viernes, 15 de julio de 2016

Relato - El señor Cabeza

El verano había llegado, y con él las voces alegres de los niños en aquel pequeño pueblo. En las calles se podían escuchar a los niños jugando alegremente, libres de sus obligaciones escolares. Todos los niños habían esperado ansiosos la llegada del verano.
Sin embargo, lo que más les entusiasmaba del verano no eran los juegos o el poder quedarse despiertos hasta muy tarde, sino la llegada de un singular personaje. Todos, tanto niños como mayores, iban por las noches al espectáculo de un misterioso hombre que llegaba al pueblo para entretener a sus habitantes de la mejor manera posible. Ya fuera contando historias o haciendo trucos de magia, él siempre conseguía hacer que su público estuviese satisfecho.
¿Quién era este misterioso personaje? Bueno, se conocía en todo el pueblo con el nombre de “el señor Cabeza“. Su nombre viene de un número que siempre hacía antes de empezar. El señor Cabeza era un hombre elegante, vestido siempre con un traje negro formal, como si fuera un hombre de negocios; pero lo que más le caracterizaba era la gran caja gris que le cubría todo el rostro. Su espectáculo comenzaba depositando la gran caja que llevaba sobre sus hombros en una gran mesa envuelta con un mantel rojo, como las típicas mesas que utilizan los magos. Su cuerpo, una vez descabezado, habría una puerta de la enigmática caja. Y en ella se podía ver su rostro. Era el rostro de un hombre de mediana edad, de tez oscura y de rasgos asiáticos. Tenía un singular bigote, bastante parecido al que tenía el famoso pintor Salvador Dalí.
Con su cabeza una vez descubierta, empezaba el show. El señor cabeza tenía una voz serena y apacible. Los números que realizaba el señor cabeza eran bastantes variados, desde realizar trucos de magia hasta contar fantásticas historias que encandilaban a jóvenes y mayores por igual. El espectáculo del señor Cabeza nunca había faltado, todos los veranos iba al pueblo sin falta.
Sin embargo, un año ocurrió algo que hizo que el señor Cabeza no se volviese a ver, ni en ese pueblo ni en ningún otro.
El Señor Cabeza terminó su actuación y se disponía a irse  para volver la tarde del día siguiente. Siempre le pedía al público que cuando acabara la función nadie le molestase cuando fuera a recoger sus cosas. Todos obedecían aquella norma; pero un día, un joven llamado Manu, movido por la curiosidad y por presumir ante sus amigos, les dijo que iría y descubriría el gran truco secreto del misterioso mago.
El joven fue bastante sigiloso, esperó a que acabase el espectáculo y con cuidado de que el mago no le descubriera, aprovechó que estaba ocupado organizando su maletín para meterse debajo de la mesa. Manu esperaba encontrarse con alguna persona debajo, que era lo que él creía; pero no había nadie. No pasaron ni diez segundos cuando el niño sintió que dos grandes y fuertes manos le arrastraban fuera de la mesa. Era el cuerpo decapitado del señor Cabeza. Levantó al niño y lo puso delante de la mesa, donde estaba la cabeza cercenada del mago. Pero la expresión de su cara no era la del mago alegre y siempre sonriente que conocía, sino una expresión deformada por la rabia y el odio absoluto. Se dirigió al niño con una voz aterradora y cavernosa.
—Así que querías descubrir mi secreto, ¿verdad, chico? Bueno, pues te va a costar muy caro. Recuerda siempre esta frase: Un mago tiene como norma nunca dejar que su truco sea revelado. Y soy alguien que siempre respeta las normas, no como tú, pequeño desgraciado.
Al día siguiente nadie volvió a ver al señor Cabeza, ni nunca jamás lo volvieron a ver, convirtiéndose así en una leyenda del pueblo. Pero lo más inquietante fue que tampoco se supo más del pequeño Manu, quién nunca volvió del último espectáculo del gran señor Cabeza.

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