Siempre
fui un fanático de las leyendas urbanas. Me fascinaban las leyendas de
distintos países del mundo, por eso investigaba sobre ellas. Dentro de las leyendas
urbanas existen un subgénero llamado "rituales" o “juegos”. Este tipo de
historias cuentan paso a paso cómo realizar una especie de ritual. Los fines
con los que se realiza dicho ritual o “juego” son muy diversos: conseguir algo,
ver el futuro… La principal razón por la que se realizan este tipo de
“juegos” es para experimentar la tensión y la adrenalina de una auténtica
experiencia totalmente diferente, incluso de terror absoluto; aún a riesgo de
poner en peligro la vida o el destino de la mismísima alma del incauto
“jugador” que realice dicho ritual.
Esto
que me sucedió lo contaré solo para a disuadir a los curiosos, para que no realicen
la estupidez que yo cometí, solo por querer experimentar una experiencia
inolvidable. Porque, en efecto, fue una experiencia verdaderamente inolvidable
Fue
una tarde como otra cualquiera. Yo estaba tranquilamente sentado frente mi
ordenador, leyendo distintas leyendas urbanas de un foro de internet. Mi
atención fue captada por una leyenda urbana originaria de Corea. Se llamaba “el
juego del ascensor”.
Quise
realizar el juego, porque desde mi punto de vista parecía ser seguro, a
diferencia de otros terroríficos y peligrosos rituales que leí. El edificio
donde vivo tiene doce plantas, y yo vivo en la quinta. De este modo pensaba que
sería perfecto realizar este ritual.
Me
subí al ascensor en la primera planta. Llevaba conmigo mi móvil para grabar
el suceso. El juego era sencillo: solo tenía que pulsar una combinación de
botones para ir a diferentes plantas, tomando el ascensor desde la primera de
ellas. Empecé pulsando el botón del cuarto piso; luego pulsé el botón para
descender al piso segundo; a continuación pulsé el botón para subir al sexto
piso; le volví a dar al botón del segundo; después pulsé el piso décimo; luego
al botón del quinto piso, donde yo vivía; y finalmente volví a descender al
primer piso.
Si
me hubiese salido del ascensor del quinto piso y regresado a la seguridad de mi
hogar para olvidar aquella maldita locura…; pero no lo hice, y cada día de mi
vida me arrepiento de no haberlo hecho.
Cuando
pulsé el botón de la planta primera, el ascensor no descendió a esa planta.
Subió lentamente, yo tenía el corazón en un puño, no creía que eso funcionaría.
Me temblaban las manos, intentaba encender mi móvil para tomar fotos y vídeos
de aquella experiencia, pero el móvil no se encendía.
El
ascensor se paró en el décimo piso. Sus puertas se abrieron lentamente y pude
observar algo increíble.
El
pasillo del décimo piso estaba oscuro. Podía ver algo en la oscuridad gracias
a la tenue luz de la luna en la ventana. Parecía como si el edificio hubiese
estado abandonado durante décadas. Había vigas que colgaban del techo; las
puertas estaban carcomidas por la humedad; las ventanas estaban rotas y
bastante sucias… En el aire se respiraba un olor nauseabundo y se podía sentir
en el ambiente una sensación de horror y peligro inminente.
De
repente escuché un ruido que me sobresaltó, era un ruido en la lejanía. Sonaba
como unos pasos pesados, como de grandes pies casi arrastrándose. El sonido
sonaba cada vez más cerca.
Eché
mano de la pequeña linterna que llevaba en mi bolsillo. Por algún motivo la
había cogido antes de embarcarme en aquella peligrosa aventura. La imagen
iluminada por la luz de mi insignificante linterna aun la conservo, grabada a
fuego en mi memoria, y todavía es foco de innumerables pesadillas.
Era
un hombre, o por lo menos algo parecido a un hombre, de gran y ancha
estatura, mediría alrededor de tres metros. Llevaba un saco parduzco de tela en
su cabeza a modo de máscara, y debajo de esta goteaba una especie de sustancia
viscosa y espesa. Tenía puesto una especie de delantal grisáceo manchado de
sangre. En su mano derecha llevaba un enorme cuchillo macabro que goteaba
sangre; y en su mano izquierda…no pude verlo con claridad hasta que ese
repulsivo monstruo me lo lanzó como si fuera un pequeño muñeco de trapo,
dejándolo apenas un metro en la puerta del ascensor, donde yo me encontraba.
Cuando
cierro los ojos todavía puedo ver lo que me lanzó aquel gigantesco monstruo
delante de mí, una imagen que vivirá conmigo hasta el día de mi muerte. Era el
cadáver ensangrentado y destrozado de un niño. Aquella pobre y pequeña criatura
no debía de tener más de siete años cuando ese macabro ser lo asesinó. Su
pequeña cabeza de cabellos de un oscuro color carmesí estaba abierta,
pudiéndose ver su pequeño cerebro destrozado en su diminuto cráneo sangrante.
Su rostro estaba pálido y sus ojos fueron arrancados de manera violenta, llevándose incluso algo de piel con ellos. Su brazo izquierdo fue también
mutilado, parecía como si se lo hubiese arrancado un feroz y despiadado animal
de un salvaje y diabólico mordisco. Se podía ver su omoplato roto.
Entré
en pánico, le di al botón de cerrar la puerta del ascensor rápidamente. Repetí
el mismo proceso de botones que me llevó a aquel diabólico pasillo. Estuve
sudando y temblando, rezaba a Dios para que me llevase de vuelta a mi bloque de
pisos y que protegiera mi débil mente de la locura de aquella infernal y
dantesca experiencia.
La
puerta del ascensor se abrió, aparecí en la primera planta de mi edificio. Era
ya de noche, miré mi reloj, eran las once. Yo todavía estaba temblando y
deseoso de volver a la calidez y seguridad de mi hogar. Aquella vez subí por
las escaleras.
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