miércoles, 6 de abril de 2016

Relato - Incursión nocturna

Llegó la noche, y el druida Refireo y su pequeño estudiante, Gaal, estaban en la entrada del bosque. A Gaal no le costó que su madre le diera permiso para que él realizara la tarea que Refireo le había mandado, ya que, al igual que su hijo, su madre también fue alumna de Refireo y confiaba bastante en la sabiduría del anciano.
El druida le dio a Gaal una pequeña bolsa de cuero para que llevase en ella todos los ingredientes que tenía que recolectar. El druida le dijo al muchacho:
—Bueno, hijo, ya ha llegado el momento. ¿Tienes la lista con todo lo que tienes que recolectar?
El niño sacó de su bolsillo un pequeño papel y se lo mostró al anciano.
—Así me gusta. Bien, Gaal… —Refireo se fijó en la cintura del muchacho y vio una pequeña funda de cuero que le colgaba del cinturón que le hizo su madre. Soltó una pequeña risa
— ¡Vaya! Veo que todavía conservas lo que te regalé en tu octavo cumpleaños. ¿Has practicado con ella?
—Sí, practico con ella casi siempre que puedo —dijo Gaal con una gran sonrisa.
— ¡Me alegro! —Dijo Refireo—. Quién sabe…puede que esta noche te sea útil, recuerda que es mágica. Por cierto, Gaal…
El druida sacó un pequeño frasco con un líquido rojizo y traslúcido en su interior. Después se lo ofreció a su joven alumno.
—Tómatelo, seguro que te gusta.
Sin decir nada, el niño tomó el frasco y se lo bebió rápidamente. De repente una gran sonrisa de felicidad se le dibujó en el rostro.
— ¡Caramba! —Exclamó Gaal—. Estaba delicioso, ¿qué era?
—Un brebaje hecho a partir de bayas, para que cumplas esta misión con energía y no te duermas en el bosque. ¡Ni a tu madre ni a mí nos gustaría que te pasase algo malo! Venga, ponte en marcha.
Y así el joven Gaal se adentró en el bosque, sin echar la vista hacia atrás. Cuando el druida lo perdió de vista, este silbó haciendo que apareciera su vieja lechuza. Se posó sobre su hombro.
—Orzuelo —le dijo el viejo druida—. Ve y vigila a Gaal mientras esté en el bosque. Si le pasase algo al chico, nunca me lo perdonaría.
Y con esta orden, la gran lechuza voló en dirección al bosque.
El bosque estaba en penumbra, los árboles se alzaban majestuosos. A medida que Gaal avanzaba por el oscuro y antiguo bosque podía oír el sonido de la naturaleza nocturna: el ulular de los búhos, el correteo por la hierba de los ágiles zorros… Pero, a pesar de estos ruidos autóctonos del bosque, seguía centrado en la tarea que le había sido encomendada; recolectaba lo que el druida le pidió: bayas silvestres, algunas raíces, alguna que otra hoja extraña… No le resultó muy difícil al principio. Sin embargo en la lista aparecían algunos ingredientes que el difícilmente podría conseguir, ya que crecían en los árboles más altos del bosque.
Gaal no sabía qué hacer, le resultaba imposible trepar por los árboles tan altos. «Refireo no es ningún viejo gruñón, seguro que si le explico la situación él me perdonará» pensó Gaal. El chico se dispuso a regresar a la aldea, con la tristeza y el abatimiento de no haber podido cumplir su misión, pero no le resultaba tan fácil como él creía. En su camino de vuelta se percató de que los árboles dibujaban terroríficas sombras con la luz de la luna, sombras que parecían estar acechando a Gaal. Oía el sonido de la espesura agitarse; no era el viento, era como si algún animal estuviera siguiéndolo y acechándolo a través de la espesura. De vez en cuando oía una especie de risa muy aguda en las copas de los árboles «jijujuji». Parecía como si alguien o algo estuviera riéndose de él, burlándose del terrible destino que le esperaba.
El pequeño no pudo aguantarlo más y corrió, corrió por el bosque, tropezándose varias veces en su huida de aquel siniestro lugar y rasguñándose sus rodillas con cada caída. Finalmente vio un claro, no podía correr más así que decidió descansar ahí.
Gaal lloró por su nefasta suerte y su terrible destino. No podía creer que ya nunca volviese a ver a su madre, ni a sus amigos, ni al viejo druida… Moriría presa de cualquier animal salvaje del oscuro bosque y nadie podría encontrarle. No sería el primer habitante de la aldea que sufriría ese destino, muchos niños como él se habían internado en el bosque de noche y jamás salieron. No pudieron encontrar sus pequeños cadáveres, muchos habitantes piensan que fueron devorados por algún depredador como los lobos, la aldea sabía que había una gran manada de lobos sanguinarios en las cercanías del bosque. Por otro lado, los más ancianos especulaban de la existencia de un grotesco y malvado monstruo, que se alimentaba de los niños desobedientes que se atrevían a ir al bosque de noche. También decían que, si se ponía la suficiente atención, se podían oír las almas de los niños llorando y lamentándose por nunca poder regresar a la aldea que los vio nacer, condenados a vagar por siempre, en la oscuridad del bosque.
Se pasó una hora llorando en aquel claro cuando volvió a oír esa agitación en la espesura de los árboles... Y a esa aguda y estridente risa «jijujuji», que parecía estar riéndose burlonamente de él y de la trágica muerte que le esperaba. A pesar de su visión nublada por las lágrimas, pudo ver en la espesura algo que le heló la sangre y lo paralizó de terror.
En la copa de uno de los numerosos árboles, que rodeaban el claro donde se encontraba, pudo ver dos enormes ojos verdes, parecidos a los de un felino, mirándolo fijamente, como acechándolo. Debajo de esos penetrantes ojos se dibujó una brillante sonrisa de colmillos afilados como cuchillas y lo peor… teñida de sangre.

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