miércoles, 18 de mayo de 2016

Relato - Lo siento

Nunca quise llegar a esto. Nunca quise tener las manos manchadas de ti. Creí que algún día todo volvería a ser como antes y seríamos felices de nuevo, craso error.

Debí darme cuenta aquel día en el que llegué tarde y casi me dejas por primera vez, pero hasta ese momento todo había sido tan bonito, que nadie prevería que todo fuese a ir a peor.

A aquella vez le siguieron más, siendo cada una más absurda que la anterior, empezando por llegar tarde y acabando por no tener dinero suficiente para comprar un helado. Sin embargo, poco rato después me llamabas llorando y me pedías perdón, a lo que yo, ingenuo de mí, lo dejaba estar, pues pensaba que un fallo lo tenía cualquiera.

Las muestras de cariño comenzaron a disminuir. Los besos que tanto te gustaban en un principio fueron reemplazados por bocados para que parase, pues decías que te agobiaba, haciéndome a veces sangre, aunque nunca lo dijese. Dejé de escribir aquellas poesías que hicieron que te enamorases de mí y que ganaron un premio en el concurso del instituto, pues decías que era demasiado empalagoso, aunque delante de los demás alardeabas de lo dulces que eran.

Poco a poco dejamos de salir con amigos para salir solos. En un primer momento me encantó, pues pensé que así tendríamos más tiempo para nosotros, pero lo que no sabía era que lo peor estaba por llegar.

El primer bofetón nunca se olvida. Era el día de Navidad, nos quedamos solos jugando a la segunda parte de Paper Wario, y justo cuando estábamos apunto de pasar la primera pantalla del último mundo, me mataron. Acto seguido me pegaste, y esta no sería la última vez que lo harías.

Cualquier cosa que no se ajustase a tu manera de actuar era propicia para ganarme un bofetón, a veces bastaba con levantar la mano, pegándome solo cuando decías que me lo merecía de verdad, pues según tú, lo hacías por mi bien.

Más tarde comenzaste a hacerlo en lugares públicos. Sabías que no pasaría nada, pues cada vez que lo hacías la gente se limitaba a vernos y a reírse, incluso a veces me llamaban nenaza o mariquita y te animaban a que me pegases más. Esto me molestaba muchísimo, pues si hubiese sido una chica no habrían dejado que eso pasase, pero por desgracia había nacido con el género equivocado.

El sexo tampoco era un tema ajeno a esto, usando en este caso el chantaje emocional para hacerlo cada vez que te apetecía, sin tener en cuenta si yo quería o no. Todavía recuerdo aquel día en el que estábamos en tu casa y al ver que no quería, se lo dijiste a tu hermano, el cual acto seguido empezó a burlarse de mí, diciendo que si no era lo suficientemente hombre para tirarme a su hermana, de modo que tuve que demostrarle que no era así.

Tanto te reías de eso que poco a poco comencé a obsesionarme con dicho tema, y en consecuencia entré en una depresión de la cual no me he recuperado a día de hoy, aunque desde que fui al doctor Nobody, el psiquiatra que encontré en aquel panfleto rosa chillón, parecía ir algo mejor.

Me planteé dejarte un par de veces, pero pensé que nadie sería capaz de sentir afecto por mí, si ni yo mismo lo sentía. De hecho, no sentía como propia aquella mirada vacía.

Mis amigos me lo dijeron miles de veces, pero yo pensaba que volverías a ser la que eras, así que no les hice caso. Sin embargo, esta mañana me di cuenta de que esa imagen era una falsa ilusión formada en mi cabeza.

Habías venido temprano, llevabas el pelo recogido en una cola de caballo. Te notaba más seria que de costumbre, y me dijiste que teníamos que hablar.

Nos sentamos en el sofá y comenzaste a decirme que no podíamos seguir juntos, pues te habías dado cuenta de que me habías hecho demasiado daño. No podía creerlo, había hecho todo cuanto me pedías, así que no entendía porque esto llegaba a su fin.

Rompí a llorar, y entre sollozos te pedí que te quedases conmigo. No quería que lo único que me quedaba se fuese de mi lado. Esto te molestó muchísimo, y tuviste que soltar esas palabras: "¡¿Por qué lloras, maricón de mierda?!". Enfurecido y llorando te dije que no lo estaba haciendo, a lo que me dijiste que eso era lo que debía hacer, echarle narices y no llorar tanto.

Ese fue el momento en el que desapareció la poca cordura que me quedaba. Me fui con paso firme a la cocina, cogí el cuchillo de trinchar la carne y me dirigí a ti sin pensarlo dos veces. Tenías que pagar por todo lo que habías hecho. Intentaste escapar, pero te cogí del pelo y te tiré al suelo.

Los llantos y los gritos del dolor dejaron paso al silencio y al sonido del cuchillo clavándose repetidamente en tu pecho. Quería parar, pero no podía. Melvin Burst necesitaba saciar su sed de justicia, así que te apuñalé hasta que mis manos se quedaron sin fuerzas. Lo siento, cariño. Nunca quise llegar a esto.

Fotocopia de la nota encontrada en el cuerpo de la víctima

Experimento 65
Resultado: FALLIDO

No hay comentarios:

Publicar un comentario