El viejo druida
se encontraba adormecido en su cabaña. Había pasado toda la noche en vela,
esperando la llegada del pequeño Gaal. De repente un fuerte aleteo sobre su
cabeza lo despertó. Era su fiel compañero alado, Orzuelo, que había vuelto del
bosque después de haber estado vigilando todos los movimientos del pequeño en
el bosque. Refireo se desperezó y fue a la percha donde estaba la lechuza
blanca.
— ¡Por fin
vienes! —dijo el viejo druida—. ¿Está bien el niño?
—Sí, está bien —respondió
Orzuelo—. Ya viene de camino, y con todos los ingredientes.
El anciano se
desplomó en su gran sillón y soltó un gran suspiro
—Menos mal.
Estaba bastante preocupado por él
La lechuza
blanca se posó en el respaldo del sillón, mientras le dirigía al druida una
mirada fría y severa.
—Entonces,
—dijo— ¿vas a tomar al chico como tu aprendiz?
—Posiblemente,
tiene madera de Druida. Lo supe desde el momento en el que salió de las
entrañas de su madre.
—Vaya, vaya. ¿Y
en qué lo transformarás a él? ¿En un zorrillo, o en un pequeño lince quizás?
—preguntó Orzuelo con un tono sarcástico
Refireo miró a
su plumífero compañero mientras se reía entre dientes.
—Creo que
alguien está un tanto rencoroso. ¿Me equivoco?
La mirada de la
lechuza blanca se endureció toda vía más, si es que eso era posible.
— ¡Llevo como
sesenta años esperando una pócima para librarme de esto, Refireo! —exclamó
enfadada la lechuza—. Y aunque haya pasado tanto tiempo, echo de menos mi
antigua forma.
—Bueno, tan de
menos no la echarás
— ¿Qué quieres
decir?
—Ya sabes a lo
que quiero decir, Orzuelo. Muchas veces las muchachas me han dicho que te
vieron mientras ellas se bañaban en el río.
El ave se
ruborizó, como si fuera un niño que le descubrieron cometiendo una travesura.
—Hermano, llevas
tanto tiempo llamándome “Orzuelo” que casi he olvidado mi nombre real.
—Normal —dijo
Refireo mientras se mesaba la barba—. Si llevas sesenta años siendo una
lechuza.
Orzuelo
permaneció callado durante unos segundos, parecía bastante pensativo, cosa que
el druida lo notó inmediatamente.
— ¿Te pasa algo?
—preguntó Refireo con tono de preocupación—. Es muy raro verte tan callado.
—Solo estoy
pensando en cómo saldrá esto. Ya sabes lo que pasó la última vez, ¿recuerdas?
Imagina que le pasa algo a Gaal. Sabes muy bien que uno de cada tres aprendices
muere durante su ceremonia de iniciación. Si llegase a ser ese el caso de nuestro chaval… —Orzuelo se
estremeció—. Tiemblo de solo pensar en lo que pueda llegar a pasar.
El viejo Druida
cerró los ojos y recordó, por un
momento, lo que pasó aquella vez hace sesenta años. Desde ese momento se
prometió a sí mismo no volver a intentar conseguir un sucesor a su oficio. Pero
con Gaal era muy distinto. Desde aquella noche de luna llena, en la que nació
supo que ese niño sería su sucesor, el que heredaría todos sus conocimientos y
sabiduría, con el fin de que aquella aldea prosperase.
De repente, una
voz le sacó de aquellos pensamientos. Era la voz del pequeño Gaal deseoso de
contarle al viejo Refireo toda la aventura que vivió en el bosque, y de cómo
conoció a aquel misterioso ser llamado Txiligro.
Me gusta mucho la forma en que te introduces en épocas pasadas y lo expresas de manera sencilla y concisa. El tema de los druidas, lo misterioso y lo encantado es algo que fascina a muchos y a mí no me has dejado indiferente.
ResponderEliminarSigue así :)
Muchas gracias por el comentario, Dana. A Randolph le habría encantado responderte el mismo pero su ordenador va fatal últimamente y no puede disponer de él ahora mismo. Randolph me pidió que te dijera que este relato es un relato de transición que él hizo para explicar un poco el transfondo del druida.
EliminarTambién me pidió que te dijera que este relato es parte de una serie y que puedes leer los demás relatos pinchando en la etiqueta Druida. Muchas gracias por tus comentarios, eres genial :)