miércoles, 23 de marzo de 2016

Relato - Preparación

En la aldea el ambiente estaba tranquilo. Los niños pequeños estaban jugando  bajo la atenta mirada de sus madres, los niños mayores jugaban y de vez en cuando hacían alguna travesura, los hombres trabajaban  para hacer prosperar la aldea… Lo típico y usual de cada día.
Un chico corría alegremente con algo en sus manos hacía la cabaña más grande y más extraña de la aldea para ver a su amigo. El interior de la cabaña estaba iluminado por unas pocas velas y  en sus estantes estabas puestos diversos frascos de los más variados colores y formas. Olía un olor extraño, pero relajante por los múltiples inciensos.  También había un enorme caldero que rezumaba un líquido burbujeante y humeante de un extraño color anaranjado.
En el fondo de la misteriosa cabaña había una percha, donde reposaba una enorme lechuza blanca que le miraba con sus grandes ojos. El chico fue hacia ella.
— ¡Hola, Orzu! —dijo con una animada voz infantil—. Te he traído un regalo.
El chico abrió sus manos revelando su contenido,un pequeño cadáver de un ratón gris, que el mismo había cazado recientemente con su pequeña cerbatana.
La vieja lechuza lo miró y lo agarró con su pico, después inclinó un poco hacia abajo su cabeza, como si estuviera agradeciendo el obsequio. Inmediatamente se dispuso a comérselo tranquilamente.
De repente el infante oyó una puerta de la cabaña abrirse y unos pausados pasos acompañados de una afable voz que sonaba en tono de reproche.
—Gaal, muchacho. Si le sigues dando de comer tanto  al viejo Orzuelo, le voy a tener que conseguir una percha más resistente —dijo la voz.
Gaal miró hacia la puerta que daba al exterior  de la cabaña. Apareció un anciano de ancha estatura, de alegre rostro que lucía una larga y grisácea barba que le llegaba casi hasta su cintura. Vestía una túnica de un color azul marino atada con un cordel,  en el cual llevaba una hoz de oro y un pequeño saco de tela marrón. Tenía un racimo de muérdago en la mano.
—Aunque claro… Yo tampoco soy nadie para hablar de eso —dijo el anciano alegremente, entre risas, mientras se daba palmadas en su gran barriga.
El chico lo miró con una gran sonrisa y corrió hacia él.
— ¡Hola, Druida Refireo! —exclamó el niño—. Te estaba buscando.
El pequeño Gaal esperó pacientemente a que el druida dejase en una vieja mesa loque había recolectado en el bosque y se sentara en su sofá, soltando un sonoro suspiro de agotamiento.
—Lo siento, hijo, fui a recoger muérdago y otras cosas. Porque en días como este el muérdago…
—…es un poderoso contraveneno —continuó Gaal  la frase antes de que Refireo pudiese acabarla.
El anciano soltó una carcajada y esbozó una pequeña sonrisa.
—No esperaba menos de mi mejor alumno y ayudante.
Efectivamente, el druida era unos de los pocos sabios ancianos de la aldea que daban clase a los niños. Por su parte, él era el encargado de enseñar a los niños a leer y escribir aparte de las enseñanzas más básicas sobre la naturaleza. Refireo siempre defendía la idea de que vivir en una aldea no significa forzosamente que sus habitantes tengan que ser unos bárbaros sin cultura. La labor de los sabios de la aldea era enseñar a los niños nociones de la vida, por si querían marcharse de la aldea cuando fuesen adultos para buscar su propia suerte.Esto era beneficioso para la aldea, ya que los habitantes que se marchaban,a veces volvían de visita con recursos como alimento que no podían conseguir, telas exóticas, juguetes para los más pequeños, libros (objeto que Refireo apreciaba bastante), etc.
De todos los niños a los que el viejo Refireo daba clase,Gaal era el más aventajado, por eso a veces le ayudaba al druida acompañándole al bosque, para reunir ingredientes para sus brebajes y medicamentos.
El viejo Refiero, aparte de maestro de los pequeños, era a la vez el druida de la aldea. Su misión no era otra que crear pócimas y medicamentos para curar a los aldeanos o cualquier otra cosa.
El anciano habló al cabo de unos segundos de silencioso descanso.
—Oye, hijo. En unos días cumples diez años, ¿verdad? —dijo Refireo.
—Sí, sí —dijo el pequeño—. ¿Qué me tienes preparado, druida Refireo?
 Después de unos segundos en silencio, el druida miró atentamente a Gaal y dijo:
—Una tarea muy importante —dijo finalmente el anciano.
Gaal soltó un enorme resoplido de decepción. Iba a protestar pero, antes de que pudiese hacerlo, el druida levantó su mano y rió entre dientes.
—Un momento, muchacho. Antes de que me muerdas, te diré algo. Esta tarea tiene recompensa y una muy especial.
— ¿Qué es? ¿Qué es? —dijo el pequeño brincando en el sitio.
—Te la mostraré cuando realices esta tarea. Esta noche ven a mi cabaña y te daré instrucciones. Pero primero pídele permiso a tu madre, tampoco tengo la intención de asustarla… Oye, Gaal, ¿eres un chico valiente? —le dijo Refireo, echándole una mirada desafiante.
— ¡Podría vencer a cualquier malvada bestia sin esfuerzo! —dijo Gaal, hinchando el pecho de orgullo y con soberbia.
—Pues venga, ve y prepara tus cosaspara la aventura de esta noche —dijo el druida con un gesto.
El chico se marchó de la cabaña, corriendo para llegar pronto a su casa y pedirle la autorización a su madre. El druida le vio marcharse y con un fuerte suspiro se dijo a sí mismo:
—Confío en que salga bien…

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