miércoles, 8 de junio de 2016

Relato - La secuoya milenaria

Gaal avanzaba por el bosque, siguiendo las risas del pequeño Txiligro, que estaba saltando de árbol en árbol. El último ingrediente de la lista del druida Refireo era una rama de secuoya. Así que los dos amigos tenían que ir a la gran secuoya milenaria, el árbol más antiguo y alto de todo el bosque. El viejo druida le contó a Gaal que ese gran árbol era uno de los más antiguos de todo el bosque, tal vez el más antiguo de todos los árboles del bosque.
— ¡Ya hemos llegado! —dijo Txiligro pegando pequeños brincos—. Esta es la gran secuoya milenaria.
Gaal miró hacia arriba para ver la grandeza del árbol. Ciertamente la secuoya era gigantesca, tanto que Gaal casi no podía ver su copa.
—Txiligro, —dijo Gaal preocupado— ¿seguro que podrás llegar a la copa?
—Ya te lo dije. ¡Soy el mejor trepador del bosque!
—Sí, pero… Este árbol no es como los otros del bosque, es muchísimo más alto. ¿Cómo lo vas a hacer?
—Con cuidao —respondió Txiligro mirando al niño con una gran sonrisa.
Sin decir nada más, la pequeña criatura saltó del suelo al tronco de la secuoya milenaria y comenzó trepar con una asombrosa rapidez hasta la copa de la gigantesca secuoya.
Gaal miró como Txiligro se perdía entre la espesura de la secuoya hasta desaparecer de la vista del niño. Le preocupaba la seguridad de Txiligro.
« ¿Y si se resbala y se muere por la caída? Yo sería en parte culpable, por pedirle que trepase tan alto para conseguir la rama de secuoya» pensaba el niño con mucha inquietud y preocupación por la vida de su nuevo amigo.
De nuevo estaba el muchacho solo, sin nadie. Se sentía bastante indefenso. De día aquel bosque era hermoso y vivo, ya que gracias a los rayos del sol se podía ver todo lo que moraba en el bosque; sin embargo por la noche todo era oscuro y misterioso. Gaal podía percibir por el rabillo del ojo sombras que danzaban. Estaba muerto de miedo, temblaba como una hoja.
De repente Gaal oyó el sonido de algo que se movía con mucha rapidez, su corazón parecía que se le iba a salir del pecho, pero suspiró aliviado al ver que se trataba del pequeño y risueño Txiligro. Este se le acercó con una rama de la gran secuoya milenaria.
— ¡La misión ha sido un éxito! —dijo mientras esgrimía la pequeña rama como si fuera una espada.
—Muchas gracias, Txiligro. Ahora la lista está completa.
—Una pregunta, Gaal. ¿Para qué quieres la rama de la secuoya?
—No lo sé —respondió el muchacho—. Solo estoy recolectando unas cosas que me pidió el druida Refireo.
— ¿El druida Refireo? —preguntó Txiligro—. ¿Te refieres a ese humano tan grande que tiene la cabeza del revés?
— ¿La cabeza del revés? —preguntó Gaal bastante extrañado.
— ¡Sí! Porque en la parte de arriba no tiene pelo, pero en la parte de abajo tiene una melena gris muy larga. Lo conozco, viene muy a menudo a pasear por el bosque de noche.
Tras oír este comentario Gaal soltó una gran risotada.
—No, Txiligro, esa no es su melena. Es su barba
— ¿Y tú por qué no tienes?-preguntó la pequeña criatura
—Todavía soy un niño. Pero cuando sea adulto tendré una barba muy larga, como la de Refireo.
— ¡Vaya! —exclamó Txiligro decepcionado—. Entonces mi teoría no era cierta.
— ¿Qué teoría?
— ¡La teoría de que cuando los humanos crecéis  la cabeza se os pone del revés!
En respuesta, Gaal volvió a reír y  el pequeño Txiligro también. El miedo que sentía el muchacho se había disipado gracias a su nuevo amigo.
—Oye, Txiligro —dijo Gaal—. ¿Tú no sabrás el camino de regreso a mi aldea?
— ¡Claro que lo sé! —respondió Txiligro—. Voy  a tu aldea muy a menudo, me gusta ver la vida cotidiana de vosotros, los humanos. ¡Sígueme, amigo!
Y así, después de haber completado la lista de materiales para recolectar, Gaal junto a Txiligro reanudaron el camino hacia la aldea. El camino de regreso era más llevadero que el de ida. Ya que, esta vez, el miedo del muchacho a la noche se había ido gracias a las cabriolas y bromas que hacía con Txiligro de camino a su hogar.
Finalmente llegaron a un lago, un lago que Gaal conocía muy bien, ya que era el lago que estaba a pocos minutos de la aldea. Los rayos de los primeros rayos del sol se reflejaban en la superficie del lago. Su tío Kendal  lo llevaba a veces de caza a ese mismo lago, hasta que hace dos años  desapareció de forma misteriosa. La madre de Gaal no le dijo a donde se había ido su tío Kendal ni por qué.
—A partir de aquí sé el camino de regreso a la aldea —dijo el chico, mientras se giraba para ver a su pequeño nuevo amigo—. ¡Muchísimas gracias por todo, Txiligro!
Gaal se dispuso a irse hasta que oyó la voz de Txiligro detrás suya
— ¡Espera, Gaal! —le chilló Txiligro—. Antes de irte prométeme una cosa
— ¿Qué cosa? —preguntó el chico.
— ¡Que volveremos a jugar pronto! Jijujuji.
Claro que volveremos a jugar. Al fin y al cabo, somos amigos —dijo Gaal con una gran sonrisa de alegría—. Adiós, Txiligro, amigo. Nos volveremos a ver de nuevo, te lo prometo.
—Adios, Gaal —respondío Txiligro con otra gran sonrisa—. ¡Seremos amigos para siempre!
Con esto, los dos amigos se fueron a sus respectivos hogares. El joven Gaal a su aldea y el travieso Txiligro a la profundidad del gran bosque.

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