Queridos Papá y Mamá:
Perdonadme por hacer esto, pero sabía que una vez
que hiciese lo que debía hacer, no habría vuelta atrás. Seguramente os
preguntéis porqué, pues últimamente, todo parecía ir un poco mejor, estaba más
centrado en el instituto, se respiraba un ambiente más tranquilo en casa, mis
episodios de insomnio habían disminuido, incluso había empezado a salir con
Rose, la hija de los vecinos del cuarto y de la que siempre había estado
enamorado, pero nada más lejos de la realidad.
Como descubristeis hace dos meses, llevo desde
que entré al instituto sufriendo acoso escolar, pero, lo que os he contado,
solo es una mínima parte de esa cámara de tortura a la que tenía que asistir
cinco días a la semana.
Esta pesadilla empezó unos meses antes de acabar
sexto de primaria. Jake, el gracioso de la clase y al que yo consideraba mi
amigo, empezó a llamarme con un mote al que en un primer momento no daba
importancia. Lo consideraba algo irrelevante, es más, cuando el resto de
compañeros también dejaron de llamarme Ernest para llamarme Sombra, les seguía
la corriente, cuando cantaban esas canciones en las que me llamaban por mi
mote, yo también las cantaba, pues en un primer momento hasta me resultaban
graciosas, pensaba que sería algo pasajero, y se acabarían cansando, qué gran
error.
Poco tiempo después llegó Septiembre y, con ello,
el cambio del colegio al instituto. Allí coincidí con algunos compañeros de clase y, al ser un sitio desconocido
para nosotros, nos apoyamos en aquellos que conocíamos para adaptarnos al
cambio de lugar, lo que me hizo creer que me iban a tratar como a alguien más,
pero simplemente había sido una tregua.
De repente Bastian, uno de los que era para mí de
mis mejores amigos en el colegio, empezó a juntarse con Eric y Lamar, dos chicos que estaban repitiendo curso.
Estos eran los payasos de clase, y un día, mientras esperábamos al profesor que
nos tocaba en aquella clase, Bastian comentó en voz alta el mote que tenía en
el colegio. Para mi desgracia, este mote les hizo mucha gracia, y cada vez que
podían hacían alguna referencia a este, incluso comenzaron a comentarlo con
gente de otras clases. Tanto se divulgó que, poco tiempo después, medio
instituto me llamaba así, incluso ni gente que conocía.
Lo peor vino cuando empezaron a pegarme. Un día
en el recreo estábamos jugando al fútbol y fallé un pase, lo que cabreó
bastante a Bastian. Entonces, se acercó a mí y me dio un cabezazo, para que,
según él, “estuviese más atento a la próxima”. Al ver que no respondí a lo que
hizo, lo volvió a hacer cada vez que se enfadaba con alguien. Un día casi me
parte la nariz por sacar más nota que él en un examen.
Pensé varias veces en pediros que me cambiaseis
de instituto, pero ni siquiera tenía fuerzas para ello. El curso pasaba, y me
seguía juntando con el grupo de Bastian y sus amigos, a los que en un principio
les caía bien, pero luego empezaron a tratarme igual que él. Pensé en aquel
entonces que si lo hacían debía ser porque había hecho algo mal y que tenía que
pagar por ello hasta que me perdonasen, aunque no sabía porqué. Más tarde
Dylan, el chico que siempre iba con Bastian, me contaría lo que decía de mí a
mis espaldas, lo que me cabreó bastante, así que fui a pedirle explicaciones.
Al día siguiente, justo antes de que viniera el
profesor con el que teníamos la primera clase de la mañana, fui a hablar con
él. Una vez que lo vi, me dirigí a él con una mezcla entre rabia y miedo.
Comenzamos a discutir y a gritos le dije que esa sería la última vez que hacía
eso, que si tenía algo que hablar conmigo lo hiciese a la cara. Sin embargo, se
quedó bastante sorprendido y, entre risas, lo comentó con el resto de
compañeros, que simplemente se limitaron a darle la razón, así que no sirvió
para nada. Bueno sí, para llevarme varios puñetazos que me dejaron un gran
moratón en el estómago, aunque esto ya lo sabíais, pues fue un par de días más
tarde cuando, movido por la desesperación, acudí a vosotros.
Recibí gran ayuda por vuestra parte, y eso es
algo que nunca podré dejar de agradecer. Expulsaron a Bastian un tiempo,
obligaron a Dylan y los demás a pedirme perdón y fueron amonestados y,
siguiendo el consejo de Eve, la psicóloga del instituto, me llevasteis a la
consulta del Doctor Nobody. La medicación que me mandó me ayudó bastante,
incluso comencé a centrarme más en los estudios.
Todo parecía ir bien pero, hace un par de
semanas, mientras iba por la calle, un grupo de muchachos de los cuales solo
conocía a uno, empezaron a insultarme. En aquel momento no les hice ningún
caso, pero esa noche, mientras volvía a casa, me los encontré de nuevo. Los
insultos volvieron a repetirse, y en ese momento me di cuenta de que tenía que
empezar a hacerme respetar, no podría tolerar que gente que no conocía me
insultase.
Me quité el cinturón y me lo até a la mano, iba
dispuesto a pegarle al que no se callaba. En ese momento se dirigió hacia mí y
me soltó un par de puñetazos en la cara, con tal mala suerte que los brackets
me desgarraron parte de la boca. Ahí fue cuando os llamé para ir a la policía a
denunciar a los que conocía, porque no pude ver la cara del que me dio. Pensé
que al tener incluso un parte de lesiones acabarían cantando. Ya era hora de
que alguien empezase a pagar por lo que había hecho. Sin embargo, la semana pasada
llegó una nota del juzgado, pensé que al fin se haría justicia, pero una vez
que vi el veredicto, todo se vino abajo.
El caso había sido archivado: ¡Inocente! ¡INOCENTE! ¡¡No habían sido acusados de nada!! ¡Todo lo que había hecho no servía
para absolutamente nada! ¡De nuevo había alguien que hacía lo que quisiera
conmigo, y de nuevo los culpables no iban a ser castigados!
Debía hacer algo, no sabía cómo, pero algo debía
hacer. En ese momento me di cuenta de que Bastian volvía esta semana al
instituto. Era el momento perfecto, podría acabar con el que había hecho que
este año fuera una pesadilla horrible. Fui al sótano, cogí la pistola que tiene
papá y varias balas, pocas pero suficientes para acabar con este virus mortal.
Hoy será el gran día, en el que por fin Ernest
Doe hará justicia. Adiós, Papá, Adiós, Mamá. Hasta siempre.
Fotocopia de la nota de suicidio del experimento 89
Resultado: FALLIDO
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