Habían pasado dos semanas desde la aventura nocturna de Gaal en el bosque. Todo
transcurría con normalidad en la vida del pequeño. Volvía a hacer incursiones
por el bosque, pero esta vez junto al sabio druida. Todo parecía estar como
siempre. Sin embargo, un día mientras paseaba en el bosque junto al druida, pasó
algo que hizo que el joven aprendiese una valiosa lección.
Era
un día corriente. Gaal acompañó a Refireo al bosque. Era casi una rutina que él
hacía junto a su maestro, para buscar hierbas y materiales útiles para el
druida. De repente escucharon un crujir de ramas, y de la maleza salió un joven
de aspecto desaliñado empuñando un cuchillo de caza. A su espalda llevaba también
un arco.
—
¡Vaya! —exclamó
el joven—. Pero
si son Refireo y el pequeño Gaal. ¿Qué hacéis por el bosque?
—Buenos
días, Roc —le
saludó el druida—.
Estamos
recolectando unas hierbas y raíces que me serán útiles para preparar ungüentos
y medicinas.
—
¿Qué haces tan temprano aquí, en el bosque? —preguntó el niño.
—Me
alegro que me lo preguntes, Gaal. En realidad llevo aquí desde anoche. Estoy
persiguiendo a una alimaña.
—
¿Una alimaña? —preguntó
Refireo.
—Sí,
un zorro ladrón. Lo pillé anoche, se coló en el corral de mi padre y se llevó una gallina. En estos días nos robó a
tres. Conseguí darle un flechazo, pero el muy rufián se escapó entre la maleza
y le perdí la pista. De todas formas no pudo haber ido muy lejos estando
herido.
—Vaya,
lamento oír eso. Gaal y yo nos vamos, tenemos que terminar y volver a la aldea
antes de la hora del almuerzo. Que tengas suerte, Roc.
—Adiós.
Tened cuidado con los animales hostiles —se despidió
el joven.
El
joven se fue por su camino en busca de su presa. El joven druida y su aprendiz se
internaron más en el bosque, buscando hierbas y raíces. De repente vieron un
movimiento entre la maleza. Ambos pensaban que se trataba otra vez de Roc pero eso era
imposible, el joven se había ido por el lado opuesto del bosque. El movimiento
procedía de detrás de un arbusto. Con sumo cuidado el druida se acercó al
arbusto para ver lo que era. Sin embargo, antes de verlo él ya sabía de qué se
trataba.
Era
el zorro, aquel que Roc estaba persiguiendo. Estaba herido en una de sus patas
traseras, en la cual tenía clavada parte de una flecha, y sangraba bastante.
Junto a él estaba el cuerpo del delito, una gallina muerta que le había robado
al padre del muchacho. El zorro herido gemía débilmente. El druida se acercó
para observar al zorro, estuvo observándolo durante varios segundos.
Sin
mediar palabra, Refireo sacó de su zurrón dos cosas. Una de ellas era una bolsa
de tela con ungüentos y medicinas, pero la otra era un instrumento que nunca
vio Gaal: una daga bien protegida en su vaina de cuero.
—Gaal,
—dijo
el druida con un tono de voz demasiado serio— te voy hacer una
pregunta. ¿Qué harías en esta situación?
El
chico no sabía qué responder. Nunca había estado en una situación como esta, y
nunca había visto a Refireo tan serio.
—
¿Q-qué quieres decir, maestro? —preguntó el chico con voz temblorosa.
—Este
zorro robó tres de las gallinas del padre de Roc. Su padre puso todo su empeño
en criarlas, además Roc estuvo toda la noche en el bosque buscando la pista de
este animal y si lo dejamos vivo quizás vuelva a robarles. Por otra parte yo, como druida, tengo que velar por la vida de los animales del bosque, por eso
traigo siempre estos ungüentos.
Gaal
no sabía cómo reaccionar. Nunca había visto a Refireo así.
—
¿Qué harías tú? —le
volvió a preguntar el druida.
El
pequeño estaba muy asustado, no sabía que opción escoger. Después de unos
segundos el druida le dio un consejo.
—Gaal,
para este tipo de situaciones es inútil usar la razón. En elecciones como esta
debes usar tú corazón para escoger una opción.
—Q-quiero
que viva. No puede morir el zorro, Refireo —dijo el aprendiz
finalmente.
—Pues
así será.
El
druida volvió a guardar la daga y se dispuso a extraer el fragmento de flecha y
sanar su herida.
—Sujétalo
bien, Gaal.
El
niño lo sujetó para que no se moviese el zorro. Este le dio una lamida en su
brazo, parece que sabía que el chico le había salvado la vida.
—Ya
está, ya puedes estar tranquila —dijo sonriendo al animal mientras este agarraba a la
gallina y se iba lentamente.
—
¿Tranquila? —preguntó
el chico algo extrañado.
—En
realidad es una hembra, ya la había visto hace algún tiempo. Pero cuando la vi
estaba embarazada y a punto de dar a luz. Supongo que robaba gallinas porque en el bosque no podía
cazar mucho para alimentar a sus crías. Los lobos se han adueñado del bosque,
lo que le complicaba mucho la caza.
—Refireo,
¿por qué no me lo dijiste antes?
—Quería
saber que elección tomarías, aunque ya sabía que querías que ella viviese. En
este mundo te vas a tener que enfrentar a situaciones como esta. Situaciones en
las que no hay decisiones correctas ni erróneas; solo decisiones y
consecuencias. Muchas veces me han ocurrido situaciones incluso más difíciles
que esta.
—Maestro,
—dijo
Gaal—
¿tú has tenido que tomar elecciones difíciles?
—Sí,
muchas veces. Te voy a contar una historia que me pasó hace diecisiete años.
»Ya
sabes que yo también ayudo en los partos, y estuve en el momento en el que
todos vinisteis a este mundo. Mi misión era ayudar con el parto, y cuando
nacieseis daros la bendición para que crecieseis sanos y fuertes. Sin embargo,
no todos los partos salen bien.
»En
una ocasión se complicó mucho, estuvimos todo un día en la cabaña de las
madronas. La situación llegó a un momento tenso. No podíamos salvar a la madre
y al niño a la vez, ya que los dos morirían. Sólo podíamos salvar a uno.
»En
ese momento, todos me pidieron la opinión. Ya que sabían que la elección que yo
tomaría, supuestamente, sería la correcta. Pero en ese momento no había
decisiones erróneas ni correctas. Tenía que sacrificar una vida para salvar
otra. Finalmente tomé una decisión, pero no la tomé con la cabeza si no con el
corazón»
—
¿Qué decisión fue? —preguntó el pequeño Gaal.
—
¿Sabes cómo iba a llamar la madre a su hijo? Roc. Exactamente, el amable y jovial Roc que todos conocemos.
Muchas veces siento tristeza por no haber podido salvar también a la madre.
Pero al ver a ese muchacho sonreír y ayudando a los demás me doy cuenta de que
su sacrificio no fue en vano.
El
viejo druida se incorporó y metió los ungüentos en el pequeño saco de tela y
los introdujo en su viejo zurrón.
—Bueno,
¿nos vamos ya? ¡Tengo tanta hambre que me comería un árbol entero! —dijo
Refireo mientras carcajeaba y se daba palmadas en su gran tripa.
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