Mi padre, el rey
enano Hreidmar, tuvo tres hijos: Yo, Regin y Odder. Cada uno de los tres
hermanos poseíamos diferentes habilidades. Yo, Fafnir, me caracterizaba por mi
gran maestría en la lucha y además entendía el lenguaje de las aves, lo cual me
resultaba muy útil en el momento de cazar. Luego estaba mi hermano Regin, que
destacaba en el arte de la forja, sus armas eran la envidia de todos los
herreros del reino. Por último, mi estúpido hermano Odder tenía el inservible
poder de transformarse en cualquier animal, el cual además fue la causa de su
condena y el inicio de esta historia.
Volví al
castillo después de cazar un gigantesco jabalí. Cuando de repente escuche gritos, maldiciones, y
lamentos dentro del castillo. Era mi padre, Hreidmar, quién soltaba todas esas
amenazas y cantidad de palabras soeces,
bastante extensa, incluso para ser un enano. Allí estaba él con su
corona y su larga barba gris, más alborotada de lo habitual, insultando y
gritando a una fila de soldados en frente de él. Al finalizar su charla, la
fila de soldados salió corriendo en fila india hacia la puerta del castillo.
Conseguí atrapar
a uno, para que me dijese por qué Su Alteza estaba un poco más irritable de lo
habitual. Lo que me dijo me dejó sin palabras.
—Han matado al príncipe
Odder, mi señor —me dijo el soldado con voz temblorosa.
Esta noticia,
ciertamente, me pilló desprevenido. Tanto que no puede controlar el volumen de
mi voz.
— ¡¿CÓMO?! — le
grité.
—L-lo mataron
m-mientras estaba transformado en n-nutria, cómo solía hacer p-para conseguir pescado —dijo el soldado
temblando y al borde del llanto.
Ciertamente, no
sé por qué me sorprendí de esa noticia. Sabía de antemano que algún día algún
desafortunado cazador confundiría a ese imbécil con una nutria auténtica.
Los días
pasaron, y cada día iban llegando enormes carros llenos de oro y riquezas
varias. No me avergüenza decir que mi mayor debilidad son el oro y derivados,
la heredé de mi padre. Podría hasta intercambiar, si hubiera tenido la ocasión
a mi estúpido hermano Odder por un solo
carro de esos. Básicamente el oro y demás tesoros eran para cubrir la piel de mi difunto
hermano de oro. Sin embargo la piel de mi hermano nutria, que se ve no dejó de molestar ni después de
muerto, crecía a medida que era cubierta de oro, por lo que cubrirla
enteramente resultaba imposible.
Finalmente, un
día que volvía de cazar un hermosísimo ejemplar de faisán, en vez del típico
carro de oro diario, que me ponía los dientes largos, vi a mi padre sentado en
el trono con un fulgor odio en los ojos conversando con un extraño personaje
que definitivamente no era un enano. Era un hombre larguirucho y de movimientos
ridículos, típicos de los bufones, que
no paraba de reír y de brincar mientras conversaba con mi padre:
— ¡Maldito! ¿Por
qué vienes? ¿No has causado ya suficiente daño? —bramó mi padre.
—Venga, venga —dijo
el extraño personaje—. Vengo en son de paz. Además, fue solo un accidente.
¿Quién diría que esa nutria fuera tu pobre hijo? Te traigo algo que seguro te
encantará y pondrá punto y final al problema.
El larguirucho
se sacó del bolsillo el anillo de oro
más brillante que pude ver en toda mi condenada vida.
—Aquí tienes, el
Andvarinaut. Con este anillo podrás duplicar tus riquezas cuantas veces desees.
Me costó lo mío “negociar” con el viejo Andvari para que me lo diese. Así que…
¿pelillos a la mar? —dijo el bufón soltando una burlesca risa.
Mi padre suspiró
abatido.
—Bueno, supongo
que con esto has saldado tu deuda. Venga, corre a comunicárselo a Odín y
piérdete de mi vista.
Dicho esto, el
cómico personaje se fue dando brincos y tarareando. De repente nos cruzamos y
sus ojos se detuvieron en el faisán que acababa de dar muerte.
—Oh, vaya, que
pieza tan espectacular. Se ve que vuestra fama de gran cazador, príncipe
Fafnir, no es un mito. ¿Puedo verla más de cerca?
