—Ulises, ¡5 minutos!
—Va, cierra la puerta al salir y… ¡Vic!
Gracias por darnos esta oportunidad.
—Tú asegúrate de dar un buen espectáculo
y quizás no sea el último que deis con nosotros —señaló Victoria.
Una vez salió de la habitación, Victoria
dejó la puerta entornada.
«Joder, ¿qué parte no se entiende de
“cerrar la puñetera puerta al salir”? Bien, Ulises. No pasa nada, céntrate. Es
tu primera vez con Revenge of The Tubby
Custard Machine, pero no eres nuevo en esto. Sal ahí y canta cómo si fuese
el último día de tu vida».
Un familiar subidón de adrenalina se
apoderó de Ulises mientras subía al escenario. Un silencio sepulcral imperaba
en la sala. La calma que precede a la batalla.
El tañido de los platillos, quedó
ensordecido por los clamores de un enfurecido público. Los amplificadores
rugían como las bestias en un coliseo.
Como una exhalación, Ulises entró en la
contienda.
—¡BUENAS
NOCHES, MÁLAGA! ¡SOMOS REVENGE OF THE
TUBBY CUSTARD, Y VAMOS A ECHAR EL GARITO ABAJO!
—Eso es, cargad esa preciosidad con
cuidado. Ulises, aseguraos de que esté todo. Nosotros nos hacemos responsables
de los robos, no de las pérdidas.
—El ampli de Panda lo tienen que venir a
recoger, el resto va en la furgo.
—Va, pues toma. Los 100 euros pactados y
otros 12 de gasolina. Buen bolo, chicos. Estamos en contacto.
—Gracias. ¡Por cierto, Vic! Los chicos
dicen de pillar unas cervezas y de irse al puerto a celebrar el éxito de hoy.
Te… —Ulises tragó saliva—. ¿Te quieres venir?
—Te lo agradezco, chico, pero me van más
mayores. No obstante, si algún día decido visitar la guardería te avisaré —dijo
Victoria guiñando un ojo.
De repente, una de las puertas laterales
de la furgoneta se deslizó. Desde dentro, una voz profundamente nasal bramó:
—Ulises, vamos, que son las 1:45 y para
las 2:30 cierra Hakim la tienda.
—Ya voy, Manu. Id encendiendo el motor.
La puerta lateral de la furgoneta volvió
a cerrarse. Con un candente rubor tiñendo su rostro, Ulises se volvió hacia
Victoria.
—V-va,
seguimos en contacto pues —señaló Ulises entre balbuceos.
Una vez se despidieron del resto de la
banda, los hermanos Von Krieg se dirigían a casa. Situado en el asiento del
copiloto, con aire taciturno, Ulises contemplaba la rapidez con la que se
sucedían los elementos del paisaje. Un paisaje compuesto por chiringuitos y
arena, escena que, ya fuese por el gran parecido entre sí de las numerosas
terrazas que colindaban con la playa, o por el hecho de haber tomado unas
cuántas cervezas de más, parecía repetirse. Una ligera sensación de mareo a la
que no dio importancia comenzó a acuciarlo.
—Uli, no te he dicho nada pero, oye, hoy
te has portado.
—Gracias. Igualmente, Gus, y no te rayes
por lo de la púa, ¿va? Tocando tan rápido es normal que alguna vez se os escape.
—Hombre, el bolo ya está dado. Ya por
mucho que me caliente la cabeza… no puedo hacer nada.
—Claro, tío. Además, eres bajista. Tú no
te preocupes si no se te oye.
—Serás mamón…
Gustavo subió la capucha de Ulises y se
la puso por encima de la cara. Ambos rieron a carcajadas.
Al cabo de un rato, la ligera sensación
de mareo dio paso a unas imperiosas ganas de regurgitar.
—Gustavo, no me encuentro bien —imploró
Ulises—. Creo que voy a vomitar.
—¿Puedes aguantar hasta que lleguemos a
casa? —preguntó Gustavo inquisitivo—. Ya queda poco.
—No lo sé.
—Pero hombre, haber dicho algo antes.
—Ya, pero es que antes si me encontraba
bien.
Gustavo aceleró. Tomó la curva rápido,
demasiado rápido. Gustavo frenó. La furgoneta perdió el control,
rompió el borde del quitamiedos. La furgoneta se precipitó al vacío.
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