallinas del padre de Roc. Su padre puso todo su empeño en criarlas, además Roc estuvo toda la noche en el bosque buscando la pista de este animal y si lo dejamos vivo quizás vuelva a robarles. Por otra parte yo, como druida, tengo que velar por la vida de los animales del bosque, por eso traigo siempre estos ungüentos.
Gaal no sabía cómo reaccionar. Nunca había visto a Refireo así.
¿Qué harías tú? le volvió a preguntar el druida.
El pequeño estaba muy asustado, no sabía que opción escoger. Después de unos segundos el druida le dio un consejo.
Gaal, para este tipo de situaciones es inútil usar la razón. En elecciones como esta debes usar tú corazón para escoger una opción.
Q-quiero que viva. No puede morir el zorro, Refireo dijo el aprendiz finalmente.
Pues así será.
El druida volvió a guardar la daga y se dispuso a extraer el fragmento de flecha y sanar su herida.
Sujétalo bien, Gaal.
El niño lo sujetó para que no se moviese el zorro. Este le dio una lamida en su brazo, parece que sabía que el chico le había salvado la vida.
Ya está, ya puedes estar tranquila dijo sonriendo al animal mientras este agarraba a la gallina y se iba lentamente.
¿Tranquila? preguntó el chico algo extrañado.
En realidad es una hembra, ya la había visto hace algún tiempo. Pero cuando la vi estaba embarazada y a punto de dar a luz. Supongo que  robaba gallinas porque en el bosque no podía cazar mucho para alimentar a sus crías. Los lobos se han adueñado del bosque, lo que le complicaba mucho la caza.
Refireo, ¿por qué no me lo dijiste antes?
Quería saber que elección tomarías, aunque ya sabía que querías que ella viviese. En este mundo te vas a tener que enfrentar a situaciones como esta. Situaciones en las que no hay decisiones correctas ni erróneas; solo decisiones y consecuencias. Muchas veces me han ocurrido situaciones incluso más difíciles que esta.
Maestro, dijo Gaal ¿tú has tenido que tomar elecciones difíciles?
Sí, muchas veces. Te voy a contar una historia que me pasó hace diecisiete años.
»Ya sabes que yo también ayudo en los partos, y estuve en el momento en el que todos vinisteis a este mundo. Mi misión era ayudar con el parto, y cuando nacieseis daros la bendición para que crecieseis sanos y fuertes. Sin embargo, no todos los partos salen bien.
»En una ocasión se complicó mucho, estuvimos todo un día en la cabaña de las madronas. La situación llegó a un momento tenso. No podíamos salvar a la madre y al niño a la vez, ya que los dos morirían. Sólo podíamos salvar a uno.
»En ese momento, todos me pidieron la opinión. Ya que sabían que la elección que yo tomaría, supuestamente, sería la correcta. Pero en ese momento no había decisiones erróneas ni correctas. Tenía que sacrificar una vida para salvar otra. Finalmente tomé una decisión, pero no la tomé con la cabeza si no con el corazón»
¿Qué decisión fue? preguntó el pequeño Gaal.
¿Sabes cómo iba a llamar la madre a su hijo? Roc. Exactamente,  el amable y jovial Roc que todos conocemos. Muchas veces siento tristeza por no haber podido salvar también a la madre. Pero al ver a ese muchacho sonreír y ayudando a los demás me doy cuenta de que su sacrificio no fue en vano.
El viejo druida se incorporó y metió los ungüentos en el pequeño saco de tela y los introdujo en su viejo zurrón.
Bueno, ¿nos vamos ya? ¡Tengo tanta hambre que me comería un árbol entero! dijo Refireo mientras carcajeaba y se daba palmadas en su gran tripa.

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