Sin pensármelo
demasiado, le dejé despreocupadamente el faisán para que admirase su belleza.
Aún me arrepiento de esta decisión.
—Bonito ejemplar
—dijo mientras acariciaba su plumaje—, pero le falta algo…
De repente, a mi
hermoso faisán le empezó a salir pelo negro por todas partes y su cola
emplumada se volvió larga y pelada. ¡Convirtió a mi extraordinario faisán en
una repugnante rata gigante! En ese momento mi alma solo me pidió hacer lo que
haría cualquier ser racional en mi situación.
— ¡Maldito hijo
de puta! —grité mientras dejaba caer con fuerza mi hacha sobre su repugnante
cabeza.
Sin
embargo, mi golpe fue inútil. Ese
desgraciado se evaporó en un gas fétido, soltando una burlona y resonante
carcajada.
—Es inútil, hijo
—dijo mi padre, que estaba sentado en su trono, viendo la escena—. Si eso
sirviese, créeme que no me habrías visto charlando con esa alimaña.
— ¿Quién era ese
maldito loco?
—Era Loki.
— ¿¡Loki!? ¿El mismo
dios fue quién asesinó a Odder?
— ¿Acaso tú
conoces a algún otro hombre que pueda transformar un faisán en una rata y
escabullirse evaporándose como si nada? De verdad, si yo fuese Odín encadenaría
en la más profunda cueva a ese miserable hasta la llegada del Ragnarök —maldijo
mi padre escupiendo al suelo.
Me acerqué a mi
padre para ver el tesoro que le habían dado, el Andvarinaut. Era el anillo más
deslumbrante que hubiese visto, más incluso que el maldito Sol. Tenía que tener
ese anillo bajo mi poder. D esta manera duplicar todo el oro que quisiese de
por vida y convertirme en el enano más rico que jamás haya pisado el suelo.
—Padre, ¿y si me
das ese anillo para que duplique el oro de la tumba de Odder y así cubrir
completamente su piel?
— ¿Crees que soy
tan imbécil? ¡Preferiría dárselo a cualquiera antes que a ti o al descerebrado
de tu hermano Regin! ¡Ahora, lárgate! —me gritó mientras ponía ese gran tesoro
en uno de sus mugrientos dedos.
Me marché loco
de rabia y frustración. Necesitaba tener ese anillo aunque me costase mi propia
vida en ello o la de ese viejo bastardo, pero no podía hacerlo solo. Necesitaba
idear un plan, y por supuesto, ayuda de alguien de confianza.
Fui corriendo a
la forja de mi hermano Regin. Allí estaba, sudando a mares y trabajando con su
martillo para crear una espada bastante grande.
—Regin,
¿podríamos hablar en privado?
—Claro —dijo
mientras soltaba su martillo de herrero—. Vayamos al almacén de armas.
El único en que
podía confiar era en mi hermano Regin. El preferido de mi padre fue siempre Odder,
de manera que, tanto a él como a mí nos trataba con cierto desprecio e
indiferencia.
—Escucha —dije—,
ambos sabemos lo extremadamente avaro que es nuestro padre.
— ¡Vaya!
—exclamó mi hermano con sarcasmo— ¿Te has dado cuenta tu solito? ¡Mira estas
armas de mierda! ¡Ese viejo rácano no me da el oro suficiente como para
conseguir metales de buena calidad para forjar armas decentes!
Miré alrededor.
Efectivamente, por muy bueno que fuera mi hermano en la forja, el nunca podría
crear armas poderosas ni resistentes armaduras con ese material tan pobre.
— ¡Si vienen
tropas enemigas estaremos con el culo al aire! —chilló mi hermano.
—Por eso tengo
en plan —dije en voz baja.
— ¿Qué clase de
plan?
—Podríamos matar
al viejo.
— ¿Y en qué nos
beneficiaría eso? —dijo mi hermano con una mirada inquisitiva.
—Sólo piénsalo.
Si muriese, todos los soldados, incluidos los que custodian la piel de Odder con todas sus riquezas, vendrán a su funeral
a presentar sus respetos. En ese momento nosotros nos quedaríamos con todo el
oro de la tumba. La mitad para cada uno.
—Pero, en ese
caso. ¿No sospecharían de nosotros? —dijo Regin.
