martes, 4 de octubre de 2016

Relato - Abandonado

Reginald vagaba por las calles, solitario y triste, con los recuerdos felices que jamás volvería a vivir. Habían pasado cinco días desde aquel fatídico día. Él no estaba sólo por aquel entonces, tenía a Jenny a su lado, una chica pelirroja, con el cabello pelirrojo y rizado; y siempre con una sonrisa en el rostro.
Reginald y Jenny vivían en un diminuto pueblo, llamado Milton. Habían sido muy felices los dos juntos. Ambos se querían el uno al otro. Reginald siempre la despertaba con una lluvia de besos y ella se los recompensaba con un montón de abrazos. Los dos hacían bastantes cosas: salían a pasear juntos, comían juntos… A veces por las tardes lluviosas veían la televisión en la comodidad de su hogar, aunque a él le aburría bastante aquella caja de ruidos.
Todos los recuerdos felices que tenía el pobre de Reginald eran junto a su querida Jenny, pero todos esos recuerdos jamás volverán a su vida.
Sucedió dos semanas atrás, en una mañana de otoño. Reginald fue junto a Jenny a dar un paseo, como solían hacer, pero aquella vez notó algo extraño. Ese paseo era muchísimo más largo que lo habitual. Jenny lo llevó a sitios que él nunca había visitado. Además, Reginald notó a su compañera mucho más callada y pensativa que otras veces, siendo raro ya que Jenny era una chica un tanto despreocupada y alegre. De repente se pararon, Jenny miró a los ojos a Reginald y le dijo con voz apesadumbrada.
—Lo siento, Reginald, pero no podemos seguir juntos. Espero que me perdones.
Sin decir nada más, la muchacha pelirroja salió corriendo por la misma dirección en la que vinieron. Reginald la persiguió durante un buen rato, pero le perdió el rastro.
Reginald no sabía lo que pasaba, le costaba bastante asimilar lo que había pasado. Pero lo que le marcó y le rompió el corazón fue la frase “pero no podemos seguir juntos”. Después de tanto tiempo junto a ella, compartiendo momentos tan felices, no podía creer lo que estaba pasando. Jenny lo había abandonado a su suerte, en un lugar desconocido.
El pobre Reginald deambuló durante días, como otros que corrieron la misma suerte que él. Vagaba solo, con los ojos llenos de lágrimas y con el corazón roto en mil pedazos.
En su camino se encontró con otros callejeros. “Cuantas vueltas da la vida”, se dijo a si mismo, “y pensar que yo siempre decía que nunca acabaría como ellos”. Esto solo le hizo volver a llorar con más ganas, ya que él se había convertido en uno de ellos
Paseó por lugares que él desconocía, pero después de tanto caminar desconsolado, llegó a un lugar que él sí conocía, ya que había ido con Jenny muchas veces.
Ese sitio era el puente llamado Overtoun Bridge. Era un puente de piedra, bastante antiguo. Estaba rodeado de una frondosa  vegetación.  Siempre que Reginald iba con su compañera a ese puente, ella siempre le advertía que no se acercase mucho  a los lados del puente. Esta advertencia hacía que Reginald sintiese más curiosidad sobre lo que había  allí.
Se armó de valor y se asomó por uno de los lados del puente. Vio muchísimos árboles y un río que surcaba en el fondo del puente, pero había algo más. Reginald sintió una fuerza bastante fuerte, que lo atraía intensamente. Estaba tan hipnotizado por algo que pensó que nunca habría hecho.
Reginald saltó al vacío, sufriendo la misma suerte que otros muchos como él que fueron víctimas de la maldición del puente Overtaun Bridge, también tétricamente conocido por muchos como “el puente de los perros suicidas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario