sábado, 7 de mayo de 2016

Relato - La extraña criatura del bosque

Aquella extraña sombra saltaba de árbol en árbol con una velocidad increíble, mientras  soltaba esa extraña risa, «jijujuji». El pequeño Gaal apenas podía seguirla con la vista. Finalmente, la criatura saltó al suelo y se detuvo. Estaba mirando fijamente al niño con aquellos enormes ojos felinos verdes y aquella gran sonrisa de dientes afilados, manchados en sangre.
Gaal creía que estaba perdido, que esa enigmática criatura lo mataría y pasaría a formar parte de las demás almas errantes de los niños que se atrevieron a internarse en el bosque de noche. Sin embargo, aquella sombra sonriente hizo algo que Gaal nunca imaginó: comenzó a hablar.
— ¡Ho-la! —dijo la criatura con una voz infantil—. ¿A qué se debe tanto llanto?
La criatura saltó un par de veces hacia adelante, dejando que la luz de la luna  revelara su verdadera forma. Era un animal misterioso, podía caminar a dos patas como un mono, pero con características propias de un felino. Su pelaje era negro. Tenía unas enormes orejas puntiagudas, alargados bigotes y grandes ojos verdes, propios de un felino. También poseía una alargada y peluda cola anillada de color gris y negro, con un  espeso mechón negro en la punta. Sus patas tenían pequeñas garras y en una de sus patas delanteras (que más que patas eran manos) llevaba una ardilla medio devorada, con sangre aun goteando. Eso explicaba la sangre en su gran sonrisa de colmillos afilados.
Al ver que Gaal no decía nada, el pequeño animal terminó de devorar la ardilla medio comida y  siguió hablando.
—Yo me llamo Txiligro. Tú eres un cachorro de la aldea humana, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
—Gaal —dijo el muchacho mientras se secaba las lágrimas—. M-me llamo Gaal.
Txiligro empezó a brincar y saltar alrededor del niño, mientras soltaba esa risa que lo caracterizaba.
— ¡Genial! —exclamó Txiligro con alegría—. Siempre quise hacerme amigo de un cachorro humano, jijujuji. Y dime, Gaal, ¿qué haces deambulando en este bosque de noche?
—Yo estaba buscando materiales que me había pedido el druida de la aldea cuando…
Gaal no pudo terminar la frase. Lágrimas empezaron a cruzar sus mejillas y rompió a llorar con intensidad. Esta reacción inquietó y preocupó al pequeño Txiligro. Se acercó cuidadosamente al niño y le dio unas palmadas en el muslo.
—Gaal ¿te pasa algo, amigo? ¿Te duele algo? —preguntó Txiligro preocupado por su amigo.
El joven muchacho poco a poco cesó de llorar, su expresión se  volvió triste y melancólica.
—Me he perdido —dijo Gaal sollozando—. Nunca volveré a mi aldea, y si vuelvo, volveré con la lista de ingredientes incompleta. No sé cómo conseguir una rama de secuoya. La rama de secuoya debe de tener semillas y no puedo recoger las ramas caídas al suelo. La secuoya es un árbol demasiado alto y yo no puedo trepar tan alto. Nunca lo conseguiré.
Tras decir esto, el niño volvió a romper en llanto. El pequeño animal, que ahora se consideraba su nuevo amigo se le subió al hombro, y dijo:
—Yo te puedo ayudar. ¡Soy el mejor trepador de árboles del bosque! Yo puedo subir a lo más alto del árbol y conseguir esa rama de secuoya.
— ¿De verdad? —dijo Gaal secándose las lágrimas.
Txiligro saltó del hombro del niño al suelo y dijo con una gran sonrisa.
— ¡Por supuesto! Eres mi nuevo amigo ¿verdad?
—Gracias, Txiligro —dijo Gaal sonriendo—. Ojalá yo pudiese hacer algo por ti… ¡Oh! Ya sé.
El niño sacó de la vaina de cuero que llevaba del cinturón un pequeño y extraño  tubo de madera con orificios. Txiligro se acercó movido por la curiosidad.
— ¿Qué es, Gaal? ¿Qué es¿ —preguntó Txiligro con mucha curiosidad e impaciencia.
—Es una flauta. Cuando la uso puedo crear música
El pequeño nuevo amigo de Gaal empezó a brincar entusiasmado e impaciente por ver que hacía ese extraño objeto que llevaba su amigo.
— ¡Úsala, úsala! —dijo Txiligro entusiasmado.
Gaal se puso la boquilla en sus labios y comenzó a soplar mientras sus dedos danzaban en los orificios de la flauta. Una alegre melodía inundó aquel claro donde estaba él y Txiligro, su pequeño nuevo amigo, empezó a brincar y bailotear alrededor de Gaal, movido por aquella jovial y alegre melodía que producía el instrumento de viento. Después de un momento, el muchacho paró de tocar la flauta.
— ¡Me encanta! ¡Es asombroso, amigo mío! Jijujuji.
—Sí que lo es. Me la fabricó el druida de la aldea… ¡Oh! —exclamó Gaal, como si hubiese recordado algo—. Tengo que ir a por la rama de secuoya. ¿Me ayudarás, Txiligro?
— ¡Claro! Yo siempre ayudo a mis amigos. Vamos, sígueme. Sé dónde está la Secuoya Milenaria.
Y con esto, Gaal y su nuevo  amigo, Txiligro, se internaron en lo más profundo del bosque. Hacia la gran Secuoya  Milenaria, a por el último ingrediente de la lista del misterioso druida Refireo.

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