—Cuando se den
cuenta de nuestro acto nosotros tendremos dos enormes ejércitos más numerosos y
mejor preparados. ¡Piensa en la cantidad de excelentes materiales que podrías
comprar para crear grandes armas y armaduras! —exclamé—. Entonces
recuperaríamos el reino.
Regin estuvo
reflexionándolo durante varios minutos. Casi temí tener que matarlo, para que
en caso de que se negase, no pudiese acusarme a padre.
—De acuerdo
—dijo con una sonrisa—. Me has convencido.
Planeábamos
llevar a cabo el plan a la noche siguiente, mientras comíamos, aprovechando que
mi padre odiaba las miradas hambrientas de los soldados mientras él comía
tranquilamente. En el banquete, Regin estaba con mi padre charlando mientras
que yo me ocultaba en uno de los pilares. Me gustaría saber como hacía ese
viejo perro para beberse tanta cerveza sin acabar fuera de combate. En ese
momento, mi hermano me hizo la señal: Tres golpes consecutivos en la mesa con
una pausa de tres segundos por cada golpe, para indicar que ese viejo avaro ya
se había bebido la cerveza con el somnífero.
Sin previo aviso
mi padre cayó, sobre la mesa, roncando cómo un oso en pleno invierno. Sin
pensármelo dos veces dejé caer mi hacha sobre su pescuezo haciendo que rodase
su cabeza unas cuantas yardas sobre el suelo. El plan había sido un éxito.
Los dos soltamos
una sonora carcajada de victoria al unísono. Después nos paramos a ver el
cadáver de nuestro padre decapitado.
—Bueno —dijo
Regin—, por mi parte empezaré a quedarme con algo de valor, empezando con uno
de sus anillos. Tú si quieres te puedes quedar con los otros.
De los ocho
putos anillos que tenía el viejo, ese imbécil bastardo tuvo que coger
precisamente ESE. El maldito Andvarinaut, la causa por la que ideé todo este
condenado plan.
Cómo por acto
reflejo le golpeé en la cabeza con mi puño, dejándolo inconsciente al instante.
Aprovechando que no había nadie merodeando, cargué con mi hermano inconsciente
varias leguas. Lo dejé en un lugar apartado, de modo que no pudiese volver. Ya
los lobos se ocuparían de él.
No tenía pensado
dejar que él se quedase con el Andvarinaut, así que antes de irme se lo quité.
De todas formas, no tenía intenciones de repartir el oro de la cueva de Odder
con él.
Me marché en
dirección a esa misma cueva mientras miraba el anillo. En ese mismo instante
era el enano más rico de todo el reino. Se me hacía la boca agua mientras
imaginaba todas las riquezas que podría poseer. Sin pensármelo mucho me puse el
Andvarinaut para celebrar mi victoria. No estaba preparado para lo que me
sucedió al momento de ponerme el maldito
anillo:
De repente, en
mi mano empecé a experimentar un terrible dolor. Varias escamas doradas
empezaron a salirme de la piel cómo diminutas cuchillas. Mi cuerpo empezó a
estirarse, mientras yo sentía un dolor tremendo, cómo si me estuviesen
dislocando todos mis huesos y estirando mi cuerpo hasta ya no dar más de sí. Mi
cabeza empezó a ensancharse y en mi boca todos mis dientes crecieron hasta
convertirse en grandes colmillos amarillentos, afilados como espadas.
No entendía lo
que me pasaba, ni por qué experimentaba ese tremendo dolor mientras que mi
difunto padre se lo puso como si nada. Me acerqué a un lago cercano para ver mi
imagen. El reflejo que me devolvió el lago me hizo estremecer y entrar en
pánico. Lancé un enorme grito de terror y sorpresa cuando vi mi reflejo. Me
había transformado en un monstruoso, abominable y gigantesco lagarto dorado.
Con esta
apariencia no podía conseguir un ejército ni mostrarme en público. No podía
volver a llevar una vida como la de antes, ni mucho menos una vida normal. La
única opción que tenía era llevar una vida como el resto de las bestias y
ocultarme de la vista de los demás enanos. Sin embargo, aún me quedaba el
consuelo de poseer todas las riquezas de
la cueva donde reposaba la piel de mi hermano, vivir con todas esas
riquezas y estar rodeado de ellas, por toda la eternidad. Era todo y lo único
que necesitaba y ansiaba en la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario